El fin de un nuevo comienzo

CAPITULO 41

Adriel

 Veintidós minutos después, Emma apareció arrastrando una maleta más grande que ella misma. Por más que lo intentara, me era imposible contener una sonrisa bobalicona siempre que la veía, a pesar de ser plenamente consciente de lo idiota que me hacía parecer. 

Le di un beso en los labios y le quité la maleta de las manos. 

—¿Al final has decidido mudarte? Por mí, guay. 

—No, tonto... llevo algunos libros, el portátil, y más cosas importantes. —Me inspeccionó con el ceño fruncido. —¿Has bebido? 

—Solo una copa. 

Levantó una ceja y clavó la mirada detrás de mí. 

—La botella de la encimera no dice lo mismo. ¿Ha pasado algo? ¿Estás bien? 

<cuarenta y ocho horas> 

Suspiré y me pasé la mano libre por el pelo. 

—Perfectamente —mentí—. Voy a dejar la maleta arriba. 

... 

—¡Emma! —la llamé desde la planta de abajo. 

Hacía más de una hora que la había dejado sola en el baño después de ducharnos juntos, para que terminara de arreglarse y todas esas cosas que hacen las mujeres. 

Miré mi reloj. Si no bajaba en quince minutos perderíamos la reserva en el restaurante. 

—¡Emma! —exclamé de nuevo. Esta vez más fuerte —¡¿Se puede saber en qué tardas tanto!? 

Regresé a la cocina, hastiado de esperar. Me serví otra copa y terminé de abrocharme la corbata.

 —¡Si no bajas enseguida acabaré emborrachándome! —Nada. Seguía sin responder. 

Algunos minutos y tres copas después, al fin la vi bajar por las escaleras. Sin embargo, no se había vestido para la ocasión, ni peinado, ni maquillado. ¿En que había tardado tanto? Solo llevaba puesta una de mis camisetas, que le quedaba larga y holgada. 

Observé que tenía un móvil en las manos. El suyo tenía una funda rosa con un estampado de margaritas, así que solo podía ser el mío. 

—Emma... —Me acerqué a ella cuando bajó el último escalón. Tenía las mejillas empapadas y los ojos rojos. Levantó mi móvil en el aire, y dijo: 

—Te ha llamado Marga.

 <No puede ser>