CAP 28

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—Eres mía.

Suéltame, por favor.

—Siempre que lo hagas con alguien, recuerda que serás mía primero.

—Me lastimas.

—Pero te gusta.

—Por favor, suéltame.

Estaba amarrada y él dándome embestidas muy fuertes. Yo solo podía pensar en morirme. ¿Cómo había cambiado todo esto? ¿Él era mi primer amor? No, claro que no. Él ya no era ese lindo chico del cual me enamoré.

—Esto te pasa por idiota.

—Esteban, por favor, me está doliendo —dije entre lágrimas.

—Esto es por culpa de tus hermanos. Ellos me destruyeron la vida, y me las cobraré contigo —me dio una cachetada—. Los Medina me desgraciaron la vida.

—Te lo ruego, suéltame.

—Si dices algo de esto, tus hermanos mueren.

Me desperté con la respiración acelerada y lágrimas por mis mejillas. Hacía mucho que no tenía pesadillas con ese momento. Verlo nuevamente me daba miedo, mucho, mucho miedo. Me levanté y vi que eran las 4 de la mañana. Fui al cuarto de Javier; no estaba. Fui al cuarto de Julián; tampoco estaba, al igual que Andrés.

Mi última opción fue ir al cuarto de Daniel. Cuando entré, pude ver que estaba sin camisa y solo en bóxer con el aire acondicionado más alto posible. Entré a la cama.

—¿Está todo bien? —se da la vuelta y me estira su brazo. Yo me acuesto en él y me acurruco a él.

—Tuve una pesadilla con ese momento.

—Te dije que todo estará bien.

—Sí, pero eso no significa que no tenga miedo.

—Hablaré con mi papá para que me preste de sus guardaespaldas.

—No quiero niñeros.

—No son niñeros, son personas que te cuidarán.

—¿Qué les dirás a mis hermanos?

—¿Quieres que les diga? —pasó su otro brazo y me abrazó la cintura.

—No.

—Pues no les diremos.

—Esto es raro.

—¿Qué es raro?

—Que no nos estemos matando.

—Cierto, tú dijiste que no te volviera a tocar —quitó sus brazos de mi cuerpo.

—¡Oye! Ahora sí te doy permiso.

—No, tú dijiste que no te hablara.

—¡Daniel! Abrázame, tengo miedo —hice mis ojitos junto a un puchero.

—Solo porque tienes miedo —se volteó y me abrazó—. No creas que caigo ante esos ojitos y tu pucherito.

—Sí lo haces, todo el mundo cae.

—Yo no.

—Tú sí.

—Mejor volvamos a dormir, necia.

Yo me río y me acomodé nuevamente para que los dos durmiéramos.

Yo me río y me acomodé nuevamente para que los dos durmiéramos

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De repente no siento nada en la cama. No siento ese calor corporal, esa persona que me abrazó y me hizo sentir plena.

Me despierto y empiezo a gritar:

—¡Dani, Dani, Dani! —cuando iba a levantarme, veo cómo sale alguien corriendo del baño.

—¿Qué pasó? ¿Quién fue?

Salgo de la cama y corrí hasta donde él.

—Pensé que te habías ido —lo abrazo.

—Te dije que no me iba a ir.

—Pensé que sí.

—Tranquila, enana, estoy aquí —lo dice mientras acaricia mi espalda.

—¡No te vuelvas a ir así!

—Pero me estaba orinando.

—Está bien.

El abrazo se sentía tan cómodo, algo realmente irreal, y eso me hizo sentir mal con Carlos. Tengo que ir a verlo; no he sabido nada de él. ¿Y si le pasó algo? Necesito ir.

—¿Me puedes llevar a la casa de Carlos?

—Qué forma de romper el momento —me deja de abrazar y se separa de mí—. Arréglate para llevarte —lo dice de una forma molesta.

—¿Estás enojado?

—No, ve a arreglarte.

—Está bien.

Salí de la habitación...









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