CAPITULO 8

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Emma

Me congelé en el último peldaño de las escaleras. Debió de habérsele olvidado a alguien. No podían ser para mi. Me agaché con cuidado y recogí el enorme ramo de flores en mis manos. Era una combinación preciosa de tonos amarillos y rosas, y de cerca olían todavía mejor. Descubrí una tarjeta encajada entre ellas. Antes de leerla, volví a echar un vistazo rápido a mi alrededor para asegurarme que nadie vendría a reclamarlas. 

Decidí que no, y sin poder esperar más, la leí.


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Por dentro gritaba de emoción. Lo tenía. 

¡Había conseguido el trabajo! 


...


Respiré profundamente e inspeccioné mi aspecto una vez más en el espejo. Me había peinado como siempre: suelto y completamente liso. Mi maquillaje era más cargado y oscuro que de costumbre, y aunque resultaba extraño incluso para mí, me veía bastante decente. 

El único vestido que encontré en mi armario era demasiado ajustado. No me sentía del todo cómoda con él, especialmente cuándo noté mis costillas marcadas en la tela granate. Odiaba mi cuerpo. Había adelgazado demasiado en tan solo dos meses. Tuve que ignorar los comentarios inseguros que mi mente lanzaba para no acabar en vaqueros y camiseta, no tenía ni idea de cómo debía vestir una camarera de noche, pero esa no parecía ser la elección más adecuada. Al menos no para un primer día. Me pregunté cómo iría mi compañera. La primera vez que la vi, cuando fui a la entrevista, no pude fijarme más allá de su maquillaje impecable sobre su piel oscura. No estaba segura de poder igualar su presencia en algún momento... 

¿Y si no estaba a la altura? Debía estarlo. 

Por mi. Por Adriel. Por mi nueva vida.

Los nervios hervían en mi interior a fuego lento, amenazando con desbordarse conforme se acercaba la hora. ¿Estaría él ahí? Me dijo que nunca iba a ese pub, así que lo más probable fuera que no. Una parte de mí quería trabajar con él para poder tenerlo cerca. Me hacía sentir bien, y en poco tiempo había hecho más por mí de lo que podría haber imaginado. No obstante, mi parte más sensata no dejaba de recordarme que debía mantener prudentes distancias. A partir de ese momento él sería mi jefe y no quería que las cosas se complicasen. 

Me puse la chaqueta de piel, agarré el bolso y salí a la gélida noche. Me detuve en el umbral de la puerta, justo bajo un cartel neón que decía "OASIS", y encendí un cigarrillo, hábito que prometí dejar de hacer en cuanto recuperase mi salud mental. Cosa que, cada vez, veía más improbable. 

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora