CAPITULO 17

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Emma

Dos mujeres de estatura alta y cuerpos esbeltos entraron  en la cocina, siguiendo muy de cerca a Adriel. 

—Servíos, estáis en vuestra casa —dijo él en un tono encantador. 

Las "top models" ignoraron las botellas y se acercaron a él, soltando risitas y pasándose los dedos por sus largas melenas. El timbre volvió a sonar, salvándome de otro momento incómodo. Él se disculpó con las chicas para alejarse una vez más, lanzando una mirada vacía al pasar junto a mi. 

Me levanté del taburete y abracé el pequeño bolso de mano contra mi pecho. Esta vez entró una multitud que no tardó en ocupar cada rincón de la casa. Había perdido de vista a Adriel entre tanta gente y Paula seguía sin dar señales de vida.

—Perdonad —traté de llamar la atención de las chicas—,¿sabéis donde está el cuarto de baño?

No recordaba haberlo usado el día que estuve ahí dando la clase. De hecho, no recordaba nada más allá de la entrada y la sala principal. 

—Creo que hay uno en la segunda planta —respondió una de ellas, mientras la otra no dejaba de mirarme por encima del hombro. 

Conforme subía las escaleras, la luz disminuyó a mis espaldas y el equipo de música despertó.

 La fiesta había empezado. 

Un largo y amplio pasillo se materializó frente a mí. Este unía unas seis habitaciones y, al fondo del todo, una terraza. Las paredes estaban pintadas de negro y resaltaban contra el tapiz rojo que cubría el suelo. Cuanto más descubría aquella casa, más me sorprendía el nivel de lujo y a la vez de sobriedad que había allá donde mirases. Todo era demasiado impersonal. Al igual que en su despacho, no había nada fuera de lugar. Nada que se saliera del esquema de rojo, negro o madera. Ni una foto, ni un cuadro. Aquella casa podría no ser de nadie y, a la vez, de cualquiera. 

Guiándome por la luz de la luna llena que entraba por la terraza, al fin logré dar con el cuarto de baño. Cerré la puerta tras de mí y me miré en el espejo.

—Emma, ¿estás ahí? —La voz de Paula sonó tenue al otro lado de la madera.

—¿Dónde te habías metido? —le pregunté cuando entró. Sin el menor reparo, me bajé las bragas y me senté sobre la taza del váter. Paula se apoyó de espaldas contra uno delos dos lavabos.

—Eric quería pasar un rato a solas —dijo sonriendo tontamente. El resto me lo pude imaginar.

—Das mucho asco enamorada, ¿Lo sabías? 

Ella soltó una carcajada. 

—Algún día me entenderás. 

Pensé en Adriel. 

—Lo dudo. 

Cuando salimos del baño, mi amiga desapareció con la excusa de necesitar algo de beber. Yo me dirigí a la terraza en busca de aire fresco. Apoyé los brazos en la barandilla y dejé mi mirada vagar por las diminutas luces de la ciudad. 

Alguien tocó mi hombro desde atrás y me di la vuelta tan rápido que casi tropecé.

—Hola —saludó Diana— ¿Qué tal va la fiesta? 

Una presión en el pecho me dejó sin aliento. Guardé silencio, tratando de aparentar que conservaba el control sobre mi misma. 

—¿No me vas a responder?

—¿Por qué me diste está dirección? —Mi voz tembló a pesar de mis esfuerzos.

—Es una fiesta sin invitación, puede entrar quien quiera. 

La presión en mi pecho disminuyó un poco. Al menos ahora sabía que Adriel no tenía porqué estar relacionado con esa mujer.

—¿Y cómo sabías que vendría? —inquirí. 

Ella sonrió de medio lado y tragué saliva. Nunca había visto una expresión tan siniestra como aquella. 

—Digamos que mi intuición no falla.

—¿Qué quieres de mí, Diana? 

Sus grandes ojos marrones se entornaron suspicaces, como si hubiera estado esperando esa pregunta desde el primer momento en que nos vimos. 

—Es fácil —respondió—, solo quiero que desaparezcas. Ya mataste a alguien una vez, ¿no? ¿Por qué no lo vuelves a hacer pero contigo misma? 

La terraza empezó a dar vueltas a mi alrededor. 

<<No. Otra vez no...No puedes desmayarte ahora>>

—¡Ya estoy aquí! —gritó Paula—. Vaya careto... ¿estás bien? 

Repasé las caras que me rodeaban con una mirada frenética ¿A dónde había ido?

El ritmo de mi corazón me retumbaba en los oídos. 

<<Inspirar, espirar...Despacio>>

Me fijé en el vaso que Paula sostenía en la  mano, se lo quité y lo vacié de un trago.

—¡Serás guarra! ¡Acabo de ir a ... —protestó. 

Yo la oía pero no la escuchaba. 

Solo podía pensar en una cosa: ¿Cómo sabía esa mujer que había matado a mi hermana?

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora