CAPITULO 34

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Emma

Lo cogí suave de la muñeca para detenerlo.

—Es una noche de mucho trabajo. No podemos dejar a Irina con todo el trabajo e irnos sin más.

—No era una pregunta, Emma. Vamos, recoge tus cosas.

—No —me crucé de brazos—. Me quedaré a terminar mi turno y luego podrás llevarme a donde quieras.

—Llamaré a otro compañero para que la ayude, ¿vale? Ahora no seas cabezona y ve a por tu abrigo. 

Fui a la taquilla y recogí mis cosas, mientras él mantenía una breve conversación telefónica de la que no pude descifrar mucho por sus simples interjecciones del tipo "ya, ya" o "lo que consideres" Colgó rápido cuando me acerqué a él con el bolso y el abrigo en mano. Lo seguí hasta la zona pública del bar.

—Espera aquí un momento. —Se acercó a Irina, le dijo algo al oído y ella me lanzó una mirada asesina. 

Si las miradas matasen...

—¿Qué le has dicho? —pregunté cuando volvió.

—Que nos vamos —me cogió de la mano—. Le pagaré más del doble por ocuparse sola de todo.

—¡¿Qué?! —La noche me recibió como un jarro de agua fría. La niebla se arrastraba casi a ras del suelo y el cielo estaba completamente cerrado. El frío era tan cortante que calaba hasta los huesos. —Me dijiste que vendría alguien a ayudarla.

—Relájate, te aseguro que eso no es un problema para ella.

—¿En serio? ¿y cuál es su puto problema? Porque desde que llegué parece que me odia.

—No te pega nada decir palabrotas —se rió, pero al verme seria se acercó—. ¿Qué pasa? ¿te ha vuelto a molestar?

—No...da igual.

—Confía en mí, no se lo pediría si no supiera que es más que capaz. 

Asentí con la cabeza. Ahora si que no iba a haber quien se ganara el favor de Irina. 

—¿Dónde has aparcado? —Pasó la mirada por los coches aparcados a ambos lados de la calle.

—¿Es que vamos a ir en mi coche?

—Así es, me apetece comprobar que tiene la calidad que mereces. 

Unos metros más adelante, entramos en el coche y arrancó derrapando. 

Lo observé mientras conducía. Tenía el brazo derecho estirado, cogiendo el volante decidido pero al mismo tiempo con mucha tranquilidad. El codo izquierdo reposaba en el borde de la ventanilla, y se sostenía la barbilla con la mano.

—¿En qué piensas? —preguntó con una sonrisa, como si, además de saber la respuesta, le diera vergüenza. 

Tenía una sonrisa bonita, no podía negarlo. Quizás la más bonita que había visto hasta entonces, con ese extraño hoyuelo en la mejilla derecha...

—En adónde me llevas —mentí.

—Vamos a tomar algo. Ahora que está claro quién es el único que puede quitarte ese vestido, es justo que lo luzcas.

—No eres tú quien decide eso —repliqué. 

Él dio un frenazo tan brusco que provocó un coro de pitidos de coches detrás de nosotros.

—¡¿Te has vuelto loco?!

Se giró hacia mí con una expresión severa, ignorando el caos que había creado fuera del vehículo.

—Eres mía, joder. Mi niña. Ya está más que decidido.

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora