CAPÍTULO 39

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El verano sigue su curso y llega la semana de las fiestas de Enciso y el Munijazz.

Desde hace unos años siempre coinciden. Hay tiempo para estar en ambos sitios. Donde hay una fiesta, ahí que estamos nosotros.

Nai y yo iremos a Munilla con mis abuelos el jueves. Nos gusta pasar, aunque sean dos días solo con ellos. Son geniales. Soy afortunado de la familia que tengo.

Cuando éramos pequeños, íbamos a Munilla casi dos semanas. ¡Qué pobres! ¡Qué paciencia han tenido con nosotros! Han sido días imborrables. Lo malo venía a la vuelta. Mis padres decían que veníamos asilvestrados, pero daba igual. El pueblo era sinónimo de libertad, aire fresco y poco tiempo en casa.

Estoy con mis pensamientos, cuando me suena el móvil. Sonrío al ver quién es.

—¿Qué pasa, Marti?

Veo que se queda callada. Oh, oh.

—¿Pasa algo?

—Eh... Mat —dice titubeando. Cada vez me pongo más nervioso—. No voy a ir a Enciso este fin de semana. Salimos esta tarde a Barcelona a buscar a mi prima Clara. Va a pasar unos días con nosotros. No sé si Marc, su hermano, también vendrá. Además, mi padre tiene que arreglar unos asuntos urgentes.

—Pero, Marta, no puedes perderte estas fiestas —contesto con tono desesperado—. Van a ser brutales. ¿No puedes quedarte tú?

¿En serio me está pasando esto? ¿Qué he hecho yo para merecérmelo?

—Lo sé. No me lo pongas más difícil. No puedo hacer nada. No depende de mí. Me da tanta rabia como a ti. Ha sido todo precipitado. Me tengo que ir. Quería que lo supieras. Un beso.

—Un be... —No puedo añadir nada más. Ya ha colgado. Menudo bajonazo. Este verano está siendo muy raro. Cuando parece que todo está bien, se va a tomar por culo. Y así, en bucle. ¿No vamos a poder estar más de dos semanas tranquilos? Sin sobresaltos.

Con las ganas que tenía de pasar un fin de semana sin padres con Marta en Enciso. Al menos, me queda Munilla. Espero que sí que pueda venir a mis fiestas.

¡Hostia!

Eso me recuerda que tengo que preparar la bolsa para estos cuatro días.

El jueves ha llegado. Mis abuelos vienen a buscarnos y nos vamos directos a Munilla. Tienen ganas de encender la barbacoa para comer chuletillas al sarmiento. A tomar por culo la dieta. Menos mal que el físico no es importante para mí.

Lo malo es que, una vez más, no consigo disfrutar del todo del momento. La ausencia de Marta este fin de semana me ha jodido bastante.

El jueves y el viernes lo pasamos haciendo excursiones con mis abuelos. Naturaleza pura y dura. Pero yo siento una nube sobre negra mi cabeza.

Echo mucho de menos a Marta, además no hablamos. Creo que empiezo a sentir cómo se encontró ella los dos días que no hablamos. Me duele el pecho. Tengo un mal presentimiento. Mi madre y mi hermana tratan de animarme. Me dicen que tengo que confiar, que esto me va a ayudar, pero no sé en qué cojones va a hacerlo.

Por la tarde, mi abuelo nos lleva a Enciso.

Cuando llegamos, ya están esperándonos en casa de Teo. Dejo la mochila en la habitación que voy a compartir con él y Julián. Las chicas dormirán en el otro piso.

No sé nada de Marta en todo el viernes, y eso me agobia. La echo mucho de menos, pero no quiero ser el típico chico pesado. Ella me dio mi espacio en Lanzarote cuando estaba con mi familia, y ahora tengo que dárselo yo, aunque me de rabia ver a mis amigos y darme cuenta de que falta ella. ¡Qué duro es esto de las relaciones! El problema no es el primer beso, sino lo que viene después, lo que hay más allá.

—Venga, bro —me dice Julián cuando nos estamos arreglando para salir por la noche—. Anímate. En unos días ya está de vuelta. No te agobies.

—Tienes razón, amigo, pero estoy jodido.

—Normal. Yo también lo estaría. Pero así no arreglas nada.

Está en lo cierto. Dejo el móvil cargando, pero antesle envío un mensaje a Marta para decírselo. No obtengo respuesta.

Más allá del primer besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora