CAPÍTULO 19

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JACAERYS

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JACAERYS

LE PAGÓ UNA BOLSA DE ORO EXTRA AL HERRERO DE LA FAMILIA REAL para que tuviera listo el collar en tan poco tiempo. Jacaerys ya había mandado a hacer los dijes, pero insistió en agregar las cadenas de oro como un toque personal. Le pareció que el collar de Daemon, aunque era bastante hermoso, se veía algo tosco en el delicado cuello del doncel. Ameryan lucía mejor con el dorado, con las cadenas finas y los dijes pequeños. No necesitaba cargar cientos de joyas sobre él para brillar.

Lo hacía por sí mismo, sin la necesidad de ninguna piedra.

Estaba seguro de que sus tíos, primas y hermanos seguramente se habrían muerto de la risa si él les hubiese confesado lo que hizo, lo que pensó. Cuando Ameryan golpeó su entrepierna con tanta naturalidad y pasó por encima de él para cargar a Viserys en brazos, lo único que Jacaerys pensó fue que un doncel como ese merecía un obsequio.

¿Un obsequio por haberlo golpeado? No.

Un obsequio por haberle mostrado a Jacaerys su verdadero rostro.

Pocos días después de ese encuentro, Jacaerys paseaba por uno de los pasillos, preguntándose cómo lograría ver otra vez ese rostro, esa expresión tan volátil y deslumbrante. La voz de Otto y Daemon, junto a las quejas de Rhaenyra y Alicent, interrumpieron esos pensamientos. Jacaerys avanzó un poco más, hasta que dio con ellos cerca de la entrada del salón principal.

—¿Sucede algo? —preguntó.

Ninguno contestó, eso no fue una buena señar.

Normalmente, ese extraño grupo de cuatro siempre seguía un orden, incluso cuando algo estaba mal. Otto daba las malas noticias, Rhaenyra presentaba el lado positivo y Daemon se burlaba de la situación. Alicent estaba allí como un soporte, era capaz de amoldarse a cualquier inconveniente y presentar los mejores consejos. Sin embargo, todos guardaron silencio, incluso Otto.

—No me gusta este silencio —murmuró—. ¿Qué ha sucedido?

—Un inconveniente —respondió Daemon.

—¿Y ese inconveniente es...?

Helaena se abrió paso entre los guardias con una expresión arrabiada. No, no era solo arrabiada, Helaena lucía fuera de sí misma. Su cabello, siempre perfectamente peinado, estaba fuera de lugar. Tenía un brillo peligroso en los ojos y una mueca desesperada.

—¡No están por ninguna parte!

Jacaerys se alarmó.

—¿Quiénes? —preguntó—. ¿Por qué guardan silencio?

Helaena caminó hacia él con fuertes pisotones.

—Oh, ¿no te lo dijeron? —preguntó—. ¡Victor encontró la forma de escabullirse entre los guardias para llegar a Aegon! ¡A mi esposo! —Su rugido fue letal.

LACUNA, Jacaerys Velaryon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora