CAPITULO 24

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 Emma

Irina se colocó a mi lado, cogiéndose una coleta alta con las mil trencitas que ahora eran su pelo.

 —Hola, novata. ¿Cómo va la noche por ahora? —preguntó, refiriéndose a los clientes. 

 —Bien, muy tranquila de momento. Qué raro, Adriel me había dicho que tenías el día libre. 

 Se quedó en silencio un momento, sus ojos oscuros parecían buscar algo en los lejanos rincones del bar. 

 —Así que era por ti... —dijo más para sí que para ser oída—. Debí imaginarlo. 

 —¿A qué te refieres? 

 —Fue él mismo quien me pidió que llegara una hora más tarde —explicó ella—. En ningún momento me dijo que no tenía que venir. 

 Varias personas nos llamaron desde distintos puntos de la barra. 

 —¿Te importa que hablemos luego un momento? —le pregunté antes de ponernos manos a la obra. 

 —Si. Hablaremos luego, por tu bien. 

 ... 

 La calle estaba sumida en silencio, roto únicamente por el ocasional sonido de un coche a lo lejos. El cartel de neón sobre nuestras cabezas ya no brillaba, y la débil luz de las farolas apenas alcanzaba a disipar del todo la oscuridad. 

Era inicio de semana, así que nuestro turno ya había acabado. Exhalé humo y le pasé el cigarrillo a Irina, que aceptó con gesto distraído. 

 —¿Qué querías decir antes, cuando dijiste que era por mí? —le pregunté. 

Ella le dio una larga calada al cigarrillo y miró al cielo antes de responder. 

—¿Recuerdas el primer día que viniste? ¿Cuándo te dije que el jefe nunca estaba por aquí? —asentí con la cabeza—. Bien, pues estaba totalmente convencida porque hace un par de años él mismo me lo prometió. Dijo que cumpliría su promesa pasara lo que pasara. Sin embargo... 

—Ha vuelto —dije, terminando por ella. 

—Exacto. 

—¿Y crees que ha sido por mi? 

—Estoy segura, ¿por qué iba a ser sino? Al principio dudé porque podría haberte colocado en cualquier otro bar, pero lo conozco bien, y solo por como te mira es más que evidente. 

—Os escuché hablando en su despacho —confesé. Ella se puso rígida.

—¿Qué escuchaste? 

—Nada... Bueno, solo que él y alguien a quien no llegaste a nombrar te hicieron algo. Y que solo le dabas tres meses para algo que tampoco dijisteis. —Mis palabras la tranquilizaron, ya que soltó el aliento que parecía haber contenido. 

—Te contaría todo lo que me hicieron si pudiera —dijo—, si con eso lograra alejarte de él y no tener que verlo más. Pero esto no funciona así. Ellos compran a cualquiera con poder, incluso a la policía. 

—¿Quiénes son ellos? —inquirí. 

Ella tiró el cigarrillo al suelo y se acercó a mí. 

—Olvida eso —miró a su alrededor, como si temiera que alguien la escuchara—. Voy a darte un consejo: no te enamores de él. Y aunque trabajes aquí, intenta mantener la mayor distancia posible. Hazme caso, no eres santo de mi devoción, pero no quiero que pases por lo mismo que pasé yo.  

—Dime qué tengo que hacer para que me cuentes qué te hicieron, y quién más está involucrado además de Adriel. 

—Un trabajo estable y una casa para mantener a mi hijo. ¿Puedes darme eso? Entonces, no insistas. Tú solo hazme caso y no habrá ningún problema. 

Aunque no era nada nuevo a lo que ya había escuchado aquel día en el almacén, ahora sentía una urgencia por descubrir qué había pasado con mi compañera. Me di cuenta de que, sin ser consciente, cada vez que él venía al bar por mí la estaba forzando a revivir esos recuerdos una y otra vez, cualesquiera que fueran. Quizás por eso había estado tan irascible conmigo desde el principio. 

Irina metió las manos en su chaqueta vaquera y señaló con la barbilla detrás de mí. 

—Creo que ya vienen a por ti. Nos vemos mañana, novata. —Se dio la vuelta y echó a andar. 

—¡Ya estoy aquí! —Paula irrumpió mi espacio personal cogiéndome por los hombros.

Parpadeé varias veces, obligándome a apartar de mi cabeza las palabras de Irina. Paula tampoco había tenido un buen día y no quería ser egoísta. 

—¡Hola! —la saludé. 

—Perdona el retraso, es que no me decidía con la ropa. Es lo malo de estar tan buena... ¡Que todo me sienta genial! 

—¿Enserio? —me reí—. ¡Cuánta humildad! 

Se encogió de hombros. 

—Solo digo la verdad. 

—Bueno, ¿sabes ya a dónde vamos a ir? 

Ella encendió su IPhone y la luz le iluminó de golpe la cara. Se había maquillado más natural que otras veces, con las mejillas ligeramente rosadas y el mismo tono para los labios. Nada de raya negra sobre los ojos ni contornos bronceados en los pómulos. Aunque las dos versiones le sentaban de maravilla, esta le daba un aspecto más inocente. 

—¡Si, lo tengo! —exclamó—. Hay una fiesta en la residencia de estudiantes. Está aquí al lado, vamos.

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora