CAPÍTULO 20

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AMERYAN

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AMERYAN

TODO OCURRIÓ EN UN ABRIR Y CERRAR DE OJOS. AMERYAN RECORDABA estar jugando una partida de cartas con Rhaena y Aegon cuando ese hombre entró en los aposentos del príncipe Aegon, luciendo como todo un criminal. De una vez comprendió que él no debería estar allí, su apariencia sospechosa y sus ojos saltones lo delataron. Otra cosa que alertó a Ameryan fue el miedo en la mirada de Aegon y cómo Rhaena se colocó frente a él en un intento de defenderlo.

—¡Vaya, vaya! —canturreó—. ¿Qué tenemos aquí?

—Victor —susurró Aegon.

—Me sorprende que no hayas olvidado el nombre de tu viejo amigo, mi querido príncipe —soltó con sorna—. Espero que no te moleste que haya venido sin avisar antes, es por los viejos tiempos.

—¿Qué demonios haces aquí? —gruñó Rhaena, sacando su cuchillo de caza—. ¡Guardias!

—¡Oh, guardias! —Victor la imitó con una expresión burlona—. Nadie vendrá, Rhaena.

¿Nadie vendrá?

—Rhaena, Aegon —los llamó—. ¿Quién es él?

Cuando la mirada de Victor se posó sobre él, Ameryan deseó no haber hablado nunca. ¿Cómo podía la mirada de alguien guardar una lujuria tan repugnante como esa? Intentó pasar de Aegon y Rhaena para llegar a él, pero ambos se lo impidieron. Las acciones de Rhaena y Aegon fueron nobles, pero ese intento de defenderlo de las garras de Victor le dio la oportunidad al sucio hombre de clavar algo en sus pieles, una especie de aguja con la punta teñida por un líquido.

—No. —Aegon se quejó entre lloriqueos—. Otra vez no.

¿Otra vez?

—Ameryan, corre. —Rhaena intentó hablar más alto, pero su voz se fue transformando en un leve susurro—. Busca ayuda.

—No te moverás de allí, doncel —le advirtió Victor—. A no ser que desees encontrar estas dos cabezas como castigo cuando regreses.

Llevó el cuchillo de Rhaena al cuello de la doncella.

—¡No los toques! —gritó—. No me moveré, no les hagas daño.

Victor soltó los cuerpos debilitados de ambos y caminó hacia él. Por más que evaluó todas sus opciones en ese momento, la más viable estaba fuera de discusión, no podía arriesgarse a que Aegon y Rhaena salieran lastimados sólo porque sus movimientos no serían tan veloces como el de ese maniático. Todo en ese hombre emanaba locura, sus manos temblorosas, las manchas y ronchas en su piel, el terrible aroma a hierbas echadas a perder.

Intentar alejarse fue imposible. Victor tomó uno de sus brazos y lo forzó de pecho contra la mesa, lanzando al suelo las cartas. El golpe no fue tan terrible como el asco que inundó su cuerpo al sentir la nariz de Victor rozar su cuello.

LACUNA, Jacaerys Velaryon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora