CAPITULO 36

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Adriel

La semana había sido un verdadero caos. Apenas había tenido tiempo de dormir o comer. Estaba intentando ponerme al día con las cuentas y ajustar las inversiones en bolsa, que todavía necesitaban un buen repaso después de las caídas inesperadas de las últimas semanas. 

Solo había podido ver a Emma un par de veces, cuando nos cruzábamos en el pub y ella aprovechaba para hacerme alguna que otra consulta interesante en el despacho. 

Le había prometido una salida decente para compensarla por mi ausencia durante toda la semana. Así que, aquella noche, sería para nosotros. 

El corazón me dio un brinco al verla salir del portal. Llevaba una falda ajustada y un jersey de cuello alto, ambos en negro. Encima, su gabardina gris flotaba a su alrededor mientras caminaba hacia mí. Bajé del coche para abrirle la puerta. Ella sonrió, aceptó mi mano y entró a su vez. Aceleré ligeramente, perdiéndonos en la noche. 

La tarde había dado paso a una oscuridad cerrada. Cualquier otro día la gente ya se habría escondido en sus casas, pero era sábado y, a pesar del frío, la calle estaba más animada que nunca. Un escenario perfecto para que mis locales hicieran buenas ventas esa noche y poder...

 No. No iba a pensar más en trabajo.

—¿Esto es una cita oficial o algo así? —Sus palabras me trajeron de vuelta.

—¿Quieres que lo sea?

—Bueno, pensándolo mejor ¿Qué más da cómo lo llamemos? 

Dejé la mano sobre su muslo y sonreí, aunque mi cuerpo entero vibró tras el contacto.

—En realidad, sí importa —respondí. Ella me miró a los ojos y me quedé en ellos, ignorando la carretera.

—¿Y eso por qué? —preguntó divertida. 

—Bueno, no suelo comportarme igual en una cita que en una salida cualquiera. 

—¿Eso significa que has tenido muchas?

—Quizás, pero estoy seguro de que ninguna como esta.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Porque es contigo. 

Una sonrisa iluminó su cara. Conseguí cogerle la mano y llevármela a los labios. Besé sus dedos con suavidad. Estaban fríos, suaves, ligeramente perfumados. Ella cerró los ojos y dejó la cabeza caer hacia atrás en el respaldo del asiento. Le di la vuelta a la mano y le besé la palma. Ella me cogió la cara con ternura mientras respiraba su aroma entre sus dedos. 

De repente abrió los ojos y me miró. Parecían distintos, como cristalinos. ¿Felicidad? Ojalá. Decidí que sí, y quise creer que en parte era yo quien se la provocaba. 

—Mira la carretera... —me reprendió—. Cualquier día de estos nos estrellamos. 

Aparqué en el garaje de casa.

—Tomaremos algo aquí primero —dije antes de bajar. Ella asintió e hizo lo mismo. 

El garaje, ya desde unos años atrás, estaba lleno de coches. Algunos nuevos, otros con bastantes kilómetros a las espaldas. Bajo la intensa luz blanca, sin embargo, no se distinguía la diferencia; todos parecían recién salidos de fábrica. 

Mientras Emma los contemplaba fascinada, yo la contemplaba a ella. Me cautivaba ver cómo sus hombros se relajaban, cómo sus labios se entreabrían. Y cómo le brillaban los ojos. 

Capturé el momento sin que se diera cuenta.

—¿Todos estos son tuyos? —me preguntó.

—Algunos, otros solo los compramos para alquilar.

—Son un espectáculo...

—¿Cuál es tu favorito? —quise saber. 

Ella me miró cautelosa.

—¿Por qué me lo preguntas? 

Me encogí de hombros.

—Solo quiero conocer tus gustos. 

Estaba casi seguro de que su favorito había sido el tercer coche en el que había posado la mirada. Era el que había captado su atención durante exactamente medio minuto más que los demás y el único al que había acariciado la carrocería.

Tenía buen gusto, cómo no...

—Mi pequeño Fiat —respondió, sospechando de mis intenciones.

—Ya...pues creo que en burra irías más rápido. 

Ella puso los ojos en blanco.

—Ja-ja, muy gracioso. 

María se encargó de nuestras chaquetas en la entrada. Luego desapareció en la cocina para prepararnos las bebidas que le habíamos pedido. Justo cuando iba a sentarme en el sofá junto a Emma, mi móvil vibró en el bolsillo.

—Seguro que es por trabajo —le dije—, ahora vuelvo. 

Descolgué la llamada sin fijarme en el número que aparecía en pantalla.

—Habla Carter, ¿diga?

 —Ya ni siquiera te molestas en disimular. —Reconocí esa voz al instante y una punzada en el corazón me paralizó por un momento. 

Eché un vistazo a Emma, que seguía sentada en el sofá charlando entre risas con María. Me aparté un poco más para asegurarme de que no me escuchara.

—¿Qué coño quieres? —pregunté entre dientes.

—Os vieron juntos en el VIP de una de tus discotecas. Decídete o lo haré yo por ti, se me está acabando la paciencia.

—Si le haces algo, te va a costar muy caro esta vez.

—Vaya, vaya... —La escuché reír al otro lado y se me pusieron los pelos de punta. —¿Eso quiere decir que ya has elegido? ¿Qué se supone que debo hacer ahora?

—Dame más tiempo. No te acerques a ella y la dejaré ir, lo prometo. —Sonaba desesperado como nunca antes, pero me daba igual. 

—Te estaré vigilando —amenazó—. A los dos. 

Devolví el móvil al bolsillo y me llevé las manos al pelo, luego a la cara. De nuevo al pelo. 

Estaba furioso. 

Sentía el calor extenderse por mis venas hasta la cabeza, como si me estuviera quemando por dentro. Me clavé las uñas en las palmas de las manos y respiré hondo antes de volver a mirar a Emma, que ahora bebía de una pajita mientras me buscaba a su alrededor con la mirada. 

Alguien acababa de firmar su propia ruina.

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora