CAPÍTULO 18

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Antes de las siete estoy en portal de Marta, pero espero a que sean en punto para llamar. Quiero darle su tiempo, pero no me da opción. Cuando falta un minuto abre la puerta del portal.

Me quedo mudo, no me sale ni una palabra. Está preciosa. Lleva un vestido de tirantes azul oscuro largo, pero no del todo, es decir, un lado es más corto que el otro. Ay no sé explicarme. ¿Por qué no prestaría más atención a mi hermana o a Patty cuando hablan de moda? Me expresaría mejor. Tiene unos bordados blancos. Como es morena de piel, le resalta el vestido aún más. La veo más alta, como más a mi altura. Bajo la mirada y veo que lleva unas sandalias con cuña. Lo de la cuña me lo sé porque a mi madre le encanta llevarla. Dice que es más cómoda que el tacón, y hace la misma función. Para mí son todos lo mismo, yo no veo tanta diferencia, bueno hasta ahora. Marta está espectacular, es lo único que puedo decir.

—Estás muy guapa —consigo decir al final. Nos acercamos y la beso.

—Tú también —me dice regalándome una sonrisa de las suyas.

—No te llego ni a la suela de la cuña. —Trato de hacer un chiste fruto de los nervios—. Vas tan arreglada que parece que tienes una fiesta.

Ella vuelve a sonreír.

—La ocasión lo merece. No todos los días se celebra que alguien que conoces cumple la mayoría de edad. Además, me he comprado el vestido en las rebajas y lo quería estrenar —responde guiñándome el ojo. A mí me dice que se lo han hecho a medida y me lo creo. Le queda como un guante, como si estuviera destinado solo a ella.

Vamos andando hacia el cine, que está en el centro, cuando, de repente, siento que me da la mano.

—¿Te importa? —me pregunta.

Qué me va a importar. De hecho, me enfado conmigo mismo porque tendría que haber salido de mí hacerlo; en las series y películas es lo que hacen. Como siempre me daban ganas de vomitar cada vez que las veía no prestaba atención, fallo de principiante. No parece que vaya a cumplir mañana dieciocho, parezco un puto crío. Menos mal que Marta es una chica que si le apetece hacer algo lo hace, sin pensar en lo que digan los demás. Es una de las cosas que más gustan de ella. Con lo parado que soy yo, se agradece esto. Para no hacer el ridículo, más que nada.

Le agarro la mano, la miro y la sonrío.

—Para nada.

Llegamos al cine. Ella elige la película. A mí me da igual. Para mí lo importante es que estoy con ella. Compramos las palomitas y los refrescos y nos dirigimos a las escaleras mecánicas para subir a la sala, que está en el primer piso. Nos sentamos en nuestras butacas. Se apagan las luces y siento que me vuelve a coger la mano. ¡No me puedo creer que se haya vuelto a adelantar! Tengo mucho que aprender.

Nota mental: cuando salgamos del cine, lo primero que tengo que hacer es cogérsela yo.

Cuando me doy cuenta, la película ha terminado. Se me ha pasado volando. No me he enterado mucho del argumento, la verdad. Nos levantamos, tiramos los cartones de las palomitas y los vasos de los refrescos y nos disponemos a bajar las escaleras.

Le cojo la mano y al mirarla veo que sonríe. La he sorprendido. Bien por mí. Reto conseguido. Bajamos, salimos y ella me la suelta para coger el móvil.

—Marta, son casi las nueve y media. La reserva es a las diez. ¿Vamos tranquilamente hacia el restaurante? Y si llegamos pronto tomamos algo, ¿te parece? —le sugiero.

No contesta. Está concentrada en su móvil.

De repente deja de escribir y me dice:

—¡Ay! Hace tan buena noche que me gustaría dar un paseo antes de ir a cenar. Creo que necesito bajar las palomitas que me he metido entre pecho y espalda. ¿Te importa?

—Para nada. Yo lo decía también por esos zapatos que llevas, para que no te hicieran daño al andar tanto.

—Nada, ni te preocupes. Todo está bajo control. Si hiciera falta, podría hasta correr un poco.

Vamos por el centro, subimos por la Gran Vía. Hay mucha gente. Muchas parejas de la mano, como nosotros. De repente, vuelve a coger el móvil. Me extraña mucho en ella. Yo suelo ser más el que está pegado con él, pero me había olvidado que lo llevaba.

—¿Te pasa algo? Estás superpendiente del móvil. Yo creo que, desde que te conozco, nunca te había visto tan pegada a él. Y te lo digo yo, que a veces parece una prolongación de mi mano.

—Nooooo. Lo que pasa es que...como no llevo reloj, estoy acostumbrada a mirar la hora en el móvil. Además, yo sé que te encanta llegar puntual a los sitios. Aún recuerdo un día que habíamos quedado todos y dijiste recordando a tu abuelo el pescador: «El barco se espera en el muelle».

Yo sonrío. Me encanta que se acuerde de esos pequeños detalles.

—Vale. Perdona. Me estaba empezando a rayar. Parecía que estuvieras aburrida.

—¡Qué va! Me encanta pasar tiempo contigo. Yo creo que, si no te hubieras lanzado ayer, lo hubiera hecho yo. Como te dije esta mañana me gustas mucho. Y, anda, vamos ya para el restaurante.

O sea que me lancé yo. Yo pensaba que había sido ella la que se había lanzado. Bueno, da igual. Lo importante es que estamos juntos, ese beso de ayer lo cambió todo. Lo que sí que me flipa de ella es que es muy directa, dice lo que piensa. No estoy acostumbrado en verlo en una tía, si quitamos a mi hermana. Mi madre no cuenta porque y es más mayor y está de vuelta de todo.

Seguimos nuestro camino y ya no vuelve a mirar el móvil, cosa que agradezco, seamos sinceros. Creo que empiezo a entender a mi madre cuando me habla y no le hago ni puñetero caso porque estoy más pendiente del móvil. Al final el karma sí que va a existir y me está dando más hostias en veinticuatro horas que en toda mi vida.

Llegamos justo a las diez. Hay una familia delante de nosotros. Cuando nos toca el turno nos dice el maître:

—Buenas noches. ¿Tenían reserva?

—Buenas noches. Sí. A las diez para dos, a nombre de Mateo.

El hombre busca en el libro, nos mira y nos dice:

—Acompáñenme, por favor.

Mientras le seguimos, me pregunto en qué parte nos tocara. Yo creo que he cenado en todas las zonas. Cuando llegamos a la mesa, me quedo con una cara de pasmado que no sé reaccionar cuando oigo:

—¡Sorpresaaaaaaaaaa!

Más allá del primer besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora