Capitulo 11

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Habían pasado unos pocas semanas desde que comenzaste a entrenar bajo la supervisión de Konig. Al principio, las sesiones eran intensas pero llenas de una conexión que, aunque no del todo explícita, se sentía genuina. Sus instrucciones eran claras y precisas, pero siempre había un pequeño toque de cercanía en su voz, un matiz que te hacía sentir que él realmente se preocupaba por ti, por tu progreso. Sin embargo, con el paso del tiempo, algo había cambiado.

Konig, el hombre que solía ser atento y cercano en sus propias maneras silenciosas, se había vuelto distante. Ahora, las palabras que antes llevaban un tinte de aliento y apoyo eran meramente profesionales, frías incluso. Te daba las instrucciones del día sin mirarte demasiado a los ojos, evitando cualquier tipo de conversación que no estuviera estrictamente relacionada con el entrenamiento. Sentías que algo se había roto entre ustedes, aunque no podías identificar exactamente cuándo o por qué había ocurrido.

Te habías preguntado repetidamente si habías hecho algo mal, si alguna acción tuya había provocado este cambio. Pero cada vez que intentabas acercarte, su actitud se mantenía igual de cerrada, lo que sólo aumentaba tu frustración y tristeza. Había días en los que considerabas confrontarlo directamente, pero el temor de una posible respuesta que no querías oír te frenaba. ¿Y si te decía que prefería mantener la distancia? ¿Y si te confirmaba que tu relación ahora solo debía ser profesional? No querías arriesgar lo poco que quedaba de lo que solían tener.

Esa tarde, el entrenamiento era más difícil de lo normal, no por la intensidad física, sino por el peso emocional que cargabas. Te sentías agotada, tanto por los ejercicios como por la incertidumbre que te estaba consumiendo. Los demás soldados entrenaban a tu alrededor, pero te sentías extrañamente aislada, como si estuvieras en una burbuja de dudas y confusión. Intentaste concentrarte en los ejercicios, en seguir las órdenes de Konig sin perder el ritmo, pero tu mente vagaba constantemente hacia él.

De repente, mientras realizabas una serie de estiramientos, escuchaste unas voces familiares. Giraste la cabeza hacia las gradas y, para tu sorpresa, viste a Ana y Marcos sentados allí, animándote con sonrisas y saludos. Una oleada de alivio te recorrió el cuerpo. Ver a tus amigos ahí, en su tiempo libre, tomándose un momento para venir a apoyarte, fue un bálsamo para tus nervios.

Levantaste una mano para saludarlos, intentando devolverles la sonrisa. Ellos respondieron con gestos entusiastas, haciéndote sentir, al menos por un momento, que las cosas no estaban tan mal. La presencia de Ana y Marcos te recordó que no estabas sola, que había personas que te apoyaban, incluso si Konig había decidido distanciarse.

Pero incluso mientras intentabas aprovechar ese pequeño respiro de alegría, no podías evitar que tus ojos buscaran, casi por instinto, la figura de Konig. Lo encontraste de pie, observándote desde la distancia, con esa máscara inmutable que siempre llevaba. Su postura era rígida, imperturbable, pero sabías que detrás de esa fachada, había algo más. ¿Podía él ver la tensión en tu rostro? ¿Podía él sentir el dolor de la distancia que había creado entre ustedes? No lo sabías, y la duda te carcomía por dentro.

Konig también había notado a tus amigos en las gradas, y aunque no lo demostró, algo en su interior se contrajo al ver cómo tu rostro se iluminaba con su presencia. Sabía que era algo natural, que la llegada de tus amigos debería haberte dado ánimo, pero no pudo evitar sentir una punzada de celos. Por un instante, se permitió pensar en cómo sería si él pudiera darte ese mismo apoyo, esa misma alegría, sin las barreras de su propia mente. Pero inmediatamente, se reprendió a sí mismo por ese pensamiento. No podía permitirse tales distracciones.

La verdad era que Konig estaba luchando contra sus propios demonios. Había notado cómo su ansiedad, su constante temor a mostrar debilidad, había comenzado a afectar su relación contigo. Cada vez que sentía una conexión emocional creciendo entre ambos, su instinto era retroceder, protegerse. Había aprendido a lo largo de los años que las emociones podían ser un arma de doble filo, y en su posición, no podía permitirse ser vulnerable.

En el Fuego de la Batalla [König x T/N]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora