CAPÍTULO 41

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JACAERYS

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JACAERYS

LA PAZ SE HABÍA ACABADO PARA ÉL. LO SUPO DESDE EL MOMENTO EN QUE encontró el espacio vacío en la silla de Morgana, donde debía estar la joya de Visenya. Pidió dos cosas en ese momento, una en voz alta y otra en su mente, como una plegaria para los Antiguos Dioses. Pidió en voz alta que no se hiciera un escándalo por ello, que se mantuviera la cordura y no hicieran nada de lo que después podrían arrepentirse. Su familia no lo escuchó.

Lo segundo que pidió, su plegaria para los Antiguos Dioses, fue que Ameryan lo pudiese perdonar después, pues la Fortaleza Roja estaba a punto de convertirse en una pesadilla para el doncel. Utilizaron toda la noche y madrugada para buscar por la fortaleza. Corlys Velaryon y Rhaenys no dudaron en ayudarlos, compartiendo una preocupación similar.

La joya no estaba en ninguno de sus escondites anteriores. Todos muy bien estudiados, todos escogidos en la frialdad de su pensamiento crítico. Antes de sugerir un lugar como escondite para la joya, Jacaerys realizaba un estudio previo, veía cuántas personas podían acceder a ese lugar y qué tan desapercibido pasaría.

Nadie más, ni siquiera los criados y guardias, tenían conocimiento de esa joya. En lo que a ellos respecta, todos estaban buscando una bolsa de lona con el sello Targaryen que fue robada del poder de Jacaerys.

Por eso, cuando la joya seguía sin aparecer a la mañana siguiente, Jacaerys no pudo evitar que su familia cayera en el pánico y actuar como actuaron, tratando a Ameryan y Evelya Tyrell como posibles ladrones. Esas acciones no solo serían vistas como una ofensa, sino como una declaración de guerra. Si la rebelión se llegase a enterar de eso, no habría matrimonio o hijos que pudieran calmar la sed de venganza por arruinar el honor de sus donceles y doncellas.

—Salgan —ordenó a su familia—. Por favor, permítanme hablar con Ameryan en privado.

Ameryan fue insistente, le mantuvo la mirada a todos ellos, pero no recibió ni una sola de vuelta. El dolor fue tan claro que Jacaerys sintió la capacidad de tomarlo y sentir su peso. Desde la confesión de Ameryan en la playa, semanas atrás, Jacaerys sentía que el universo había sido demasiado gentil con él.

Frente a él estaba la puerta que debía abrir para encontrar la respuesta a su laguna, a ese hoyo vacío en su interior, a eso que siempre le hizo falta, pero que jamás tuvo un nombre. Y esa puerta fue lastimada, fue golpeada y manchada.

Y estaba llorando.

—Ameryan...

—Cierra la boca —ordenó—. Has guardado silencio por mucho tiempo, ¿te dolería hacerlo un poco más?

Merecía esa crueldad.

—Tú...—La incredulidad en su mirada y en su voz fueron un golpe más a la boca de su estómago. Las lágrimas en sus mejillas fueron como flechas, todas buscando clavarse en su espalda y pecho—. ¡Maldición! Tú me crees un ladrón. Después de todo lo que hice. ¡Te lo entregué todo, Jacaerys! ¿Qué más pude haberte dado? Creo que me he quedado sin nada para mí.

LACUNA, Jacaerys Velaryon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora