CAPÍTULO 31

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AMERYAN

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AMERYAN

ESTABA EN LOS APOSENTOS DE JACAERYS CUANDO DESPERTÓ. EL SOL lo saludó en lo alto del cielo, atravesando la ventana con sus rayos más fuertes para calentar su rostro antes de despertar. El frío en Desembarco del Rey no era algo para bromear, su cuerpo desnudo temblaba bajo las finas sábanas. Confundido y algo adolorido, Ameryan se enderezó sobre el mullido colchón. La confusión del principio se transformó en vergüenza al recordar por qué sólo había una sábana sobre su cuerpo.

Después de haberlo tomado con la fuerza que sólo un dragón podría tener, Jacaerys cubrió su cuerpo con las prendas desacomodadas y juntos corrieron por los pasillos vacíos de la fortaleza. Alejaron a los guardias que resguardaban los aposentos del príncipe y a las curiosas criadas, esa noche les perteneció en su enteridad.

Jacaerys exploró su cuerpo por horas. Cuando el cansancio amenazaba con arroparlos a ambos en el mundo de los sueños, los dos se llenaban el estómago con fruta, mientras Ameryan descansaba la cabeza en el pecho del príncipe heredero. No fue capaz de mantener sus manos alejadas de él. Suplicó por la oportunidad de volver a tomarlo en su boca, de sentir esa hombría pesada y caliente llenar cada parte de él.

Ensuciaron las sábanas limpias y Jacaerys se negó a dejarlo dormir en medio de la suciedad de sus cuerpos o la muestra de todo el placer sentido esa noche. El cuerpo de su prometido lo calentó por el resto de la madrugada.

Había caído en una espiral de locura que no parecía querer parar. Círculo tras círculo, todo lo que veía al final era el rostro sonriente de Jacaerys.

Y volvió a verlo al abrir los ojos, segundos después de haber saludado al sol desde la ventana.

—Despertaste.

Jacaerys salió del cuarto de baño con una sábana más corta colgando tentadoramente de sus caderas. No esperaba encontrarse con Ameryan despierto y andando, caminó veloz hacia él y acunó sus mejillas con ambas manos.

—¿Por qué te has levantado? Debes descansar.

—Jacaerys, estoy bien —aseguró—. Estoy más que bien.

—¿Lo estás? —Jacaerys dejó un beso sobre su sonrisa—. Pues me complace saber que he logrado satisfacer a mi codicioso prometido.

—¿Codicioso? —Ameryan no logró mantener una expresión seria por mucho tiempo. Los recuerdos de las horas anteriores, de su insistencia por ser tomado una y otra vez, lo hicieron soltar una pequeña carcajada—. Bueno, tal vez lo sea un poco.

—¿Un poco? —Jacaerys rio con él—. Creí que no lograría dar la talla a tu lado.

—La diste, mi príncipe —murmuró—. Sé cuál es el motivo de tu preocupación y te ruego que no me veas con esos ojos. No soy un ciervo herido en el bosque, doncel o no, sigo siendo un hombre.

LACUNA, Jacaerys Velaryon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora