CAPITULO 27

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ADRIEL 

—Por favor, arranque. Le pagaré el doble de lo que le haya dado. 

Solté un largo suspiro y me pasé la mano por el pelo, tratando de invocar la paciencia que, a decir verdad, no tenía.

—Te lo he pedido por las buenas —dije, agachándome para meter medio cuerpo en aquel taxi—, pero también puedo sacarte yo mismo. 

Le desabroché el cinturón y la cargué al hombro sin esfuerzo, a pesar de estar aferrada al asiento como si le fuese la vida en ello. 

—Estate quieta o acabarás cayéndote —le advertí, pero ella seguía tan enfrascada en insultarme a gritos que dudaba que me hubiera escuchado. 

La senté en mi coche y, por un momento, parecía que se había rendido en su resistencia.

—No te muevas —fui a mi lado y me subí—. ¿Ves? ¿A que no era tan difícil? 

Ella tenía los brazos cruzados y los labios tensos en una línea.

—Estás completamente loco. —Fue lo único que dijo mientras negaba con la cabeza.

—Te llevaré a casa.

—¿Tengo que darte las gracias? 

Me encogí de hombros.

—No estaría mal.

—¿Qué quieres de mi, Adriel?

—Me debes once minutos, ¿recuerdas?

Pasé varios semáforos en rojo, distraído por el impulso de mirarla directamente a los ojos. El azul cristalino en ellos estaba enrojecido, y una ligera torpeza dirigía sus movimientos.

—Has bebido. —No fue una pregunta. 

—No es asunto tuyo.

—Ya empezamos con eso...

—¿Algún problema?

—Unos cuantos, de hecho, pero los dejaremos para otro momento. —Me estiré para sacar la pequeña tarjeta de la guantera y se la pasé antes de volver a incorporarme. —¿Has pensado en algún momento trabajar para él? 

Ella inspeccionó la tarjeta de Ramírez como si fuera la primera vez que la veía. Sentí un calor desagradable en la boca del estómago y pisé el acelerador a fondo. 

—¿Dónde la has encontrado?

—La dejaste en tu taquilla. Ahora, respóndeme. 

Una sola curva y estaríamos en su calle. Joder, había acelerado demasiado. ¿Y si no me dejaba subir? Y una mierda, no la iba a dejar salir del coche hasta que me dijera sus intenciones para con esa tarjeta.

—Solo la guardaba por si la necesitaba en algún momento —respondió, y vi de reojo como empezaba a meterla en su bolso. Aquel gesto hizo que el calor en mi estómago se me extendiera por las venas. Se la quité de un tirón y la partí en tantos trozos como pude. 

¡Iba a guardársela!

—Ese momento no llegará, te lo aseguro. 

Detuve el coche frente al alto edificio de apartamentos y ella se volvió hacia mí de golpe.

—No llegará si cumples con lo que dijiste y me dejas en paz. Ya no quiero tener nada que ver contigo, Adriel. 

Algo había cambiado y no entendía qué. Fui yo quien decidió imponer la distancia entre nosotros, no ella. Pero estaba claro que las tornas habían cambiado.

—Oye... —susurré antes de pensar bien en lo que iba a decir—. Siento todo lo que te dije en tu casa, solo intentaba protegerte.

—Eso intento yo también, Adriel, protegerme de ti.

—¿A qué te refieres?

—Dímelo tú —se cruzó de brazos—. Ya me han advertido sobre ti varias personas...

Bingo. 

Al parecer, alguien no sabía que jugar con fuego quema. Me pasé la mano por el pelo y suspiré, dejando mentalmente anotada una charla pendiente con la bocazas de Irina.

—No jugamos en igualdad de condiciones, Emma —empecé—. Apareciste de repente desde la otra punta del puñetero mundo con un contrato que no justificaba mucho. Has entrado en mi mundo, hablado con mis conocidos y conseguido formar parte de mi empresa. Te he dejado decidir mi lugar en tu vida solo con lo que te pudieran contar de mí. Pero, ¿qué hay de ti? No conozco nada más allá de lo que me esfuerzo por descubrir... Dime una cosa, de toda la gente que dejaste en California ¿crees que alguien podría decir algo malo sobre ti o incluso advertirme?

Me arrepentí de mis palabras en cuanto sus ojos se llenaron de lágrimas. Se quitó el cinturón e intentó abrir la puerta, pero el seguro estaba echado mucho antes de que lo intentara.

—Yo nunca te juzgaría por tu pasado, no lo hagas tú conmigo —supliqué.

—Déjame salir —sollozó—. Ahora no puedo hablar sobre esto. 

Presioné el botón que desbloqueaba las puertas pero la detuve del brazo cuando puso un pie fuera. 

Sentí que se me paraba la respiración en la garganta cuando me miró.

—Estoy dispuesto a arriesgarme. —Ni yo sabia lo que estaba haciendo, solo sabia que debia hacer algo. 

Ella frunció los labios un momento, luego murmuró:

—No debería ser ningún riesgo.

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora