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— Tenemos un problema, capitán.

Una jovencita de rasgos finos se acercó a un azabache, y con una sonrisa tímida señaló a la distancia. Mostrando las filas de monstruos que se acercaban a ellos, buscando un poco de comida debido a la escasez de humanos por todos los alrededores. ¡Parecía que los humanos llegaron al final del camino! Y es una lástima que en el cielo no vayan a ser bienvenidos. Ella le entregó un pequeño cristal azul, y poco después se retiró con una sonrisa tímida y un lindo rubor de color carmín en sus pálidas mejillas.

Ese pequeño gesto causó diversión en el azabache.

— Vaya, sigo teniendo talento a la hora de coquetear. — se encogió de hombros, viendo el cristal — ¿Una piedra de luz en pleno desierto y a pleno día? — miró a su hermano, que tenía una expresión amarga en el rostro — Supongo que no quería darme una buena noticia.

Leonardo, hermano adoptivo de Azrael. Le dió una mala cara, viendo el cristal.

— Te quiere muerto.

— Pero me quiere~... — canturreo divertido — Muerto, pero me quiere. ¡JAJAJA! Mierda, mi sentido del humor se ha roto.

Leonardo miró como se reía descontroladamente, viendo la sonrisa torcida que tenía. Y la mirada perdida en el paisaje desértico, cubriendo su nariz para no oler el polvo. Viendo el pequeño aburrimiento en su mirada ónix... Giró la vista cuando el menor lo miró de soslayo con una cara sería.

Azrael sonrió con burla, viendo hacia delante.

— No quería que vinieras. — dijo de repente.

— Con más razón tenía que venir.

Ambos guardaron silencio, viendo cómo los cadetes que tenían más experiencia daban indicaciones a los que no para que hicieran una formación de rebote, para que todos los demonios que se acerque con malas intención se alejen cada vez más que intenten entrar.

— Ja... ¿Dirás que tienes miedo de que muera? — se negó a verlo.

Leonardo se acercó a Azrael, poniendo una mano en su cintura.

¿Está mal que quiera estar contigo? — susurró.

— Está mal desde que comenzaste a verme como una de tus tantas putas. — lo empujó, gruñendo — Y si muero en este lugar donde nadie me conoce, será mucho mejor que morir en la ciudad donde todos me consideran una puta.

Leonardo apretó los labios, hundiendo su nariz en la ropa del otro. Apretando su cintura, asegurándose de que él se quedará en su lugar. Para que no se fuera y lo dejara, él no quería ser abandonado.

Suspiró.

— Lo lamento, cariño. — dijo con un tono suave.

— Mientes. — dijo el menor — Extrañas que gima todas las noches debajo de tí mientras pido más. ¿No es así?

Leonardo sonrió tranquilamente, dándole la razón de forma silenciosa mientras lo abrazaba.

— Extraño todo, no solo tus gemidos. — sonrió.

Azrael gruñó.

— Solo por ser un maestro de clase de reproducción crees que debo darte hijos cuando no puedo. ¿Eres estúpido? — quiso alejarse.

— ¿Qué tiene que ver que no puedas darme hijos? — lo apretó contra él.

Azrael lo miró con molestia.

— Yo si quiero a una mujer. — gruñó — Quiero tener a mis hijos, verlos crecer con mi esposa hasta que ellos también se casen y me den nietos. — bajo la voz — No quiero ser solo el hombre que te da placer solo por parecerse a tu difunta esposa, Leonardo. Solo eres un puto enfermo.

Epifanía. [RadioApple]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora