CAPITULO 10

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ADRIEL

Dudó unos segundos, pero finalmente me dio su mano. 

El tacto de su piel encendió la mía y tiré de ella con suavidad para tenerla más cerca. Procuré mantener una distancia que no le resultase incómoda, aunque yo anhelaba reducirla a la nada. Nuestros cuerpos giraban sincronizados al ritmo de la nueva canción que automáticamente se reproducía en mi móvil. No tenía ni idea de bailar, pero moverse lentamente de un lado a otro no resultaba laborioso para mi arrítmico y grande cuerpo. 

—Hay algo que no entiendo —dijo ella con voz suave. 

—Dispara. 

—Si no vienes aquí porque no te agradan los camareros, ¿por qué simplemente no los despides?

 —¿Quieres que te despida el primer día?

Esbozo una sonrisa. 

—No en serio, eres el jefe, no consigo entenderlo. 

—No es tan fácil, Emma. 

—Pues explícamelo. —Sus esferas celestes me observaban de cerca, llenas de curiosidad.

—Es por Irina —confesé—. Estuvimos juntos un tiempo, no nos entendíamos y se acabó. Eso es todo. No sería justo despedirla por algo así, ¿no te parece? 

Irina era la razón, si. No obstante, no fui del todo sincero sobre lo que pasó entre nosotros. Eso que hizo que ella temiera tenerme cerca y que yo evitara pisar mi propio negocio. 

Los brazos de Emma pasaron de mis hombros a mi cuello, rodeándome. 

Mi corazón se aceleró.

 —Lo sé, cualquiera se habría dado cuenta de la tensión que hay entre vosotros. 

—¿Tensión? —Tuve que reírme. Negué con la cabeza—.No hay nada de eso entre Irina y yo. 

—¿Cómo estás tan seguro? 

Envolví su delgada cintura. Acababa de descubrir que me encantaba la facilidad con la que mis grandes manos abarcaban su diminuta cadera. Tan frágil y delicada que podría partirla en dos con solo ejercer un poco de fuerza. La atraje hacia mí despacio. 

—Porque tensión es esto —contesté. Ella lamió su labio inferior antes de morderlo

—No sé a qué te refieres. 

Deslicé mi mano por su brazo desnudo. Su piel se erizó bajo el contacto. 

—¿Ah, no? 

—No... 

—Tu cuerpo no puede engañarme, Emma. 

Esta vez no dijo nada. Cerró los ojos con suavidad y dejó que mis dedos acariciaran la piel de su mejilla. También me gustaba mucho esa parte de ella, tan suave y cálida. Y ese color... un rosa casi naranja, incluso bajo  el polvo despreocupado de su maquillaje. 

De pronto, abrió los ojos y me apartó de un empujón. 

Enarqué las cejas. 

—Estoy algo cansada —se excusó—, voy a terminar de limpiar para marcharme. 

—¿Qué haces? —pregunté cuando recogió la escoba del suelo y empezó a barrer—. No harás horas extras en tu primer día. Ve a por tus cosas, te llevaré a casa. 

Bajó la mirada y salió hacia la parte trasera de mi bar. 


Siempre ocurría: me sentía atraído por una chica guapa, la conocía y me dejaba llevar con tanta seguridad de que no perdería el control sobre mí mismo que, al final, me resultaba incluso triste. Sin embargo, con Emma algo cambió. El miedo a no poder parar me invadía. Temía que fuera mucho más que otra obsesión vacía y efímera más, que, una vez la probara, fuese incapaz de dejarla ir. 

No podía arriesgarme a comprobar su efecto en mí, no a menos que quisiera ponerla en peligro.

 Apareció de nuevo, envuelta en una chaqueta de piel negra que ocultaba su vestido sin mangas.

 —Acabo de recordar que he venido en mi coche —dijo con timidez. De pronto parecía avergonzada por algo. 

—Vale, no hay problema —mis ojos inspeccionaron los suyos unos instantes—. Buenas noches, niña. 

Vi cómo arrugaba la nariz mientras avanzaba hacia la puerta. Su reacción cada vez que la llamaba así me resultaba divertida. 

—Buenas noches, Don calculador. 

Me serví un trago de vodka que vacié pronto en mi garganta. El licor quemó todo a su paso, reviviendo la sensación a la que estaba más que acostumbrado.

Volví a la escoba una vez más y me puse a barrer. Debía darme prisa si quería tener todo limpio para antes de que saliera el sol. 

O al menos, en las próximas dos horas y treinta minutos.

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora