CAPITULO 4

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Emma 

Cuando me desperté, el techo metálico me confundió unos segundos, ya me había acostumbrado a las láminas de madera de mi apartamento. Sin embargo, un pitido regular junto a mi oído y el olor a desinfectante me dieron la respuesta antes incluso de que se creara la duda. Estaba en el hospital. 

Una luz blanquecina se filtraba desde el pasillo, iluminando solo una parte de la pequeña habitación. Al escuchar un leve gruñido, agudicé la vista hasta que finalmente lo vi. Estaba completamente dormido en una silla, con el cuerpo deslizado hacia delante y la cabeza caída sobre su hombro. 

En ese momento recordé sus ojos sobre mí, en la cocina, después de discutir sobre el contrato de trabajo. Comíamos pizza, hacía calor, no podía hablar, y entonces... No había nada más. Me obligué a apartar la mirada de él. 

Estaba emocionada y preocupada a partes iguales. Recuerdo que me había contratado justo antes de que mi cuerpo decidiera dejar de funcionar, pero temía que hubiese cambiado de opinión. 

Lo escuché revolverse en la silla y volví la vista para comprobar que aún seguía dormido. 

—¡Emma! —Saltó a mi lado. No, no seguía dormido. 

Sonreí sin ganas. 

—Hola. 

—¿Cómo te encuentras? 

—He tenido días mejores. ¿Qué hora es? —Volví a incorporarme—. Quiero irme a casa. 

—Son las nueve de la noche. 

—¿Las nueve? ¿He estado aquí un día entero? 

—Llevas aquí dos días y... —Remangó la sudadera y revisó su reloj— diecisiete horas. 

Observé que llevaba la misma ropa con la que lo recordaba: unos vaqueros anchos y una sudadera negra de Ralph Lauren

—¿Llevas aquí desde entonces?—pregunté y él asintió. 

---No quería que despertaras sola...

Nos quedamos así, en silencio. Sin poder apartar la mirada el uno del otro y sin decir una sola palabra. 

Unos momentos después, un señor escuálido y uniformado de bata blanca apareció por la puerta. Miró a Adriel y luego a mí antes de detenerse frente a la camilla. 

—¿Cómo te encuentras, Emma? 

—Estoy bien, doctor.

Deslizó sus finas gafas hasta la punta de su aguileña nariz y echó un vistazo a los papeles que sostenía en las manos. 

—Me alegra escuchar eso, ¿Crees que sea buen momento para hacerte algunas preguntas? 

Miré a Adriel, que me entendió sin necesitar palabras. 

—Yo iré a por un café —dijo, dejándonos solos. 

—¿Te había sucedido esto alguna otra vez? —inquirió el señor en cuanto Adriel cerró la puerta. 

—Hace un par de meses, pero no llegué a perder el conocimiento. 

—¿Puedes describir qué estabas haciendo justo antes de desmayarte? 

—Nada especial, simplemente estaba comiendo y de repente, ocurrió. 

—¿Tomas algún tipo de medicación? Si es así, ¿Con qué frecuencia? 

—Tomo antidepresivos. —Noté que mi respuesta le afectó. 

—¿Cuántos tomaste el día que ocurrió el desmayo? 

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora