࿐ ࿔*:･𝐋𝐀𝐂𝐔𝐍𝐀 | JACAERYS VELARYON no esperaba encontrar en un matrimonio arreglado lo que faltaba para llenar el espacio en su alma.
• JACAERYS VELARYON X MALE OC!
[PERSONAJE MASCULINO] •
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AMERYAN
LOS PRISIONEROS, LOS SUCIOS LADRONES, NO TENÍAN PERMITIDO ANDAR como nobles por la fortaleza. Algunos días pasaron desde ese terrible incidente, Ameryan no se preocupó en llevar la cuenta. Hizo lo que la familia real esperaba que hiciera, permaneció en sus aposentos todo el día. Después de haberse enfrentado a Jacaerys, creyó que lo ideal sería no volver a salir. Comía, bebía, realizaba sus necesidades de higiene y limpieza allí. No volvió a ver a la reina o a Daemon, mucho menos a Jacaerys.
Los guardias no se apartaron de su puerta, pero tampoco parecían querer evitarle la salida. Uno de ellos se acercó, horas después del enfrentamiento, a observar al doncel con burla y soltar esas palabras venenosas. «La reina Rhaenyra no desea que se sienta incómodo. Para demostrar su confianza, ella les permitirá salir y continuar con sus actividades».
Olvidó mencionar la parte en la que tendría a cuatro guardias siguiendo todos sus movimientos. No querían que se sintiera como un criminal, pero no hicieron nada para evitar que él se sintiera así. Para evitarse esos malestares, Ameryan decidió no salir en absoluto.
Ya no comía con ellos, no paseaba con ellos y no cuidaba de sus hijos más pequeños. El dulce Viserys golpeó su puerta en numerosas ocasiones, llamándolo entre lloriqueos que le rompieron el corazón. Ya no confiaba en los guardias de la familia real, no les permitiría estar cerca de sus criadas, por eso ordenó que llevaran lo necesario para que ellas y Evelya durmieran en sus aposentos.
Tara y Lyvia dormían juntas en uno de los enormes sillones. Zira y Miranda ocuparon el segundo, mientras que Evelya dormía en la cama con él. Los guardias que lo acompañaron, la mitad de Altojardín y la mitad de Invernalia, tuvieron prohibida la entrada a la fortaleza. Para comunicarse con ellos, Ameryan dejó caer algunas cartas atadas a piedras pequeñas por los ventanales.
Eran mensajes clave, mensajes que sólo su gente sabría descifrar.
Crisantemos para Cregan, adelfa rosa para Samdren y lirios para su padre. Con sus instrucciones, Ameryan esperaba recibir algo de ayuda pronto. El cambio en su cabeza y en su corazón lo asustó. Días atrás, lo único que deseaba era poder casarse con Jacaerys, el hombre que ama. Allí, su prioridad era salir con vida de Desembarco del Rey.
—Papá tenía razón —susurró. Zira dejó de peinar su cabello para observarlo por el reflejo del cristal—. Ninguna corona vale mi vida.
—Temía que algo como esto pasaría —se lamentó Tara, trenzando los largos mechones oscuros de Evelya—. Recuerdo a su madre, mi vieja amiga Morgana, diciendo lo mucho que odiaba estas partes de Poniente.
—Mi madre no odiaba a los Targaryen, Tara.
—No los odiaba —asintió la mujer—, pero tampoco aprobaba sus actitudes. Los demás nobles de Poniente los consideran locos, nobles de grandeza que juegan a ser dioses.
