CAPITULO 43

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ADRIEL 

Cuando regresé a mi casa, la estuve esperando.

Esperé que alguien tocara la puerta y que ese alguien fuese ella. Que me cosiera a gritos buscando explicaciones que probablemente no podría darle. No volvió. ¿Por qué razón iba a volver? Era egoísta esperar que lo hiciera, pero me negaba a perder la esperanza. 

Cogí una botella del minibar y me senté en el sofá. Encendí el móvil. Mi madre seguía sin responder al correo que le mandé. Le di un trago directamente a la botella, abrí WhatsApp y escribí un mensaje. <<Debiste hacer esto hace mucho tiempo —me dije a mí mismo—. Es lo mejor para los dos>> 

Le di otro trago a la bebida y lo envié:

Vacié la botella en mi boca y la arrojé contra la pared

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Vacié la botella en mi boca y la arrojé contra la pared. Fui a por otra, que corrió la misma suerte antes de que me quedara dormido. 

Cuando me desperté a la mañana siguiente, no tenía ni una sola llamada o mensaje de Emma. Mi madre tampoco me había respondido. Me dolía la cabeza horrores. Intenté incorporarme, pero todo me daba vueltas. 

Maldita sea, seguía borracho.

—Prepárame la maleta —le pedí a María en cuanto entró por la puerta. Mi voz era ronca. Tenía la boca seca y me dolía la garganta. Ella se acercó corriendo cuando vio las dos botellas hechas añicos sobre el sueño de porcelana.

—Estoy bien, estoy bien —la tranquilicé—. Ve y haz lo que te pido. 

Realicé un par de llamadas y conseguí un vuelo privado a Londres para dentro de una hora. Necesitaba alejarme de todo, respirar un poco. 

Subí las escaleras y me di una buena ducha para quitarme el pestazo a alcohol de encima. 

No telefoneé a mi madre para avisarle y recé para que estuviera en casa cuando llegara.



—¡Cariño! —la escuché gritar antes de verla. De pronto, la puerta se abrió y salió a mi encuentro en el jardín. Se detuvo justo antes de que la distancia entre nosotros comprometiera un abrazo.

—Hola, madre —sonreí. 

—¿Por qué no me has dicho que venías? —dijo, quitándome pelusas invisibles de la camisa mientras me escudriñaba de arriba abajo—. Estás más delgado.

—Siempre me dices lo mismo.

—Porque siempre es verdad. —No me atreví a discutírselo. Si ella me veía más delgado, esa era la única verdad.

—Tú estás igual de adorable que siempre. —Eso también era cierto; llevaba una camisa de color verde que hacía juego con sus ojos achinados y resaltaba el color caramelo de su cabello corto. Tenía edad suficiente para lamentar alguna arruga, sin embargo ninguna era más poderosa que su doctor de botox. 

El fin de un nuevo comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora