Sofía, una chica de Buenos Aires, Argentina, viaja a Italia para continuar sus estudios de periodismo deportivo, impulsada por su pasión por el fútbol y el automovilismo. Con la emoción de estar en un nuevo país, decide asistir a una carrera de Fórm...
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SOFÍA BRÍSTOL, REINO UNIDO
Habíamos llegado de vuelta a la casa, después de haber dado una vuelta por la ciudad. El sol ya estaba empezando a bajar y una sensación de calma se apoderaba del ambiente. Apenas abrimos la puerta, el bullicio del comedor nos recibió. Cata estaba sentada con las hermanas de Lando, Flo y Cisca, charlando animadamente. Las risas y las voces llenaban la casa.
—Parece que la están pasando bien —comenté, mirando a Lando con una sonrisa.
—Ellas siempre encuentran algo de qué reírse —respondió él, con esa sonrisa despreocupada que tanto lo caracterizaba.
Nos unimos a la conversación casi de inmediato. Flo y Cata estaban hablando de algo que había pasado en la televisión, mientras Cisca se quejaba de algún chisme que había escuchado sobre uno de los pilotos de Fórmula 1. La conversación iba y venía, y yo no podía evitar sentirme a gusto en esa casa, como si ya formara parte de todo.
Después de un rato, decidí levantarme y prepararme un mate. Ya hacía un tiempo que no tomaba uno y, la verdad, lo extrañaba. Me dirigí a la cocina, agarrando el termo y la yerba que había traído conmigo desde Argentina.
—¿A dónde vas? —preguntó Lando desde la mesa, notando que me alejaba.
—Voy a hacerme un mate —le respondí mientras caminaba.
—¿Un qué?
Me detuve, giré y me lo quedé mirando, sonriendo ante su confusión.
—Un mate. Es una bebida típica argentina. ¿Querés probar? —le ofrecí, levantando una ceja.
Lando se rió, pero se levantó de su silla, siguiéndome hasta la cocina. Una vez allí, lo miré mientras ponía la yerba en el mate, y le mostré el proceso con paciencia.
—Mirá, primero ponés la yerba acá, en el mate, ¿ves? Y después le agregás agua caliente, pero no hirviendo. La idea es que lo vayas tomando despacito. Se toma con esta bombilla —le expliqué, mostrándole el pequeño tubo de metal—. ¿Entendés algo?
—Más o menos —respondió él, con una sonrisa traviesa en los labios—. Pero me gusta la idea de probar algo nuevo.
Terminé de preparar el primer mate y se lo extendí. Lando lo miró con curiosidad antes de llevárselo a la boca. Lo observé mientras tomaba su primer sorbo, y en cuanto el líquido le llegó a la boca, su expresión cambió. No pude evitar soltar una carcajada.
—¿Qué tal? —pregunté, ya sabiendo la respuesta.
—¡Es amargo! —exclamó, haciendo una mueca mientras me devolvía el mate—. ¿A ustedes les gusta esto?
—Es un gusto adquirido —le dije entre risas—. Dale, otro intento. Te prometo que mejora con el tiempo.