CAPITULO 33

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Emma

Di unos golpecitos en la madera y entré sin esperar una respuesta del otro lado. 

—¿Se puede? —pregunté, aunque ya estaba dentro, cerrando la puerta tras de mí. 

Él esbozó una sonrisilla de las suyas como respuesta y se levantó de la silla.

—Tendrás que ser rápida con tu consulta, o van a pensar que eres la enchufada de la plantilla.

—No me importa —respondí—. Estoy segura de que piensan cosas peores.

—¿Vas a una fiesta? —repitió la pregunta, acercándose a mí. 

—No.

—Entonces solo queda una opción que pueda explicar tu vestido... —Estábamos tan cerca que creí que nuestros labios se tocarían. Sin embargo, me tomó de la cintura y me puso de espaldas a él. —Que tu propósito sea acabar contra mi escritorio esta noche —dijo, dejando un par de besos en el hueco de mi cuello—. ¿Era eso lo que querías, niña? 

Cerré los ojos y asentí con la cabeza.

—Lo sabía —susurró contra mi cuello—. He sabido que era así desde que te he visto aparecer. 

Retiró todo mi cabello hacia un solo hombro, deshaciendo el lazo que sujetaba el vestido a mi cuerpo. La tela cayó suavemente al suelo y ladeé la cabeza para encontrarme con su mirada. Con esos redondos, grandes y brillantes ojazos verdes que me observaban con una admiración que nunca imaginé merecer. 

Me asió del cuello y me besó. Abrí la boca, y él aprovechó para introducir su lengua. Enrosqué los dedos en su pelo y tiré de él mientras me abrazaba con más fuerza. Se apartó un poco para volver a mis ojos.

—¿Estás segura de esto? —me acarició la frente y me apartó el pelo de la cara—. Podemos esperar.

—No quiero esperar más. 

Un grito ahogado escapó de mis labios cuando me levantó del suelo y me cogió en brazos. Rodeé su cadera con las piernas hasta que me dejó sentada sobre la mesa del escritorio. Tiré de su camisa para acercarlo a mí, separando las piernas para hacerle un hueco entre ellas. Nuestros labios se encontraron de nuevo. Con rabia, con furia, con pasión contenida y explotada. Él se apretaba cada vez más contra el hueco de mis piernas y las ganas de sentirlo empezaban a superar cualquier otra necesidad que conociera. 

Trasteé con los botones de su camisa hasta que conseguí quitársela. Pasé las manos por su pecho; duro y marcado. Sentí que mi deseo crecía, que iba más allá de la piel. Él tomó distancia para mirarme fijamente. Abrió mis piernas e introdujo una mano entre ellas. Era áspera, cálida, capaz de provocar escalofríos incluso a una piedra.  Acarició el interior de mis muslos, acercándose cada vez más a mi centro. Hizo a un lado la fina tela de encaje que lo cubría y cerré los ojos.

—Abre los ojos, Emma. —ordenó con voz ronca—.Quiero que me mires. 

Obedecí con inmediatez cuando sus dedos se deslizaron dentro de mí sin previo aviso. Dentro y fuera. Caricias salvajes, arriba y abajo. 

Sus ojos me devoraban. Se me bebían muy de cerca. Me mordí el labio inferior con fuerza, luchando por reprimir el gemido que estaba a punto de estallar entre las cuatro paredes que nos rodeaban. Noté como introducía un dedo más, usando otro para acariciarme la parte más alta y sensible de todas.

—Joder, Emma... —gimió sobre mi boca. No pude evitar cerrar los ojos al sentir un calor abrasador expandirse en mi vientre, irradiando mi entrepierna y mojando los grandes y firmes dedos de mi jefe.

—Ven aquí. —Me bajó al suelo, giró mi figura y la dobló boca abajo sobre la mesa. El sonido de su cremallera reverberó en el despacho y sentí que mi boca se secaba. 

Colocó una mano sobre mi cabeza, presionando  mi mejilla contra la fría madera para , con la otra, apartarme la braguita y penetrarme.

—¿Te gusta provocarme, eh? —dijo con esa voz grave mientras entraba y salía de mí a un ritmo agónico—. Esto era lo que buscabas desde el principio, ¿verdad? 

Me agarró de la cadera y sus acometidas empezaron a romper contra mi cuerpo a un ritmo violento. Tan placentero como doloroso. Se me nubló la vista y las piernas me empezaron a temblar. Entonces, aminoró el paso, pero me la devolvió tan al fondo que el hueso de mi cadera golpeó la madera.

—Espera... —exhalé, cerrando los ojos con fuerza—.Voy a...

Ignoró mis súplicas vacías y su mano impactó fuerte contra mi culo. 

No una, ni dos, sino tres veces. Con cada embestida se encargaba de demostrarme su dominación innegociable. Me agarró fuerte del pelo, movió las caderas y golpeó un punto que me dejó sin sentido unos instantes.

—Adri... —clavé las uñas en la mesa y me abandoné a él, mientras él explotaba en mi interior al mismo tiempo. 

Antes de retirarse, se inclinó y dejó un beso corto en mi nalga. El ardor de la zona me hizo imaginar sus cinco dedos marcados a fuego sobre mi piel. Me incorporé, viendo cómo nuestros torsos desnudos todavía subían y bajaban a un ritmo frenético. 

Adriel se pasó las manos por el pelo para apartarse un mechón corto de la frente mientras se colocaba la ropa en su sitio. Busqué mi vestido e hice lo mismo. 

Me dio un beso suave en los labios.

—Recoge tus cosas, niña, nos marchamos.

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora