CAPITULO 21

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Adriel

<<Creo que me he enamorado de ti. Creo que me he enamorado de ti. Creo que me he enamorado de ti. Creo que me he enamorado de ti. Creo que me he enamorado de ti.>>

 Las palabras de Emma resonaban en mi cabeza una y otra vez después de que saliera de su vida con doble portazo. Bajé las escaleras ágil para salir a la calle y llegar hasta mi coche. 

El dolor de cabeza amenazaba con acabar conmigo, si no lo lograba antes la impotencia que sentía hacia todo lo que me rodeaba, hacia cada maldita cosa que me impedía estar con ella. 

No estaba dispuesto a arriesgarme. No podía soportar la idea de que algo malo le ocurriera por mi culpa.

 A ella no.

Era mejor así, cada uno por su lado. Y después de lo que acababa de decirle en su casa, no creía que quisiera volver a verme. O al menos, no lo haría con los mismos ojos.

... 

Conté cada segundo desde que se fueron juntos hasta que lo vi aparecer de nuevo, para mi alivio, solo. No habían sido más de veinticinco minutos, pero quién sabe... quizá el tiempo suficiente para que pasaran cosas por las que mereciera morir. 

—¿Seguimos con el contrato, Ramírez? —preguntó Eric cuando ese gilipollas se acercó a nosotros. 

Apuré la copa sobre mis labios. Había bebido demasiado. Tenía la cabeza embotada y lo último en lo que podía concentrarme era en ese puto contrato. 

Ramírez tiró hacia abajo de los lados de su americana. 

—Claro chicos, sigamos. Esa calientabraguetas ya me ha hecho perder demasiada noche. 

Al escucharlo, sentí cómo la sangre me hervía en las venas. Hice un esfuerzo sobrenatural por no perder los nervios. 

—Subamos a mi despacho —propuse—, ahí podremos hablar más tranquilos. 

Necesitaba respirar sin gente alrededor, y así no tendría que preocuparme de que a Ramirez se le bajara toda la sangre a la polla.

—Aunque, ¿sabéis que? —dijo, deteniéndose a los pies de la escalera. Lo fulminé con la mirada, advirtiéndole en vano que midiera sus palabras—. Insistiré un poco más, se la veía casi convencida. No creo que tarde mucho en abrirse de piernas. 

Di un paso hacia él, pero solo para asegurarme de encajarle un puñetazo que le cruzase la cara. Y otro. Y otro más. Le pegué tanto que no me sentía los nudillos. La rabia y el alcohol habían hecho mella en todo mi ser. Me senté encima de él y seguí golpeándolo. Me lo imaginé tocando a Emma, besándola, desnudándola, y le pegué con más fuerza todavía. 

Unas fuertes manos me separaron de él. 

—¡Para ya! ¡Vas a matarlo! —me gritó Eric para sacarme de mi trance. 

Miré jadeante a mi alrededor. Habían parado la música y un coro de personas me observaban en silencio. Lancé una última mirada a Alejandro, que intentaba levantarse del suelo.

—No vuelvas a acercarte a ella —solté entre dientes. 

Cogí una botella de vodka, y me largué. 

 ... 

Mi móvil vibró en el suelo del asiento del copiloto ¿cómo había terminado ahí? Aproveché el alto en el semáforo para agacharme y recogerlo. Había varias llamadas perdidas de Eric. Necesitaba pensar en una buena excusa para que no sospechara que Emma estaba involucrada en todo aquello. 

Metí el coche en el garaje privado y accedí por la parte trasera. Algunas personas del servicio aún limpiaban los restos de la fiesta. Sin mediar palabra con ninguno de ellos, subí las escaleras de cristal y entré al baño. Sentía la necesidad de quitarme el olor a Emma y alcohol de la piel antes de hacer cualquier otra cosa. 

Entré en la ducha. El agua estaba ardiendo, tal como a mí me gustaba. Repasé en mi mente parte por parte todo lo que había sucedido en las últimas horas: un contrato perdido, una paliza más que merecida y un beso de puta madre. Nada entraba en mis planes para esa noche pero oye, no había estado tan mal, ¿no?

Con una toalla enrollada en la cintura, bajé las escaleras y me dejé caer en el sofá para llamar a Eric. 

—Buenos días, he visto tus llamadas. ¿Ha pasado algo que deba saber? 

—¿Ha pasado algo que deba saber yo? —respondió. 

—Solo hemos perdido un contrato, Eric, no es el fin del mundo. 

—¿Y qué pasa con esa chica? —Mucho estaba tardando... 

—¿Qué chica? —pregunté, haciéndome el loco. 

—Sabes perfectamente de lo que te hablo. Te encontré abrazado a ella y después, por un simple comentario, casi dejas inconsciente a Ramirez. 

Escuché su nombre y la rabia me atravesó como un rayo, volviendo rígido todo mi cuerpo. Me incliné hacia delante, hundiendo los codos en las piernas. 

—No fue solo un comentario —apreté los dientes—. Defendería a cualquier mujer si alguien hablara así de ella delante de mí. 

—Ya... pues haz lo que quieras, pero ya sabes lo que pasará si te encaprichas de esa chica.

—Conseguiremos más socios, ¿vale? deja de lloriquear y busca algo productivo para recuperar la pérdida. 

—No te reconozco... Mantén la cabeza fría, joder. No te pido más —dijo antes de colgar. 

Eric tenía razón. Mis negocios no eran ningún juego. De hecho, hasta que ella apareció eran lo más importante de mi vida. Debía enterrar mis sentimientos por Emma. Olvidarla como fuese. 

Por mi bien, pero sobre todo por el suyo. 

La señorita del servicio se acercó con la bandeja del desayuno, como solía hacerlo cada mañana en que coincidíamos. Aquella mujer de baja estatura y rostro afable había estado a mi servicio desde que llegué a Madrid hacía ya nueve años. Nunca había sido de confiar en nadie, pero ella se había ganado mi respeto como pocos. Con mi madre en Londres, ella había llegado a ocupar, en cierto sentido, el rol de una figura materna. Y eso que mi pequeña y adorable madre era mucha mujer como para parecerse a nadie más. 

—Come un poco, tesoro. Tienes mala cara. —Dejó el desayuno frente a mí con una sonrisa preocupada.

La luz del sol que atravesaba las paredes realzaba las arrugas de su rostro y el grisáceo tono de unos ojos que habían presenciado demasiados inviernos. 

Levanté la taza en su dirección y sonreí. 

—No se que haría sin ti, María —dije antes de darle un buen sorbo a mi café solo. 

El móvil vibró sobre la mesa de centro. Esta vez era un mensaje. 

Se me heló la sangre al ver su nombre en la pantalla de mi móvil.

Se me heló la sangre al ver su nombre en la pantalla de mi móvil

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El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora