CAPÍTULO 31

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A las tres y cuarto de la mañana viene mi madre a despertarme. Ya está cambiada. Le pido cinco minutos más, pero es imposible. A las cuatro menos cinco estamos en el portal esperando al taxi que nos va a llevar a Bilbao.

Mi hermana tiene la misma cara que yo, así que está claro lo que va a pasar durante el trayecto.

—Ya estamos en el aeropuerto de Bilbao —anuncia mi padre despertándonos a Nai y a mí.

La emoción me puede. En escasas horas estaré abrazando a mi abuela, y por la tarde ya hemos quedado para ir con los colegas a la Playa Bastián la más bonita, o al menos la más especial para mí. Esta es la única parte positiva de estar fuera quince días en Lanzarote.

Bajamos del taxi, cogemos un carro para poner las maletas. Mi hermana y yo nos dirigimos para dentro en busca de la pantalla luminosa donde está la información de los vuelos y de los mostradores de facturación.

Llegamos al centro de la sala del aeropuerto. Nos ponemos a buscar y...

¡Oh, oh! Tenemos un problema. ¡No está el vuelo!

—Nai —digo todo nervioso—, ¿tú lo ves?

—¡No! ¡Ay, mi madre! ¿Y ahora qué hacemos? ¿Se lo decimos a mamá y papá?

Nos giramos y nos damos cuenta de que están entrando en el aeropuerto sonrientes, sin ser conscientes de la que se les viene arriba. ¿Y si nos hemos equivocado de hora? O peor: ¿y si hoy no era el día?

Esto pinta mal, pero que muy mal. Estoy intentando mantener la calma. Imposible.

A ver quién es el guapo que le va con el cuento a mi padre, que lleva sin ver a su familia casi ¡ocho meses!

Se acercan.

Miro a Naira.

Ella me mira a mí.

No se nos ocurre nada.

Mis padres siguen acercándose sonrientes. Bonita ignorancia.

Ya están aquí.

Miro a mi hermana, pero ella ha dado un paso para atrás. Me ha dejado solo ante el peligro. Demasiado tarde para huir. Tendré que ser yo el que lo diga.

—¿Qué pasa, hijo? ¿A qué viene esa cara? Estamos de vacaciones —dice mi padre todo contento y sonriente, algo raro en él, porque tiende a ser un poco serio.

Esto me lo pone todavía más difícil. Yo no quiero ser el responsable de que esa sonrisa desaparezca. Allá vamos:

—Esto... mira... papá... tenemos, ¿cómo decirlo? Un pequeño problema.

—Eso de pequeño lo dirás tú, guapo —oigo que dice mi hermana que sigue detrás de mí.

—¿Qué pasa, chicos? Me estoy empezando a preocupar y se me está cambiando el humor. Y eso sabéis que no es bueno —comenta mi padre usando un tono no tan jovial.

—Es que... estábamos mirando los vuelos, para saber en qué mostrador tenemos que facturar y nos hemos dado cuenta de que no está el nuestro.

Hala, ya lo he soltado. Trato de dar un paso para atrás y piso a Naira que suelta un pequeño quejido. Le viene bien por haberse puesto ahí y dejarme solo.

Mis padres no se inmutan. Se miran. Luego nos observan a nosotros, bueno a mí porque tapo a Naira y ¡se ponen a reír!

Se empiezan a partir el culo mientras yo me quedo con cara de tonto y preocupado.

—¿Nos podéis decir que os hace tanta gracia? ¿Me habéis escuchado lo que os acabo de decir? Hola... que nuestro vuelo a Lanzarote no está, está missing, desaparecido, no sé si me explico...

—Te hemos entendido perfectamente —empieza a decir mi padre con un tono demasiado tranquilo y escapándose una sonrisita.

—¿Entonces? En algo me he perdido porque ahora la persona que no entiende nada soy yo.

—Ni yo —comenta la cobarde desde atrás.

—Nuestro vuelo a Lanzarote no está ahí por una razónmuy sencilla. ¡Nosotros no vamos a Lanzarote!

Más allá del primer besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora