CAPITULO 49

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EMMA 

El rostro de Adriel palideció. 

Se pasó los dedos por el pelo, miró al techo y luego al suelo. Seguro que deseaba que aquella conversación se retrasara eternamente, pero finalmente comenzó: 

—Tenía diecinueve años cuando mi padre me obligó a casarme con ella. Nos convenció a mi madre y a mí de que ese matrimonio saldaría las deudas de sus negocios en Londres, y que incluso podríamos expandirnos por España, como mi madre siempre había soñado. Él me lo pintó como un matrimonio temporal; ella sacaría provecho de mí y yo de ella. Pero había algo más. Algo que mi padre nos ocultó y que me condenó a las decisiones de Diana.

>>Ella había descubierto los trapos sucios de sus empresas: fraudes financieros, manipulación de libros contables, sobornos, evasión de impuestos... Un completo, vaya. Llegué a un acuerdo con ella: estaríamos casados hasta que decidiera lo contrario, pero jamás la tocaría y solo nos veríamos para eventos sociales. Ella también puso sus reglas: no pasar más de tres noches con la misma persona y no dejar que nadie públicamente lo sepa. Sinceramente, esto me resultó indiferente. Mi madre había hecho de mí un hombre fuerte y razonable, que no necesitaba la compañía de nadie más que de sí mismo.

>>Todo iba según lo planeado... hasta que apareciste tú. No sé qué hiciste pero el dinero dejó de importar. Diana se enteró. Supo que te habías ganado mi atención de una forma diferente desde el primer día, en la entrevista. Le supliqué más tiempo, le juré que te dejaría ir con la condición de que no se acercara a ti. Pensé que había aceptado el trato, pero Marga me hizo saber que no fue así cuando me llamó un par de días antes de que vieras su llamada en mi móvil. El mismo día en que me ofreció información sobre tu pasado y me negué. Entonces me pidió la misma cantidad de dinero por contarme las ideas de su amiga. Me dijo que Diana planeaba incitarte a quitarte del medio por ti misma.

>>Casi le partí la cara por no detenerla, por seguir alentando su puta locura y darle cada vez más información sobre tu vida. Pero ya era demasiado tarde, Diana lo sabía todo sobre ti. Me dio cuarenta y ocho horas para elegir entre el amor o el dinero. Si elegía amor, destaparía todos los secretos qué esconde mi familia. Mi madre y yo acabaríamos en la cárcel y el único que se salvaría sería el verdadero culpable: mi padre, por una enfermedad que lo dejó postrado en la cama desde que yo tenía veinticuatro años.

>>Yo mismo levanté mis negocios en España, sin chanchullos ni cosas raras. No quería que su mierda me salpicase y tirar por la borda todo mi esfuerzo. Pero era aún más insoportable la idea de perderte. Cuando te dije que estaba dispuesto a arriesgarme, me refería a esto, a que por ti lo arriesgaría todo. Que elegiría el amor sin pensarlo más, incluso si eso significa acabar entre rejas. 

Me incorporé un poco, clavando los codos en el colchón.

—¿Cómo sabías que Diana podía llegar a hacerme daño?

—Con Irina pasé más de tres noches. Ella la encontró y le dio una paliza. 

Ahogué un grito al escucharlo.

—Dios mio... ella intentó advertirme —recordé—, pero yo... 

Adriel me cogió la mano.

—No seas ingenua. Irina solo estaba intentando alejarte de mí. Cuando pasó todo, me sentí tan culpable que le puse un piso a su nombre. También le aseguré un puesto en el Pub para el resto de su vida y le prometí que desaparecería. Por eso nunca volví a pisar Oasis. Cuando se dio cuenta de que no solo había vuelto por ti, sino que además estaba dispuesto a arriesgar lo que nunca arriesgue por ella, se puso celosa.

—¿Y por qué Diana a mí no me agredió cuando tuvo oportunidad? —lo interrogué.

—Diana no solo busca el poder, también está obsesionada conmigo. Estaría dispuesta a lo que sea con tal de no romper el único vínculo que nos une, y sabiendo que me importas, intentó que tú misma hicieras el trabajo sucio sirviéndose de la información que le diste a Marga. 

Eso explicaba el lunar. Se lo vi justo después de sincerarme al completo con la psicóloga. Por eso en la foto aun no lo tenía... 

Sentí que iba a vomitar.

O a desmayarme.

O las dos cosas. 

Cerré los ojos un momento y suspiré.  Adriel me observaba con atención, intentando descifrar alguna emoción en mi expresión después de todo lo que acababa de escuchar. Incluso yo misma traté de identificar lo que sentía. 

Sin embargo, no había emoción que enfrentar. 

Creer que había reconstruido mi vida solo para perderlo todo de nuevo fue...diferente. Ya no tenía miedo. Ya no había nada que proteger. 

Entendí que lo bueno de perderlo todo es que ya no tienes nada que perder. 

Abrí los ojos y sentí una ligereza inesperada. Intenté sonreír, pero el dolor y las magulladuras de mi cara formaron una mueca débil.

—¿Estás bien? —me preguntó Adriel, probablemente preocupado de que el golpe del accidente me hubiera desconfigurado algo allí arriba.

—Haz lo que debas hacer —dije con voz suave—. No lo hagas por mí, hazlo por ti mismo. Vivir bajo las expectativas de otros acaba por destruir a cualquiera. 

Se inclinó hacia mí con una mirada oscura y me dio un beso en la frente.

—Voy a hacer esto por nosotros, niña.

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora