CAPITULO 23

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Emma

El cielo se puso rojo y luego rosa cuando el sol se hundió en el horizonte. Faltaban solo cinco minutos para que empezara mi turno en el pub y estaba a unos veinte de llegar hasta ahí. Ya podía imaginarme a Adriel mirando su reloj e informándome de los segundos y milisegundos de retraso que llevaba. 

Aparqué un par de calles atrás y corrí hasta el local. Cuando entré, no vi a nadie tras la barra. Tampoco en el almacén. Dejé el bolso y el abrigo en la taquilla y me coloqué en mi puesto. ¿Dónde se había metido Irina? 

Momentos después, el jefe apareció y se colocó junto a mi. 

—¿Qué haces? —pregunté cuando lo vi doblarse las mangas de su ajustada camisa. —¿Dónde está Irina? 

—Hoy no vendrá, me ha pedido el día libre —dijo sin mirarme a la cara, concentrado en darle más vueltas al dobladillo de sus mangas. 

—¿Y cubrirás tú su puesto? 

—Así es, ¿algún problema? 

—Perdona —dijo un chico al otro lado de la barra justo cuando iba a responder a Adriel—, me gustaría tomar una copa de vino tinto. 

—Claro —respondí sonriente. Me di la vuelta para coger el licor de la estantería y un sacacorchos.

 Forcejeé con la botella de cristal durante unos minutos. No había manera de que se abriera. 

—¿Necesitas ayuda? —preguntó esa voz grave a mis espaldas. Me di la vuelta al instante. 

—No —lo desafié con la mirada—. Puedo hacerlo perfectamente sola. 

Giré el sacacorchos dentro de la abertura una y otra vez, luego tiré de él, de nuevo sin éxito. ¿Por qué narices estaba tan duro? Saqué una parte afilada de una ranura del aparato y seguí intentando abrir el dichoso vino como pude. 

De repente, el aparato se me resbaló de las manos y me hizo un buen corte en el dedo. 

—¡Joder! —exclamé. 

Mi jefe dejó su copa y se acercó con aparente preocupación. Miré al cliente, cuya expresión descifré cómo: "por favor, que alguien competente me atienda" y me obligué a sonreír. 

—Disculpa —dije avergonzada—, ya casi está listo. 

Adriel estiró mi mano para revisarla. Se la aparté con fuerza. 

—Estoy bien —mascullé—. No ha sido nada. —Y aunque mi orgullo pudiera costarme algún corte más, enrollé un trozo de papel en mi pobre dedo y tiré con fuerza del aparato clavado en el corcho, hasta que finalmente, salió. 

Después de servirle el vino al joven pelirrojo, este se alejó satisfecho y se sentó en una de las mesas libres del bar, donde sacó el móvil y se sumergió en él. 

Me di la vuelta para devolver la botella a su lugar y escuché a Adriel murmurar algo. 

—¿Qué has dicho? 

—Nada —respondió. 

—Ah, vale. Me ha parecido oír una voz. 

—Ten cuidado, Emma, delirar puede ser un buen motivo de despido. 

Puse los ojos en blanco. 

—¿Sueles usar tu posición para amenazar a la gente? 

—Solo a veces. 

—Por lo que veo, debe ser el único uso que le das. 

Se puso rígido y se acercó a mí. Sentí su presencia dominante y su aroma amaderada llenar el poco espacio entre nosotros. 

—¿Qué quieres decir? 

—Que siendo el jefe, podrías haber contratado a cualquiera para cubrir la baja de Irina, pero no lo has hecho. 

—Espera, ¿insinúas que ha sido para estar cerca de ti? —La risa que se le escapó y la expresión en su rostro me dejaron claro que la idea le parecía ridícula. 

Sentí un pinchazo en el corazón. 

—¿Entonces, por qué? 

Se acercó aún más y me acarició la mejilla. 

—A ver si lo entiendes... —recogió un mechón de cabello y lo pasó por detrás de mi oreja—. Mis negocios son mucho más importantes que cualquier fantasía de niña inmadura que hayas podido imaginar entre nosotros. Nada de lo que hago tiene que ver contigo, ¿de acuerdo? 

Por un momento quise pensar que solo intentaba convencerse a sí mismo de que yo no le importaba, pero al mismo tiempo, la idea de que en realidad yo no significara absolutamente nada para él me heló la sangre. Decidí darle donde más dolía y salir de dudas. 

—Si de verdad quieres que crea que solo son fantasías mías, no vuelvas a besarme. 

Su expresión se tensó. Abrió la boca para hablar pero no salió nada. 

—Yo...no sé de qué hablas —dijo finalmente, alejándose para rellenar su copa. 

—Ya veo... —Me di la vuelta y busqué hacer cualquier cosa que me mantuviera distraída. 

—¿Por qué tienes que hacerlo todo tan difícil? —me preguntó desde atrás. 

—Eres tú el que no deja de hacer cosas raras. 

—Solo intento hacer lo que es mejor para los dos, que es mantenerme lejos. En todos los sentidos. 

—¡¿Lejos?! —me di la vuelta para mirarlo—¿Esto es mantenerte lejos? ¿en serio? 

—Acabo de decirte que el hecho de que esté trabajando aquí hoy no tiene nada que ver contigo.

 —Vale... Entonces, ¿después de esta noche te alejarás de verdad? 

Nos mantuvimos la mirada unos instantes, hasta que... 

—¿Interrumpo algo? —preguntó Irina desde el otro lado. 

Adriel se aclaró la garganta y echó un vistazo a su reloj. 

—Sí —respondió él—, le decía a tu compañera que esta noche ha llegado once minutos tarde.

Como no... No se le podía pasar por alto. 

Ella pareció comprar la excusa sin cuestionar una sola palabra. O más bien, pareció no importarle si era cierta o no. Cuando se adentró en el almacén, Adriel apuró su bebida y me miró. Sus labios carnosos estaban húmedos por el licor. 

—¿Por qué no has venido a la clase de hoy? 

—Que yo sepa, un jefe no debería tener preferencias con ninguna de sus empleadas. No seguiré viniendo a tus lecciones. 

Apretó la mandíbula. 

—A veces hablas como si tuvieras opción de elegir. 

—No forman parte del trabajo —repliqué. 

Él resopló. 

—Todo entre nosotros forma parte del trabajo, niña —me cogió de la barbilla unos segundos—. Igual que esos once minutos de retraso que me debes y que te diré cómo devolverme.

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora