CAPITULO 2

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Emma

El viento agitaba los árboles con fuerza, inundando el parque de susurros fríos. 

Bajo la tenue luz de la farola, una persona apareció a mi lado. 

—¿Tienes fuego? —entonó una voz dulce. Levanté la vista hacia ella—. Me llamo Diana, ¿y tú? 

Era una mujer muy atractiva, de unos treinta y tantos años, quizás alguno menos. Su cabello rojizo caía en sedosas ondas hasta los hombros, y su maquillaje, aunque llamativo, se extendía impecable sobre su lechosa piel. 

Le sonreí mientras le extendía el mechero. 

—Yo soy Emma. 

—¿Y eres de por aquí, Emma? —Liberó el humo por la boca, que salió de entre sus labios pintados con una especie de brillo rosa. 

—Si, bueno, llegué hace un par de meses. 

—¿Y qué haces en este parque tan oscuro a estas horas? 

—Podría preguntarte lo mismo —dije, evadiendo su pregunta. 

—Tienes razón —sonrió—. ¿Puedo sentarme? 

—Lo cierto es que ya me iba. 

Su expresión se ensombreció ante mi respuesta. 

—Como quieras —dijo con voz crispada—, pero volveremos a vernos. 

Me levanté de un impulso. Noté que era unos centímetros más alta que yo. 

—Ten claro que no —inyecté en mi voz la misma acidez. 

Ella arqueó una ceja y su boca se levantó por el mismo lado. 

—¿Qué nos apostamos? 

No respondí. El hecho de que lo tuviera tan claro me inquietaba. 

Dio media vuelta y se marchó. Sonriente. Siniestra. Observé su melena pelirroja mecerse en el aire de un lado a otro, al ritmo de sus pasos acelerados. ¿Por qué estaba tan segura de que volveríamos a vernos? 

Sea lo que fuere, tenía cosas más importantes de las que preocuparme. 

Deslicé el móvil fuera del bolsillo y leí los mensajes por encima, sin desbloquearlo. Mi mente solo buscaba un nombre: Adriel Carter. Habían pasado ya unas cuatro horas desde la entrevista y aún no había recibido noticias suyas. Me dijo que resolvería unos asuntos antes de hacerme saber su decisión, así que lo único que me quedaba era mantenerme a la espera. Volví a encender el móvil cuando éste vibró. 

Era mi madre. 

Esta vez lo desbloqueé y leí cada mensaje en detalle. No habíamos hablado desde que me echó de casa, hacía dos meses. Ella fue la primera y última persona en conocer la verdad. La única a quien le revelé lo que ocurrió. Nunca estuvimos muy unidas. Nuestra relación era la típica en la que no soportas a la otra persona pero que, al mismo tiempo, no sabes qué hacer sin ella, a pesar de que nunca supo ser la madre que uno espera. Esa que da la vida por sus hijos y no los antepone a nada ni a nadie. Me consolaba pensando que, al final, ¿Quién podía definir realmente qué debía hacer una buena madre? Este pensamiento era mi refugio para no sentirme aún más desdichada. En medio de sonrisas forzadas y barbacoas impuestas los domingos, me di cuenta de que, aunque tarde o temprano aprendería a vivir sin ella, lo más difícil sería soltar esa imagen de familia perfecta que nunca llegamos a ser. 

Me escocían los ojos de retener las lágrimas en sus cuencas, hasta que leí el último mensaje y me resultó imposible evitar que fueran por libre: 

"(...) El día que acabaste con su vida, perdiste la mía también. Te guardaré el secreto pero nunca podré perdonarte" 

Sentía profundamente el dolor que le había causado y la echaba de menos cada día. Aun así, no podía evitar pensar que ella también tenía parte de culpa en todo aquello. 

Devolví el aparato al bolsillo y caminé a casa. Mi aliento iba formando nubecillas a la luz de las farolas, mientras el gélido viento congelaba mi cara todavía húmeda. 

Me peleé con las llaves antes de abrir la puerta y dejarme caer en el sofá. Ni siquiera me molesté en limpiar los chorretones de maquillaje que seguro debía tener bajo los ojos, me tumbé de lado sobre el terciopelo y me obligué a dormir. 

...

Sonó el móvil en plena noche y me despertó. 

Lo ignoré hasta que mi mente se preguntó si tal vez fuese Adriel. Miré la pantalla a través de las pestañas. Era él. Cogí la llamada pero no dije nada. Él se disculpó por las horas incluso antes de saludar. Dijo que todavía no tenía claro si darme el puesto, que era complicada la situación y que necesitaba hablar conmigo primero. 

Tragué saliva, intentando suavizar la ansiedad que me empezaba a atenazar la garganta. 

<<Sabe quién soy, sabe que fui yo>>, pensé de repente. 

Me mordí la lengua para no llorar. 

—Como quieras. —Mi voz se quebró y me enfadé conmigo misma por ello. 

—Emma, ¿te encuentras bien? 

—Estaré mañana a las nueve en el pub —solté rápidamente antes de colgar. 

Era lo único que me quedaba. El único rayo de  esperanza. Si descubría quién era realmente y porqué me había mudado de ciudad, ya no habría salida.

Fui hasta el baño. Tenía los ojos y los labios hinchados, y no quedaba ni rastro del maquillaje. Recogí agua fresca entre mis manos y hundí el rostro en ellas. La sensación era agradable. Lo repetí un par de veces más. Cuando decidí que mi aspecto ya era más saludable, me recogí el pelo sin cuidado en lo alto de la coronilla y fui hasta la cocina. Tenía la garganta seca, así que me serví un vaso de aguade grifo antes de sentarme a la mesa. ¿Por qué razón tenía que hablar conmigo? Ya le había contado todo sobre mi. Bueno, casi todo, pero ¿Qué más era necesario para ser una simple camarera? 

En ese mismo instante, el timbre sonó. 

Miré el reloj sobre la estantería del vestíbulo antes de abrir. Eran las tres de la mañana. 

—Adriel, ¿Qué haces aquí? —Las palabras escaparon de mi boca cuando abrí la puerta. 

Él se pasó la mano por la nuca, mientras la otra seguía metida en el bolsillo delantero de sus pantalones.  

—Siento aparecer sin avisar. Me ha parecido escucharte llorar en la llamada y pensé que hablar sobre el trabajo te calmaría.

Guardé silencio unos momentos, todavía asimilando el hecho de tenerlo en la puerta de mi casa a las tres de la madrugada. 

—Déjalo, hablaremos mañana. 

—No, está bien, pasa. —Sus hombros se relajaron y respiró al fin. Me aparté para que entrara.—¿Cómo sabías dónde vivía?

—Tuve suerte —respondió—, fue de las pocas cosas que rellenaste de la ficha. 

Lo miré con los ojos entrecerrados. 

—¿Sueles usar la información personal de tus empleados para cosas como éstas? 

—¿Por qué lo preguntas? ¿Es que ahora te arrepientes de no haber escrito algo más?                                                  

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora