CAPITULO 6

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Emma

El chasquido de unos tacones se encendieron por lo que parecía ser un largo pasillo, llegando a retumbar en cada esquina de la sala de espera. 

 Tenía el corazón acelerado y me temblaban las manos. En un esfuerzo por mantener la calma, fijé la vista en un enorme cuadro que ocupaba casi toda la pared frente a mí. La pintura representaba una playa paradisíaca, con arena blanca y fina. El sol brillaba alto en un cielo despejado, arrojando luz sobre la figura de una niña. Ella levantaba la mano y contemplaba cómo los rayos se filtraban entre sus dedos. El mar, vasto y azul, rompía suavemente en la orilla, acariciando sus pies enterrados en la arena, mientras el viento jugueteaba con su vestido de flores malvas y alborotaba sus rizos castaños. 

 —Ojalá pudiera estar ahí —me dije a mi misma—. Parece un lugar tranquilo, tal vez demasiado caluroso. Además, odias la humedad, la arena...y los psicólogos. 

Los nervios aumentaban, y el maldito pasillo parecía interminable. Los golpes rítmicos contra el suelo de porcelana no cesaban, a pesar de tenerlos ahora más cerca.

No podía creer que estuviera apunto de contarle mis sentimientos a alguien, de confesar en voz alta lo que hice y el modo en que este error me perseguía hasta en sueños. 

 Me sentía idiota por estar ahí, esperando a que mis problemas se esfumaran por el simple hecho de verbalizarlos. No me sentía preparada para hacerlo. Tenía la boca seca y mi corazón cada vez latía más deprisa. 

 No, definitivamente no lo estaba. 

 Sin embargo, ya había pagado por ello. Quien fuera que estuviera a punto de aparecer en aquella pequeña, fría y luminosa sala, iba a torturarme mentalmente y yo le había dado un buen dinero por ello. 

 —¿Emma? —Sus iris color miel se ensancharon ante el cambio de iluminación. 

 —¿Marga? —pregunté a su vez. Una sonrisa se extendió en su delgada cara mientras asentía. 

 —Acompáñame, por favor. 

 Giramos la esquina y recorrimos un largo y estrecho pasillo. Lo que me pareció medio segundo después, ya estábamos una frente a la otra, sentadas a escasos centímetros

Aquella estancia era mucho más acogedora que la sala de espera. Nos rodeaba un tono gris perfectamente extendido sobre las paredes, plantas muy verdes en cada esquina y sillones acolchados. Había dos cuadros más, uno a cada lado, solo que estos eran trazos de color sin forma ni figura en distintos tonos de rojo. 

 La mujer se inclinó para coger algo de la mesita auxiliar que llenaba el espacio entre nosotras. 

 —Bueno, como ya sabes, yo soy Marga. Y a partir de este momento, tú psicóloga. 

 —Yo...yo soy Emma. Como ya sabe también. 

 Marga abrió la pequeña pero ancha libreta que ahora tenía en las manos y buscó una hoja en blanco en su interior. Puso el bolígrafo en posición y volvió a conectar nuestras miradas. 

 —Dime, Emma ¿por qué estás aquí? —No respondí. Me sentía perdida, sin palabras. —Sé que es difícil, cariño. Sobre todo la primera vez. Responde solo cuando te sientas preparada. 

 —¿Crees... —empezó de nuevo. 

—Estoy aquí porque maté a una persona. —El peso de mi confesión cayó sobre nosotras

Ella se reclinó en la silla y comenzó a mordisquear el extremo del bolígrafo. 

 —Vaya...¿Y quién era esa persona? 

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora