CAPITULO 22

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Emma

Llamé a Marga para avisarle de que llegaría a su consulta en apenas minutos. 

Eran las siete de la mañana, así que pensé que no me respondería. Sin embargo, al segundo tono, su voz inundó el interior de mi coche a través del manos libres. Sin detenerme en la sala de entrada, continúe directamente hacia su despacho. La puerta estaba abierta de par en par, como si estuviera aguardando mi llegada, lo cual me hizo sentir menos incómoda al saltarme el formalismo de esperar. La encontré regando las flores de la ventana con una pequeña regadera de colorines. 

—¿Señorita Marga? —la llamé y se volvió hacia mí. 

—Buenos días, cariño —respondió con voz cálida. Con un gesto de la mano me indicó que me sentara y ella hizo lo mismo, como en cada sesión. 

—Siento haber venido sin pedir cita. 

—Dime, ¿qué pasa? ¿Ha pasado algo entre Adriel y tú? 

—¿Por qué está tan interesada de repente?

—Solo me preocupo por ti —se inclinó un poco en mi dirección y continuó en tono confidencial: —Ese hombre no tiene muy buena fama por aquí. 

Me pregunté si sería porque trataba a todo el mundo como me trató a mí unos días atrás, después de que lo acogiera en mi casa y lo cuidara. 

De cualquier forma... 

—Me da igual —repliqué—. Nunca pasará nada entre nosotros —noté una leve sonrisa asomar en sus labios—. He venido por otra cosa. 

Saqué la nota y busqué en mi móvil los mensajes. Los dos, el que había recibido semanas antes, y el que me había llegado esa misma mañana, el cual decía: 

"¡Buenos días! ¿Le has contado ya a tu amiga lo que hiciste?" 

Coloqué las dos cosas sobre la mesita redonda frente a nosotras. 

—Se llama Diana —expliqué—. Tengo la sensación de que me sigue a todas partes. Fui a la dirección que consta en este papel y cuando nos encontramos, me amenazó con información de mi pasado que apenas compartí con usted. 

Su rostro se volvió lívido. 

—¿Insinúas que yo he...?

—No. No he querido insinuar nada —aclaré. Y realmente no lo pensaba. Pero entonces, si solo Marga conocía mi secreto, ¿quién más podría haber sido? 

Ella examinó la nota como si su contenido estuviera en algún idioma extranjero. Los mensajes en el móvil apenas recibieron atención de su parte, de modo que al cabo de unos segundos la pantalla se apagó automáticamente. 

—Emma, cariño. —Aunque su voz era cálida como de costumbre, noté una pizca de urgencia en el tono. —¿Puedo guardar la nota? Quiero estudiar la situación con más calma. 

Asentí con la cabeza. 

—¿Qué te parece si volvemos a vernos esta tarde? Creo que te vendrá bien. Y tranquila, no contaré esto como una sesión. 

Repasé mentalmente mi día, recordando que era lunes y solo tenía un par de clases en la universidad. Por la noche tenía que ir al pub, pero hasta entonces tenía día para rato. 

—Aquí estaré. 

... 

Llevaba su larga melena rubia recogida en una coleta, dejando a la vista las perlas que colgaban de sus diminutas orejas. Se acercó arrastrando los pies. 

—Paula, ¿va todo bien? —pregunté cuando se sentó a mi lado en completo silencio. Una lágrima escapó de su mirada castaña, dejando un rastro vertical en su maquillaje. 

—¿Qué pasa? —me preocupé. 

—Hablamos luego, ¿vale?—murmuró justo cuando el profesor daba los buenos días. 

Cuando las clases terminaron, recorrimos el pasillo y bajamos las escaleras para ir directas a por un chute de cafeína. Era la primera vez que veía a Paula callada durante tanto tiempo, y eso empezaba a inquietarme. 

Los tintineos de los cubiertos y un murmullo de conversaciones nos recibieron al entrar. Pedimos nuestros cafés y nos sentamos una frente a la otra en una de las alargadas mesas del comedor. El camarero no tardó en dejar un par de tazas humeantes en la mesa. 

—¿Quieres algo de comer? Yo invito —propuse, con la intención de arrancarle algunas palabras.

—Salgamos de fiesta hoy —soltó ella de repente. 

Me la quedé mirando con ojos entrecerrados, esperando a que se riera. No lo hizo. 

—Ah, ¿va en serio? —pregunté y asintió—. Es lunes, Pau. Nadie sale un lunes. 

—¿Es que trabajas hoy? 

—Solo hasta las once, pero... 

—Bien. Decidido, salimos —concluyó con una sonrisa. 

Levanté los ojos al cielo y, sabiendo que resistirme no serviría de mucho, ahorré energías y accedí. 

Cuando las clases terminaron, fuimos directas a mi apartamento. Ambas necesitábamos una tarde de chicas antes de ir a esa fiesta que le había prometido. 

Le lancé un cojín a la cara, sin demasiada fuerza, pero suficiente como para despeinar su melena rubia. 

—¡Ay! ¿¡Serás...!? 

—¿Vas a contarme ya qué te pasa? —pregunté. 

Ella seguía trasteando con el mando, buscando la tercera película de la tarde. 

—¿No tenías que trabajar? Ya son las siete y media. 

—Buen intento, pero no cambiaré de tema tan fácil. 

—Va enserio, mira —dijo, acercándome la pantalla de su iPhone a la cara. 

Di un salto del sofá. 

—¿¡Por qué no me has avisado antes!?— Me puse un top blanco y una falda de cuero. Sin tiempo para decidir si me quedaba bien o mal, fui al baño, me recogí el pelo en una coleta alta y me lavé los dientes. 

—¡Coge un taxi hasta el pub! —le grité desde mi habitación mientras terminaba de calzarme mis Converse—. Te espero ahí a las once, iremos esta vez en mi coche. 

Cuando llegué de nuevo al salón, ella se había levantado del sofá y agarrado su bolso. 

—¿No te quedas? —pregunté, sofocada por las prisas. 

—Tengo que ducharme, y en tu armario seguro que no encuentro nada decente. 

—¿Quieres decir algo que no llame la atención de todo el mundo? 

Ella rodó los ojos y ambas nos echamos a reír. 

Paula y yo vivíamos en mundos completamente diferentes, pero de algún modo me comprendía en todos los sentidos. Llegué a pensar que tal vez solo sentía compasión por mí, por la chica a la que no le quedaba nada en una ciudad que no conocía. 

No obstante, esa misma noche en la fiesta, todo cobró algo más de sentido. 

Paula, la dulce, brillante y animada Paula, también guardaba sus secretos.

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora