CAPÍTULO 44

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—¿Qué pasa con vosotros? —nos pregunta mi hermana poniendo las manos en la cintura en señal de enfado—. Lleváis más de una hora perdidos. Y, además, ¿qué son esos gritos, Mateo? Se te oye desde casi la Plaza de San Miguel.

Solo puedo mirar a Marta. El comentario de mi hermana me importa una mierda.

—Nai, cállate. No te hagas la indignada —le espeto sin pensar. Estoy fuera de mí. Y girándome a Marta le grito—: Marta, ¡lárgate de mi vista! ¡Vete con ese morenito con el que te he visto que te dabas un pico hace un rato!

Marta se pone blanca mirándome sin decir una sola palabra. Ahí se demuestra que no mentía.

—Vaya —continuo yo—, veo que no lo niegas. Veis, chicos. Era cierto. —Me giro para dirigirme a Teo y Julián, que también están callados. De reojo puedo darme cuenta de que mi hermana abre la boca y se la tapa con la mano.

—Mateo... —empieza a decir Marta con una voz muy débil.

—Ni Mateo, ni leches. —La corto. No quiero escucharla—. He visto lo que he visto y no hay nada que me puedas decir para que lo entienda, ¿está claro?

—Mat, por favor —dice acercándose a mí. Trata de tocarme. Yo, como un resorte me echo para atrás—. Déjame hablar. Hay una explicación. —Su un tono de súplica que a mí no me convence.

—Que te he dicho que NO. Déjame en paz. NO quiero verte.

Marta se marcha llorando y mi hermana va detrás ¡Mujeres! Increíble Naira ya ha elegido bando. NO me lo esperaba. Después de lo que yo he hecho por ella, sobre todo cuando le hicieron bullying. Si hasta dejé que viniera con mis amigos, y así me lo pega. Qué mal.

No soporto esta situación. Estoy cansado. Me marcho sin más. Que les den a todos.

Como era de esperar no consigo dormir ni cinco minutos seguidos. Nada más salir de mi habitación, me encuentro a la Judas de mi hermana.

—Que sepas que Marta está en Logroño —me espeta y se marcha por donde ha venido. Sin darme oportunidad de réplica. Me da igual.

Cuando vuelvo del baño, enciendo el móvil. Veo que tengo muchos mensajes de Julián y Teo en nuestro grupo. También me encuentro veinte llamadas perdidas de Marta y más de diez wasaps con el mismo texto:

Por favor, Mateo. Llámame. Tenemos que hablar

No la contesto, pero ella, al ver que estoy en línea, empieza a escribir y a los pocos segundos lo puedo leer:

Mateo. Déjame explicarte. Lo entenderás

Sigo sin querer contestar. Me llama. Le rechazo. Vuelve a escribir.

Entiendo que estás enfadado, pero te juro que hay una explicación

Sigo ignorándola. Estoy cegado, bloqueado. Mentiría si dijera que no quiero hablar con ella. Claro que quiero, pero no puedo. Mi orgullo es más poderoso.

Otro mensaje de ella:

No podemos dejarlo así. Pero tampoco me voy a rebajar más. Cuando quieras algo, me dices

Estoy tentado a marcar su número, pero al final tiro el móvil a la cama, me cambio y me voy a dar una vuelta.

Cuando vuelvo a casa, releo su último mensaje una y otra vez. Se acabó.

No vuelvo a tener noticias de ella en todo el día. Mi hermana me esquiva, trata de no ponerse en mi camino. No sé si es por darme mi espacio o si es por miedo a mi reacción. Creo que ayer me pasé. La noche de ayer vuelve a pasar en slow motion cada vez que cierro los ojos. Trato de no pensar, pero es muy difícil. Me porté mal. No debía haberla hablado así. Le tengo que pedir perdón. A ella, a Julián y a Teo.

Volvemos a Logroño el domingo. Mis padres, viendo que no queremos hablar, ponen música, y así hacemos el viaje de vuelta. Muy incómodo, la verdad. Pero me importa una mierda.

Me encierro en mi habitación durante dos días. Solo salgo para comer. En casa empiezan a estar preocupados. No contesto a los mensajes de wasap, ni de grupos ni privados. Ni rastro de Marta. Aunque estoy muy dolido la echo de menos. Soy un puto masoca. ¿A quién quiero engañar? Al menos con los mensajes sabía que estaba ahí. Ahora no sé nada. Para mi sorpresa me escribe Patty, pero también la ignoro. No quiero oír a nadie.

No aguanto más, cojo el móvil, lo enciendo, busco el contacto de Marta, voy a darle al botón verde, pero en el último instante me arrepiento. Lo dejo, lo vuelvo a coger, dudo qué hacer. Menuda mierda.

Así estoy más de media hora.

Ha llegado el momento. Voy a llamarla. Me tiene que explicar. No me voy a quedar como el cornudo de España.

Pillo el móvil, y cuando estoy a punto de darle al botón, veo que la puerta de mi habitación se abre y mi hermana entra como una exhalación y me empuja.

—¡Gilipollas! —me grita sin mediar palabra.

Más allá del primer besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora