CAPITULO 47

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EMMA 

Me desperté boca abajo, desnuda y liada en las sábanas de Adriel. 

Lo busqué a mi lado. No estaba. Me erguí y me estiré. Mi móvil vibró en alguna parte del pavimento y, después de rebuscar entre la ropa tirada del suelo, lo encontré dentro de mi bolso. Había recibido un mensaje de un número desconocido con una foto adjunta. Abrí el mensaje y cliqué para ver la foto. El corazón me latió desbocado cuando la imagen se desplegó ante mis ojos... 

Adriel salía cogiendo a Diana de la cintura, mientras ella y Marga brindaban sus copas sonrientes, con complicidad. Como si fueran...amigas. No pude reconocer el lugar, solo que era bastante oscuro. Probablemente otro de sus negocios. No fui consciente de que estaba llorando hasta que me costó respirar. Me puse el vestido como pude y cogí el bolso. Todavía me temblaban las piernas cuando bajé corriendo las escaleras. Fue María quién me recibió en la planta de abajo.

—¿¡Dónde está?! —grité entre sollozos. Ella me detuvo de los hombros. Sentí que me iba a desmayar.

—Adriel ha sido muy insistente en que no te deje salir. Dice que no es seguro y que debes quedarte aquí hasta que él vuelva. 

La empujé con más brusquedad de la que se merecía.

—¡Y una mierda! Está loco, María. —Saqué el móvil y busqué la foto, poniéndola frente a sus narices. —¡Mira, mira, está con otra mujer! Joder... —Y me eché a llorar como no lo había hecho en mucho tiempo. 

Me quité las manos de la cara y la miré. Tenía los labios fruncidos y una lágrima le corría por la mejilla. 

—Espera, tú lo sabías...

Clavó su mirada en la mía con una extraña expresión de culpa.

—Es su mujer, Emma. Adriel está casado con Diana Castañeda. 

Sentí un pinchazo en el pecho que me dejó sin aire. María se acercó y me cogió por los hombros, pero me quité sus manos de encima de un empujón.

—Dime dónde está —le rogué—. Voy a irme igual, María. Será mejor si me lo dices. 

Ella negó con la cabeza despacio, mientras nuevas lágrimas caían de sus ojos grises.

—Esto es serio Emma, por favor. 

De repente, mi móvil vibró. Un mensaje anónimo. 


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Esta vez fui yo quien la cogió por los hombros, dándole una leve sacudida para que me mirase fijamente.

—Quiero que sepas que tu silencio les ha ayudado a acabar conmigo. Espero que seas capaz de vivir con eso. 

Pensé que me detendría, pero cuando la hice a un lado para salir, se quedó petrificada en el sitio. Casi sentí lástima por ella. Casi. 

Crucé el jardín corriendo y me monté en el coche. Eché un vistazo al retrovisor antes de arrancar. Sentí cómo la sangre se me helaba en las venas cuando vi a Diana apoyada en uno de los robustos árboles que delimitaban la calle. Saber que no era producto de mi imaginación la hacía aún más aterradora. Mi pie descalzo se deslizó por el acelerador. Aproveché el alto de un semáforo para volver a encender el móvil y ver la foto. Hice zoom en la cara de Diana y la observé con detenimiento. No tenía el lunar sobre el labio. 

Algo no encajaba...

Tiré el móvil al salpicadero y salí derrapando cuando el semáforo se puso en verde. Dos curvas más y entré en un callejón cercano al pub. Era una calle de un solo sentido, y tan angosta que sólo cabía un coche. Sin embargo, un vehículo grande y negro apareció en el otro extremo. Agudicé la vista, tratando de identificar quién iba al volante, pero no se veía nada. 

Una simple mano femenina asomó por la ventanilla del piloto, con uñas largas y negras. La dueña la sacudió en el aire, como si me estuviera saludando.

<<Pero, ¿qué...?>>

Luego aceleró tan rápido que, cuando intenté dar marcha atrás, ya era demasiado tarde. 

No me estaba saludando, se estaba despidiendo.

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora