CAPITULO 42

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Emma 

Adriel dio un paso más hacia mi, y de no ser por que tenía la escalera justo detrás, hubiera retrocedido.

—¿De que la conoces? 

—No tenías derecho a coger mi móvil —replicó—, mucho menos atender mis llamadas. 

Sonreí, pero ni de lejos era una sonrisa. Sino más bien un gesto de incredulidad. De esos que hace la gente cuando lo único que quiere es echarse a llorar.

—Respóndeme. 

—Ella... —dio un paso más en mi dirección—, puedo explicártelo. 

Me crucé de brazos.

—Te escucho.

—Hace unos días me llamó. Me pidió una considerable cantidad de dinero a cambio de darme información sobre ti, y entonces...

—Se lo diste.

—¿Qué? ¡No! claro que no ¿Cómo puedes pensar eso de mi? 

Abrí los brazos y gesté la amplia casa que nos rodeaba.

—Mírate, Adriel, te sobra el dinero ¿Por qué no ibas a aceptarlo?

—¡Joder! ¡Porque me importas! Me duele que pienses que sería capaz de hacerte algo así. 

La estancia quedó en silencio, el aire inmóvil, y sin embargo tenía la sensación de que algo me oprimía desde todos lados.

—Emma...

—No te acerques. —Mis palabras lo detuvieron en el acto.

—Tienes que creerme —suplicó—. No acepté. No quiero saber nada de tu vida que no sea por ti.

—¿Y por qué razón te ha vuelto a llamar?

—No lo sé. Puede que sea para hablar sobre algunas cosas que le pregunté, pero ninguna de ellas tiene nada que ver contigo. Te lo prometo. 

Entrecerré los ojos y lo observé, esperando que la incomodidad de mi silencio le arrancara las palabras.

—¡Por el amor de dios! —exclamó levantando las manos—. Es una psicóloga, solo está ayudándome con mis asuntos. 

Le tendí el móvil.

—Entonces, llámala.

—Emma, no creo que esto sea...

—Ahora —repetí, con tono más firme.

Adriel cogió el móvil, marcó el número y, con un suspiro tenso, puso el aparato entre los dos. 

Los latidos de mi corazón martilleaban en mis oídos, acallando incluso el tono de espera.

—¿Diga? —respondió esa voz que tan familiar me resultaba. Y ahora también traicionera. 

Él tragó saliva antes de hablar.

—Marga, soy Adriel. He visto tu llamada. ¿Ha pasado algo?

—Sí, claro, ¿por qué te llamaría si no? Tenemos que hablar cuanto antes, pero prefiero que sea en persona. 

Adriel se aclaró la garganta y me miró, como si esperara alguna indicación de mi parte.

—Ahora —articulé en silencio. 

Él cerró los ojos un instante antes de abrirlos otra vez.

—Puedes decírmelo ahora.

—¿Te encuentras bien? te notó extraño, acabo de decirte que es mejor que sea en persona. 

Él apretó los dientes con tanta fuerza que los huesos de su mandíbula perfilaron su rostro.

—Marga —sus ojos verdes se cristalizaron—, di lo que tengas que decir de una puta vez. 

Se escuchó un suspiro exasperado al otro lado.

—Está bien. Seré breve: ten cuidado, ha vuelto a hacerlo. —Colgó. 

Algo oprimió mi pecho hasta dejarme sin respiración. 

Sentí unos brazos grandes y cálidos envolviéndome, sosteniendo mi cuerpo. No me aparté, aunque tampoco le correspondí el abrazo. Más bien, me dejé caer por completo. 

Cuando me soltó, sentí frío. No sabía qué decir y él parecía igual de perdido que yo.

—¿Qué significa todo esto? —empecé con voz suave—.¿Ha vuelto a hacerlo? ¿El qué? ¿Quién? ¿No te das cuenta? Me pides que mantengamos lo nuestro en secreto, dices que nadie puede enterarse, pero resulta que Irina ya me advirtió sobre ti, y también lo hizo Marga. Decidí ignorar todas esas señales de advertencia y confiar en ti ¡Solo porque tú me lo pediste! Pero ahora resulta que hablas con mi psicóloga como si fuerais amigos. ¿No aceptaste su oferta? No lo tengo tan claro...¡Es que ya no sé ni quién eres! Siento que me has estado mintiendo todo este tiempo y ahora ya no puedo saber qué es lo que realmente sabes o no sobre mi.—Estaba sin aliento cuando acabé. 

Él me miraba con los ojos rojos y los puños apretados a los lados de su cuerpo, pero no derramó ni una sola lágrima.

—Te juro que no se nada de ti que no haya salido de tu boca.

—¿A qué se refería Marga?

—Aún no puedo decírtelo, pero necesito que sigas confiando en mí.

—No me vengas con esas —dije, al tiempo que negaba con la cabeza. 

Se pasó las manos por la frente y luego por el pelo, cogiendo aire que exhaló por la nariz.

—No tiene nada que ver contigo, Emma, y te prometo que te lo contaré todo cuando lo haya solucionado.

—Necesito pensar en todo esto.

—Por favor... —Intentó cogerme el brazo pero me aparté.

—Quiero irme a mi casa. 

Cerró los ojos un instante.

—Vale, iré a por tu maleta. 


Entré en el coche y me puse el cinturón. La calefacción estaba encendida y el aire caliente me golpeó la cara y se mezcló con mis lágrimas. Pasamos todo el viaje en silencio. Él no sabia qué más decir y yo no quería que dijera nada más. 

 Cuando entré, el apartamento me pareció un lugar frío y solitario. Adriel dejó mi maleta en la penumbra del salón y después de darme un beso en la frente que no tuve fuerzas para rechazar, se marchó. 

Me quité la camiseta que llevaba debajo de la gabardina y la tiré directamente a la basura. No podía soportar su olor sin revivir en bucle todo lo que acababa de pasar. 

Me acurruqué en el sofá y, sin saber muy bien cómo lo conseguí, me quedé dormida.

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora