KÖNIG
Cerré la puerta de mi habitación con un golpe seco, dejando escapar un largo suspiro que llevaba conteniendo desde que la dejé en la entrada de su dormitorio. Me apoyé contra la madera fría, cerrando los ojos y tratando de calmar los latidos frenéticos de mi corazón. ¿Qué demonios me pasa? Ella había estado tan cerca... y yo había querido, no, necesitado besarla. Pero al final, una vez más, me faltó el coraje.
—"Scheiße..." —murmuré entre dientes, golpeando mi cabeza levemente contra la puerta. ¿Por qué soy tan cobarde? Puedo enfrentarme a los peores enemigos en el campo de batalla, puedo liderar hombres en misiones imposibles, pero en el momento que más deseaba ser valiente... me congelé.
Llevé una mano temblorosa a mi rostro, sintiendo la tela de la máscara aún puesta. Estaba tan cerca de quitármela frente a ella. Podía sentir sus dedos suaves acariciando mi piel a través de la tela, y todo mi cuerpo se encendió con ese toque. Pero al final, el miedo me venció. No podía dejar que me viera. No así. No con todas estas cicatrices.
Con un suspiro de frustración, tiré de la máscara, dejándola caer al suelo. Me sentí expuesto al instante, como si sin ese pedazo de tela todo mi ser estuviera al descubierto. Caminé hacia el pequeño espejo que colgaba en la pared, un espejo que rara vez usaba. No soportaba mirarme, no quería enfrentar al hombre roto reflejado ahí.
Cuando finalmente me obligué a levantar la vista, vi lo que siempre veía: un rostro marcado por el pasado, cicatrices que contaban historias de violencia y dolor. ¿Cómo podría ella querer esto? ¿Cómo podría alguien como ella, tan dulce, tan... perfecta, aceptar a alguien como yo?
"No eres suficiente para ella..." me dije, mi voz apenas un murmullo en el silencio de la habitación. Era mejor aceptar eso ahora, antes de que ella también lo descubriera.
Pasé una mano por mis mejillas, siguiendo las líneas irregulares con mis dedos, como si con cada trazo pudiera borrar una parte de lo que soy. Pero las cicatrices permanecían, testigos mudos de mis fracasos, de todas las veces que no fui lo suficientemente rápido, lo suficientemente fuerte.
Aparté la mirada del espejo y me dejé caer en la cama, mi cuerpo sintiendo el peso del día, el peso de mis inseguridades. No podía dejar de pensar en ella, en cómo sus ojos brillaban cuando me miraba, en esa sonrisa que hacía que todo el ruido de mi mente se silenciara, aunque fuera por un instante.
Me giré en la cama, buscando una posición que me permitiera dejar de pensar. Pero cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro. Veía el momento en que casi me besó, en que sus dedos tocaron mi máscara y yo... no hice nada.
"Warum muss es so schwer sein?" susurré al aire, esperando alguna respuesta que nunca llegaría.
Sabía que debía alejarme, que no tenía derecho a quererla, no cuando ni siquiera podía mostrarme tal como soy. Pero maldita sea, no puedo dejar de pensar en ella. Quiero ser mejor, quiero ser alguien que merezca su cariño, pero... no sé cómo hacerlo.
La noche pasó lenta, con el sonido de mis propios pensamientos como único compañero. Di vueltas una y otra vez en la cama, cada cambio de posición solo me recordaba lo que realmente deseaba: tenerla a mi lado, sentir su piel contra la mía, saber que al menos por un momento, era suficiente para alguien como ella. Pero por ahora, solo tenía este vacío y mis propios demonios para consolarme.
Finalmente, me quedé mirando el techo, mis ojos pesados por el cansancio, pero mi mente aún activa, repitiendo una y otra vez la misma pregunta: ¿Alguna vez seré lo suficientemente bueno para ella?
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El día siguiente llegó antes de lo que esperaba, con la alarma de mi teléfono sonando como un martillo en mi cabeza. Apenas había dormido, y los pocos minutos de sueño que conseguí se sintieron como un suspiro en medio de una tormenta. Me quedé en la cama por unos segundos más, mirando el techo de mi habitación. Las imágenes de la noche anterior volvieron a mi mente como un torbellino. Su rostro, sus ojos mirándome con esa mezcla de dulzura y duda... Y yo, una vez más, fallando en ser valiente.
Con un gruñido de frustración, me obligué a levantarme. No podía permitirme mostrar debilidad, no hoy, ni ningún otro día. No cuando tantos contaban conmigo. Me puse la máscara, ajustándola firmemente. Al menos, detrás de ella, podía esconder mis inseguridades.
Bajé al comedor de la base. A esa hora, aún era temprano, y la mayoría de los soldados estaban apenas comenzando a llegar. El olor del café recién hecho llenaba el aire, pero mi apetito había desaparecido junto con mi paz mental. Tomé una taza de café negro y me senté en una de las mesas apartadas, como siempre lo hacía. No quería que nadie me viera tan... perdido.
Mi mente seguía divagando hacia ella. Me preguntaba si se había dado cuenta de lo mucho que me afectaba su cercanía, de cómo me derretía por dentro cada vez que sonreía. ¿La habría hecho sentir mal con mi silencio? ¿Pensaría que no me importaba?
La respuesta llegó más pronto de lo que esperaba, porque al rato la vi entrar en la cafetería. Estaba con Marcos y Ana, riendo por algo que él había dicho, su risa llenando el espacio como un bálsamo. Mi pecho se apretó al verla tan despreocupada, como si la confusión y el dolor de la noche anterior no hubieran existido. Me sentí aliviado, pero también un poco... ¿celoso? ¿Por qué debía afectarme tanto verla feliz con otros?
Quería acercarme, decirle algo, cualquier cosa que arreglara el desastre que yo mismo había creado. Pero me quedé allí, inmóvil, mirando cómo tomaba su desayuno y charlaba con sus amigos. Solo de pensar en hablarle sentía que mis manos sudaban dentro de los guantes. No podía seguir así. Necesitaba hacer algo, decir algo antes de que fuera demasiado tarde.
Pero antes de que pudiera siquiera levantarme, la puerta de la cafetería se abrió de golpe y Anya entró con su usual presencia imponente. Ella me vio de inmediato, con esos ojos fríos que siempre me analizaban de manera inquietante. Se dirigió hacia mí con pasos decididos, ignorando las miradas que atraía a su paso.
"König, justo te estaba buscando" dijo, deteniéndose frente a mí.
Asentí, sintiendo una opresión en el pecho. Anya siempre parecía aparecer en los peores momentos. Ella no se molestó en preguntar si me importaba su compañía; simplemente se sentó frente a mí, apoyando los codos en la mesa y mirándome fijamente.
"Necesito que revises unos documentos importantes" continuó, sacando una carpeta delgada y colocándola frente a mí. La abrí, más por inercia que por interés real, pero mis ojos seguían volviendo una y otra vez a la figura que había dejado de mirar. Ella estaba ocupada, riendo con Marcos y Ana, ajena a mi presencia... o tal vez simplemente ignorándola a propósito.
"¿Me estás escuchando?" la voz de Anya me devolvió al presente. Parpadeé, intentando centrarme en lo que me decía.
"Sí, claro... los documentos" murmuré, aunque en realidad no había escuchado ni una palabra.
Anya entrecerró los ojos, como si sospechara algo. Pero antes de que pudiera interrogarme más, me levanté bruscamente.
"Lo revisaré en mi oficina. Te alcanzaré luego" dije, tratando de evitar que mi voz temblara. Necesitaba salir de ahí antes de hacer una estupidez. Como si me hubiera leído la mente, Anya frunció el ceño, claramente molesta por mi abrupto comportamiento, pero asintió sin decir más.
Salí de la cafetería con pasos apresurados, sin mirar atrás. Me sentía como si hubiera corrido un maratón. Necesitaba tiempo para pensar, para planear cómo podría arreglar las cosas con ella.
Me dirigí directamente a mi oficina. Cerré la puerta tras de mí, dejando escapar un suspiro pesado. Mis pensamientos estaban en caos, una mezcla de anhelo, miedo y frustración. ¿Cómo podía estar tan confundido? ¿Por qué no podía simplemente decirle lo que sentía?
Me quité la máscara, dejando que el aire frío de la habitación tocara mi piel. Me acerqué al pequeño espejo de la pared, mirando mis propios ojos con severidad. ¿Qué había visto en mí que le hiciera interesarse? ¿Qué veía ella detrás de esta máscara que yo mismo detestaba?
Aún no lo sabía, pero algo tenía que cambiar. Si realmente quería estar con ella, tendría que encontrar el valor de mostrarme como soy. No podía seguir ocultándome para siempre. Ella merecía más que un hombre roto que solo sabe esconderse.
Decidido, me volví hacia el escritorio y empecé a revisar los documentos que Anya había dejado. Pero mi mente seguía volviendo a su sonrisa, a la forma en que me miraba, a la esperanza de que tal vez, solo tal vez, ella pudiera aceptar las partes de mí que yo mismo no podía.
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En el Fuego de la Batalla [König x T/N]
Fiksi PenggemarEn una prestigiosa academia militar, te esfuerzas por destacar a pesar del agotamiento constante. Todo cambia cuando el legendario Coronel Konig, conocido por su valentía y liderazgo en KorTac, llega para dar una conferencia y te encuentra dormida e...