CAPÍTULO 5

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JACAERYS

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JACAERYS

ANTES DEL ATARDECER, UN MONTÓN DE TROMPETAS ANUNCIARON LA llegada de los Tyrell a Desembarco del Rey. Los músicos no se restringieron. Sacaron los tambores, las flautas y siguieron el enorme carruaje hasta que pasaron la entrada de la Fortaleza Roja. Jacaerys debía estar en otro lugar, pero no se movió de su habitación. Había estado pensando en ese momento durante todo el día. Su corazón latía sin control, pero dio un vuelco especialmente brusco cuando escuchó el estruendo feliz de sus súbditos. Se levantó del sillón y corrió hacia el ventanal.

El carruaje de los Tyrell era un punto de color verde brillante en la distancia, tenía detalles dorados con el emblema de la casa. Un total de cuatro corceles tiraban del carruaje, sementales enormes y fibrosos, cada uno de un color distinto y con un pelaje brillante que lo sorprendió.

Jamás había visto corceles tan finos como esos.

No podía ver exactamente todo desde esa altura, pero sí logró distinguir algunas manos salir de las ventanas del carruaje para saludar a los que se acercaban. Jacaerys soltó un bufido y se retiró. Las puertas de su habitación se abrieron bruscamente, esperó que se tratase de Aegon o de Lucerys, pero fue Daemon quien caminó hacia él con el rostro lleno de molestia.

—¿Qué haces aquí?

—Es mi habitación.

—No te pases de listo conmigo, Jacaerys.

Jacaerys masculló una maldición.

—Maldigo lo mucho que te pareces a mí —escupió Daemon—. Deberías estar en la entrada de la Fortaleza Roja con los demás. ¿Cómo es posible que tus hermanos sean quienes reciban a tu prometido? ¡Esta es la unión que nuestra casa más necesita, Jacaerys! —Jacaerys no retrocedió, aunque eso no evitó que sintiera algo de sorpresa por esa faceta de Daemon—. He tratado de ser paciente, no deseo que termines cargando con un peso que no vale la pena.

Un peso que cargas tú.

Jacaerys apartó la mirada.

Daemon cargaba con incontables nombres y muertes en su espalda, uno de ellos era el nombre de su primera esposa, Rhea Royce. Muchos afirmaban que su muerte fue por una causa natural, pero las voces más silenciosas y venenosas señalaban a Daemon como el perpetrador de esa muerte. Los habitantes de Piedra de las Runas aún no podían ver a Daemon sin lanzar insultos y maldiciones por tal pecado.

¿A eso se refería Daemon? ¿Tenía miedo de que él terminara igual? ¿De qué terminara asesinando a Ameryan Tyrell? Esas mismas voces describen la locura que se apoderó de Daemon cuando fue obligado a casarse. No soportar a su cónyuge era algo, pero asesinarla cruzaba la línea.

Jacaerys observó a Daemon con burla.

—Descuida, no pienso tocarlo.

Daemon maldijo de dos formas distintas, en la lengua común y en Alto Valyrio. La maldición en Alto Valyrio lo frenó en su lugar. Lo sintió en su sangre, el llamado de atención, la rabia de Daemon y el miedo que trataba de esconder en medio de todas esas emociones. Jacaerys no era un asesino, las vidas que quitó fueron en nombre de la justicia y la paz, nada más. Se negaba a utilizar su espada para marcar alguna injusticia.

LACUNA, Jacaerys Velaryon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora