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SOFÍA BRÍSTOL, REINO UNIDO

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SOFÍA
BRÍSTOL, REINO UNIDO

Ya llevábamos dos días en Bristol, en la casa de los Norris, y aunque el ambiente era súper relajado, no podía dejar de sentir un cosquilleo constante en el estómago. Era como esa mezcla de emoción y nervios que te agarran antes de un gran evento. Cata y yo habíamos llegado con toda la ilusión del mundo; después de todo, no era cualquier invitación. Estábamos en la casa de una de las familias más conocidas en el mundo del automovilismo, y no podía dejar de pensar en que todo esto había sido plan de Cisca, la mamá de Lando. Sabía muy bien cuál era su intención: quería juntar a su hijo conmigo, y aunque la idea me emocionaba, también me ponía extremadamente nerviosa.

Cata, en cambio, parecía estar en su salsa. Ella siempre fue así, podía adaptarse a cualquier lugar como si hubiera vivido ahí toda su vida. En estos días, nos habíamos hecho amigas de Flo y Cisca, las hermanas de Lando. Eran muy simpáticas y, al igual que su mamá, nos habían recibido con los brazos abiertos. Nos la pasábamos charlando de todo: moda, viajes, Fórmula 1, fútbol... no había tema que no tocáramos. Y las risas, por supuesto, nunca faltaban. A veces me olvidaba por completo de dónde estaba, hasta que volvía a caer en la cuenta de que, en cualquier momento, Lando iba a llegar.

—Sofi, dale, relajate —me decía Cata cada vez que me encontraba en ese estado de parálisis, con la mirada perdida en algún rincón de la casa—. Es Lando, no un extraterrestre.

Pero lo que Cata no entendía era que, para mí, no era tan fácil. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vi en persona. Y sí, habíamos intercambiado mensajes, pero no era lo mismo que tenerlo frente a frente. Las semanas que pasaron entre aquel último encuentro y ahora habían estado llenas de expectativas, y no podía evitar preguntarme cómo sería el reencuentro.

El sol ya empezaba a bajar cuando escuché un auto detenerse frente a la casa. Mi corazón dio un vuelco. Intenté disimular el nerviosismo, pero era imposible. Sabía que era él. Cisca, quien estaba en la cocina preparando algo para la cena, salió al pasillo con una sonrisa que lo decía todo.

—Creo que Lando ha llegado —dijo, sin intentar ocultar su entusiasmo. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo, y aunque me moría de vergüenza, no podía evitar sentirme agradecida por el apoyo implícito que me estaba dando.

—Vamos, Sofi, no seas tonta —me dijo Cata, dándome un pequeño empujón—. Vamos a saludar.

Mis pies se sentían como de plomo mientras caminaba hacia la puerta. Mi cabeza iba a mil por hora. ¿Cómo me iba a saludar? ¿Sería un abrazo? ¿Un beso en la mejilla?

La puerta se abrió y ahí estaba él. Lando, con su sonrisa despreocupada, su buzo gris y ese aire relajado que parecía llevar siempre consigo. Nos miramos por un segundo, y aunque traté de mantener la compostura, sentí cómo el calor subía por mis mejillas.

—¡Sofi! —exclamó, caminando hacia mí con los brazos abiertos.

Su abrazo fue cálido y familiar, como si no hubiera pasado tanto tiempo desde la última vez que nos vimos. Me relajé un poco, dejando que ese primer contacto disipara parte de los nervios que tenía.

INFINITE | Lando NorrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora