CAPÍTULO 37

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—Lo siento, Mat. No tendría que haber reaccionado así —dice sin esperar a que yo salude.

La miro a los ojos. Se notan que están acuosos y eso me duele.

—Yo también lo siento. No creí que una foto inofensiva con amigos podría hacerte tanto daño.

—Tú lo has dicho, es inofensiva. —No sonríe, pero la noto más tranquila—. Podría haber sido Naira la que hubiera estado a tu lado, o incluso Nico. Y tu cara hubiera seguido siendo la misma, feliz.

—Pues sí. Ya sé que te lo he dicho antes, pero te repito que Sheila es solo una amiga.

—Lo sé. Y te vuelvo a pedir perdón. Si fuera al revés, también me gustaría que lo entendieras.

Joder, ese comentario no me gustaría. Había tratado de no imaginármela durante mucho tiempo y tiene que decirlo.

—Claro, claro —es lo único que se me ocurre pensar tratando de borrar esa imagen de ella con otro.

—Sé que poco a poco iremos conociéndonos y encontrando el equilibrio.

Es lo mismo que me ha dicho Sheila. Estoy tentado a decírselo, pero prefiero callar. Es lo mejor. No viene a cuento.

—Yo también lo creo.

—Anda, venga —me dice empezando a sonreír—. Vete a la fiesta. Dos días en una villa no se tienen todos los meses. Te echo de menos. Un beso.

—Un beso, Marti. Hablamos mañana.

Colgamos con una sonrisa. Primera mini crisis superada, espero. Me levanto y entro en la villa. Mi mirada se encuentra con la de Sheila y le guiño un ojo. Ella asiente con la cabeza y hace una mueca.

El resto de la noche la pasamos riéndonos. Cenamos con los padres. Luego a la piscina, y musiquita.

Sheila y yo no volvemos a estar cerca en toda la noche.

Cuando nos damos cuenta, son las cinco de la mañana.

Nos vamos a la cama. Antes de apagar la luz, miro el móvil. Marta me ha mandado una foto suya sonriendo y guiñándome un ojo. Es maravillosa. Yo creo que los dos hemos aprendido algo hoy: que hay que confiar en el otro. Tenemos que hablar las cosas antes de enfadarnos. No hay que dar nada por sentado. Está claro que me tenía que haber preguntado antes. ¡Cuánto estoy madurando! Con esta gran reflexión, me quedo dormido.

Se oyen unos ruidos, unos gritos. Miramos el reloj. Solo son las diez de la mañana. Vamos en busca de las chicas. Nos las encontramos en el pasillo con la misma cara de sueño que nosotros.

Volvemos a oír unos chillos que provienen del patio de atrás.

Vamos para allá. La imagen es dantesca: nuestros padres jugando como críos en la piscina con las colchonetas y tirándose de bomba. ¡Qué barbaridad!

—Hola, hijos —grita mi padre mientras se tira al agua agarrándose las piernas. Está desatado. Nunca lo había visto tan relajado como en este viaje.

Volvemos a nuestras habitaciones. Directos a la cama hasta las doce. Nos levantamos y vamos a desayunar, bueno ya almorzar.

Llamo a Marta. Todo está correcto. Vuelta a la normalidad. Hablando se entiende la gente.

El asadero se alarga hasta las seis de la tarde. Después acabamos padres e hijos en la piscina.

Antes de cenar, dejamos todo recogido, porque mañana, en cuanto desayunemos, hay que volver cada uno a su casa.

Como era de suponer, nos vuelven a dar las cinco de la mañana.

Nos levantamos reventados, no podemos ni con nuestros cuerpos. En cambio, los padres están frescos. ¡Qué marcha!

Dejamos todo limpio y volvemos a Tahíche a casa de mi abuela, de donde no pienso salir en al menos un día. Necesito dormir y hablar con Marta tranquilamente.

Al día siguiente, cuando me levanto son las doce del mediodía. He hecho una gran cura de descanso. Lo necesitaba. Contando que ayer me costé a las diez de la noche, catorce horas de un sueño reparador.

Estoy fresco como una lechuga. Ayer por la noche, Nico me escribió para decirme que a las cuatro, Adriana, Valentina y él pasan a buscarnos. Miro el reloj. Tengo tiempo de sobra.

Me lavo la cara, cojo el teléfono y llamo a Marta. Quiero darle los buenos días, o las buenas tardes, para ella ya son la una. Todo está correcto. La única pena que tengo es no saber nada de Patty. No ha escrito nada en el grupo de la cuadrilla. A veces reacciona con emoticonos, pero esa no es ella. Yo le estoy dando su espacio, pero no puedo evitar que me duela.

Cuando llegue a Logroño, veré que puedo hacer. Hasta entonces, no puedo evitar pensar en el planazo de dentro de unas horas.

A las cuatro, Nai y yo ya estamos listos. Oímos el claxon del coche de Adriana. Les damos un beso a mi abuela y a mis padres y nos marchamos.

A los diez minutos, entramos en Costa Teguise, y cinco minutos más tarde estamos en nuestro destino. Nos bajamos del coche. Ya empiezo a estar nervioso. Hace mucho tiempo que no estoy aquí. Me quito las cholas, perdón, las chancletas, y doy un paso.

¡Ya estoy en casa! Cierro los ojos y respiro.

Volver a pisar la arena de la Playa Bastián, mi adorada playa, es un placer que no os puedo describir. Yo siempre digo que, si algún día me pierdo en Lanzarote, que me busquen aquí. Hay playas más espectaculares, puede, pero, para mí, esta es la mejor.

La marea está baja, así que hay bastante sitio. Ponemos las toallas cerca de los muros de piedra, pequeños zocos, que protegen del viento.

Me pongo a mirar al infinito, cuando no puedo creer a quienes veo.

—Mat, chacho, como sigas mirando a esas dos pibas con los ojos que estás poniendo, el malentendido de Sheila se va a quedar en una anécdota.

Lo miro con cara de «cállate».

—Nico, por favor, no empieces. Ni me lo recuerdes. Qué mal lo pasé. Estoy mirando al pedazo crucero que se ve al horizonte. No seas bruto.

—Por eso nunca me voy a echar novia. Todo son problemas, colega.

—No digas eso. A ver, fácil las cosas no son, pero merece la pena. Te lo voy a decir muy claro, no me voy a esconder, además, sé que tú nunca te vas a reír. Yo estoy loco por ella. Y te voy a dar un consejo: no lo digas muy alto porque el día menos pensado, caerás. Y si no, mírame a mí.

—Es verdad. Yo siempre pensé que seríamos compañeros de juerga forever. Nunca te había visto tan pillado, bueno, quito el «tan». Me alegro por ti. Por cierto, ¿cómo llevas el tema de tu amiga Patty?

—Jodido, amigo. No te voy a mentir. Es mi mejor amiga, y esta situación es un poco rara, es tensa. Me ha pedido espacio y tiempo. Yo se lo estoy dando, pero la echo de menos. Nunca hemos estado tanto sin hablar. Me hubiera gustado sentir lo mismo que ella, pero nunca la he visto así. No quiero que lo pase mal, pero no puedo hacer nada, es imposible cambiar los sentimientos. Lo único que te puedo decir es que el mundo de las emociones es una verdadera mierda.

—Por eso te he dicho que yo nunca tendré novia.

—Ya me lo contarás...

A las siete recogemos y de vuelta a Tahíche. Me ha gustado hablar con Nico, es un gran tipo. Él y sus hermanas se van para Punta Mujeres. Otro día de mis vacaciones que se va. Uno menos para ver a Marta... después de lo que ha pasado tengo aun más ganas de verla y estar con ella.

Las siguientes jornadas, Nai y yo nos dividimos entre familia y amigos. Queremos estar con todos, no perdernos nada. Volvemos a bajar a la Bastián más días. Hablo con Marta a diario. Se nota que tenemos ganas de vernos. No sé si es normal, pero hay días que estoy eufórico y otros que me pongo triste porque la echo de menos.

Los últimos días tenemos dos fiestas diferentes: una en la playa con los colegas y la última en casa de mi tía Laura que dura todo el día, con piscina incluida. ¡Acojonante!

Tengo la misma sensación de cuando me fui de Tenerife: me hacen falta otras dos semanas para recuperarme. Menudas vacaciones. Menos mal que ahora llega la calma.

La despedida de mi abuela siempre es triste, sobre todo para mi padre. No se acostumbra. Es duro. Ahora las lágrimas no son de alegría, precisamente.

Más allá del primer besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora