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El horizonte de Tatooine se iluminaba con los primeros destellos del amanecer. Dos soles gemelos comenzaban a elevarse lentamente sobre las vastas dunas de arena, como si quisieran arrastrarse perezosamente hacia el cielo. Sus tonos anaranjados y rojizos teñían el firmamento con un resplandor dorado que se mezclaba con las sombras aún persistentes en el desierto. El calor, aunque tenue en ese momento, empezaba a disipar el frío de la noche, creando un contraste marcado entre luces y sombras que se extendían sobre el terreno árido, como un lienzo en transición entre la oscuridad y el día.

Bo-Katan salió del Guantelete, sus ojos verdes, intensos y siempre atentos, se desviaron rápidamente hacia el grupo de mandalorianos que se hallaban alrededor de una fogata ya extinta. La quietud de la escena, sin embargo, no apaciguó su impaciencia. Un suspiro escapó de sus labios mientras su mirada se clavaba en Din, quien, por suerte, estaba solo en ese momento, su figura envuelta en la armadura de beskar que tanto la intrigaba y exasperaba a la vez.

La mandaloriana no perdió más tiempo. Caminó con determinación hacia él, su armadura resonando con cada paso que daba sobre la arena. Al llegar junto a Din, no hubo saludo de buenos días, ni cortesías. Bo-Katan fue directa, como siempre.

—Ya es hora de irnos —le dijo con voz firme, su tono implacable, dejando claro que no había lugar para objeciones—. Este planeta es un desperdicio de tiempo y recursos.

Din asintió al escucharla. Incluso en esta época, Tatooine no era el planeta favorito de su esposa. Su respuesta fue igual de directa, reflejando la tensión subyacente en su relación.

—Viajaré junto a Koska en crucero, ya que no la quieres en el Guantelete —le informó con la voz firme, casi neutral. Ya había hablado con Koska sobre eso, y ella había estado de acuerdo. Al parecer, Koska prefería evitar la cercanía con Bo-Katan.

La pelirroja frunció el ceño al escucharlo, su expresión se oscureció por el enojo. —¿Entonces irás con ella y no conmigo?

—No tendremos esta conversación de nuevo, Bo —respondió Din, casi como un regaño. Su voz, normalmente calmada, llevaba una nota de exasperación—. Creí que ayer todo había quedado claro para ti.

Bo-Katan, con el rostro descubierto, mostró su irritación. Aunque no quiso retomar el tema discutido horas antes, la molestia en su semblante era evidente. —¿Por qué no le pides al Jedi que la acompañe? —le preguntó.

Din la miró fijamente a través de su visor, notando las pecas en su rostro, algunas parecieron haber desapareció con el tiempo. —Iré con ella. Me sentiré mejor si la acompaño.

Los labios de Bo-Katan temblaron levemente, pero Din escuchó cómo respiraba profundamente, intentando contenerse. Finalmente, asintió en silencio, sin decir una palabra más.

Björn observó la interacción desde el marco de la rampa del Razor Crest, sus ojos entrecerrados con curiosidad. Estos familiares desconocidos de la familia Kryze le intrigaban demasiado. De hecho, jamás había escuchado de ellos. Nunca pensó que hubiera Kryze seguidores del Camino, y toda esa historia que hablaban, que él apenas comprendía.

El llanto de un bebé lo sacó de sus pensamientos. Giró su cabeza oculta por su casco para ver a la mandaloriana de armadura azul que sostenía al bebé que había dado a luz recientemente.

—Será un buen despertador —intentó bromear Björn, acercándose a ella dentro de la nave. El hombre tomó asiento frente a ella—. ¿Tienes hambre? Aunque quedó bastante comida de ayer.

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