CAPÍTULO 4

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AMERYAN

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AMERYAN

—¿PODRÍAS DEJAR DE SACUDIR TU TRAJE? SERÁS UN DESASTRE PARA cuando lleguemos a Desembarco del Rey. —El regaño de su padre fue completamente ignorado. Ameryan continuó jugando con las telas de su traje hasta que una mano firme sostuvo la suya—. Te lo agradezco, Cregan, este chiquillo no solo estaba jugando demasiado con esa tela, también lo hacía con mis nervios.

Ameryan resistió las ganas de rodar los ojos.

—Esto es injusto—masculló.

La mirada de su padre lo dijo todo.

—Estoy incómodo —soltó.

Su padre sonrió.

—Estás hermoso, hijo.

Hermoso.

No se sentía hermoso, aunque era lo único que los demás repetían a su alrededor desde que Evelya terminó de arreglarlo a mitad de camino. Su hermana tenía manos mágicas, o algo así decían las criadas. Evelya adornó sus largos mechones rubios con pequeñas piedras preciosas y brillantes, un obsequio de Cregan. Tenía puesto el mejor de sus trajes, una camisa con trozos largos de tela turquesa que descendía hasta sus piernas, cubriendo casi por completo los pantalones.

Al igual que el resto de sus trajes, ese tenía leves aberturas en el área de su cintura y caderas, con la espalda casi expuesta por completo, dejando a la vista de los demás la cadena con la joya Tyrell que se columpiaba detrás de él, atada con ligeras cadenas doradas al resto de su traje.

Evelya no escatimó con nada. Decoró su cuello y pecho con los collares más delicados que encontró. El traje no era tan descubierto como normalmente eran sus otros trajes, eso a petición de su padre, quien insistió en que Desembarco del Rey no entendería la liberación del cuerpo como los Tyrell lo hacían. «A las septas les daría un ataque si llegasen a verte con eso, hijo», fue lo que le dijo su padre después de ver el primer traje que Ameryan quería utilizar.

—¿Por qué apartas la mirada? —cuestionó su padre, llevando su mano al mentón de Ameryan para que elevara el rostro—. No hay razón alguna para avergonzarte. Posees la belleza de nuestro reino, entrarás a Desembarco del Rey con la frente en alto o no entrarás en absoluto.

Ameryan sonrió.

—Lo sé, padre.

—Tu padre tiene razón —asintió Cregan, aún con la mirada clavada en la ventana del carruaje—. Cualquiera que no caiga sobre sus rodillas al verte debería ser decapitado.

—En eso estamos de acuerdo. —Lucius compartió una risotada con Cregan que por poco lo hace reír a él también—. Me temo que comienzo a arrepentirme de no poder quedarme.

—Quédate —suplicó Ameryan—. Por favor, padre. Puedo afrontar cualquier cosa con más fuerza si tú estás allí. —Sujetó las manos de su padre como quien se aferra a la vida misma—. Te lo ruego, seré bueno, seré gentil, pero seré incluso más que eso si te quedas en Desembarco del Rey con nosotros.

LACUNA, Jacaerys Velaryon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora