KONIG
Desperté lentamente, hundido en el sillón de mi oficina. Una luz grisácea se filtraba por las persianas, lastimándome los ojos, recordándome que ya era de mañana. Sentía los músculos entumecidos, el dolor de cabeza palpitando y mis ojos aún hinchados y secos. La sensación en mi cuerpo era más que agotamiento físico; era como si algo pesado se hubiera instalado en el centro de mi pecho.
Bajé la mirada y noté mis nudillos: estaban ensangrentados, la piel agrietada y roja por el golpe tras golpe que descargué en el saco de boxeo en la madrugada. Sentía la tensión pulsar en cada articulación, recordándome cómo la rabia había tomado el control, cómo mi frustración y arrepentimiento se habían convertido en golpes torpes e imparables. Sabía que algo en mí se estaba desmoronando, y cada intento de ignorarlo solo parecía empeorar las cosas.
Dejé caer la cabeza hacia atrás, apretando los ojos y llevándome una mano a la cara, como si de alguna forma pudiera sacudir la tormenta que llevaba dentro. No podía sacarme de la cabeza cómo ella había estado aquí anoche, cómo había venido a verme, y cómo, en mi propio estado de caos, había insistido en que se fuera.
"Idiota," murmuré en voz baja, escuchando el eco de mis propias palabras rebotar en las paredes vacías. Había intentado protegerla, pero en el proceso solo la había herido. Ella merecía algo mejor, y en mi debilidad, en ese intento de mantenerla a salvo de mis propios demonios, lo único que había logrado era hacerle daño.
Me levanté lentamente, cada movimiento enviando punzadas de dolor a mis hombros y espalda. Me acerqué al espejo de la pared y observé mi reflejo: un desastre. Mi cabello desordenado, el rostro cansado y esas sombras oscuras bajo mis ojos. Parecía un extraño, alguien que había olvidado el porqué de su propia existencia. Verme así solo me recordaba cuánto tiempo llevaba esquivando lo que realmente sentía, negando cada impulso, cada emoción que ella lograba hacer brotar en mí.
Me apoyé contra la pared, cerrando los ojos y dejándome llevar por el silencio, tratando de poner en orden mis pensamientos. Pero todo era un enredo, una mezcla de imágenes de ella mirándome preocupada y de mis propias palabras, rechazándola, alejándola. ¿En qué momento me había permitido llegar a esto? A depender de alguien, a preocuparme por alguien tan profundamente que me aterraba perder el control.
Me dejé caer en el sillón de la oficina, cerrando los ojos y sintiendo cada músculo tenso y agotado. No quería responder a tus mensajes; ni siquiera podía mirarlos sin sentir que estaba perdiendo control de mí mismo. Te había enviado un mensaje diciendo que el entrenamiento de hoy se cancelaba, sin explicación ni excusa, y dejé el teléfono a un lado, tratando de ignorar el peso en el pecho que me aplastaba más y más cada vez que me venías a la mente.
Había algo en todo esto que me hacía sentir como un adolescente torpe y sin rumbo, alguien que se desmorona al más mínimo roce contigo. Traté de convencerme de que no debía pensar en ti, de que debía mantenerme a distancia, pero esa determinación se desmoronaba en cuanto cerraba los ojos y volvía a verte en mi memoria, acercándote anoche a mi oficina con tanta decisión.
De pronto, mi descanso se interrumpió con la realización de que tenía una reunión. Me puse de pie y me arreglé la camisa con una rapidez casi frenética, y agarre mi máscara y me la coloque sobre mi rostro, intentando ahogar la ansiedad mientras me dirigía al aula, recordándome una y otra vez que debía evitar encontrarte. Pero cuando llegué, sentí ese presentimiento. No necesitaba ni mirar alrededor para saberlo; eras como un imán que atraía mi atención con solo estar cerca.
Ahí estabas. Te vi, acostada en el banco, con la cabeza apoyada en tus brazos mientras tu amiga Ana te sobaba la espalda, con el rostro preocupado. Mi cuerpo entero se paralizó, y fue como si el mundo se detuviera. Mi voz me traicionó en el primer saludo, y aunque traté de recomponerme, mi voz seguía temblando.
Tu mirada me alcanzó de inmediato, como si hubieras sentido mi presencia antes de que yo mismo estuviera consciente de ella. Nuestros ojos se cruzaron, y un temblor extraño recorrió todo mi cuerpo. No sé cuántos segundos pasaron mientras nuestras miradas se mantenían unidas, pero cuando finalmente logré apartar los ojos, sentí un vacío casi doloroso en el pecho, como si me hubieran arrancado algo al romper ese contacto.
Tomé aire, intentando concentrarme en lo que estaba allí para hacer. "Bien, buenos días a todos," logré decir, aunque me escuché a mí mismo como si fuera un extraño. Mi voz sonaba inestable, y cuando volví a levantar la vista, te encontré observándome de nuevo. Tus ojos eran una mezcla de sorpresa y algo más, algo que me hacía sentir desnudo, sin ninguna barrera que me protegiera de ti.
Intenté no mirarte, pero eras como un ancla, como un pulso constante que me mantenía conectado a ti. Carraspeé y seguí hablando, luchando por mantenerme enfocado en cada palabra, en cada frase, pero mis manos seguían temblando y cada vez que sentía tu mirada, era como si un peso invisible se asentara en mis hombros. Terminé mi parte como pude, y apenas murmuré un "Gracias por su atención," al profesor.
Pero al dar media vuelta, sentí la necesidad de mirarte una última vez. Ahí estabas, levantando la cabeza, y vi en tus ojos una preocupación que me desgarró el alma. Me invadió una necesidad de acercarme, de decirte todo lo que había callado, de ser honesto contigo por primera vez. Pero me giré y salí del aula rápidamente, sin atreverme a mirar hacia atrás.
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Después de salir de la reunión, hice todo lo posible por no cruzarte en ningún momento. Evité las áreas donde sabía que podrías estar, manteniéndome ocupado y escondido en mis deberes. Revisé los documentos de los reclutas, entrené solo en el gimnasio y repasé estrategias en la oficina, todo para evitar responder a los mensajes que me enviabas.
El teléfono vibraba de vez en cuando, y aunque una parte de mí quería responderte, el miedo me frenaba. Sabía que estaba actuando de forma absurda, pero algo en mí seguía atrapado en la noche anterior. La vulnerabilidad que sentí cuando entraste a mi oficina y me encontraste en ese estado, con mis propios demonios a la vista... no quería que volvieras a verme así.
Al final del día, decidí enviarte un mensaje corto: "El entrenamiento sigue cancelado. Nos veremos después." Luego, apagué el teléfono y volví a hundirme en el sillón de mi oficina. El silencio en la habitación era casi ensordecedor, y sentí cómo el cansancio se apoderaba de mí otra vez.
En algún momento, cerré los ojos, tratando de desconectar, pero la imagen de tus ojos seguía ahí, firme en mi mente. Tu mirada preocupada no se desvanecía, y aunque intentaba convencerme de que lo mejor era mantenerme a distancia, una parte de mí anhelaba explicarte lo que realmente estaba pasando. Me sentía perdido, entre el deseo de protegerte de mi propia inseguridad y el miedo de perder algo que apenas estaba comenzando.
El día pasó lento y monótono, y mientras el sol se iba poniendo, supe que no podía evitarte para siempre, pero por ahora, mi propia debilidad me hacía quedarme lejos, en silencio.
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En el Fuego de la Batalla [König x T/N]
FanfictionEn una prestigiosa academia militar, te esfuerzas por destacar a pesar del agotamiento constante. Todo cambia cuando el legendario Coronel Konig, conocido por su valentía y liderazgo en KorTac, llega para dar una conferencia y te encuentra dormida e...