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LANDO MALDIVAS

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LANDO
MALDIVAS

Nos encontramos en las Maldivas, recién comenzando una semana que tanto Sofía como yo necesitábamos. El domingo había sido una pesadilla: perder la pole y terminar en sexto lugar fue frustrante, y el torrente de críticas que llegó después no ayudó en nada. Esta escapada fue una decisión de último minuto, una idea para desconectar y cargar energías antes de volver a la rutina de carreras. Ahora, al menos por unos días, el ruido y la presión habían quedado atrás.

Pero había algo más que me mantenía inquieto. Hoy tenía un plan importante, algo que había pensado hacer durante semanas, pero no encontraba el momento adecuado... hasta ahora. Quería pedirle a Sofía que fuera mi novia de manera oficial, y, aunque nos estábamos quedando en un paraíso, no lograba calmar los nervios. Reservé un lugar para cenar esa noche y repasé mentalmente cada palabra que quería decirle.

Por el momento, estábamos en la playa, bajo el sol. Ella estaba recostada sobre su toalla, y yo me quedé mirándola, pensando en lo afortunado que era. Más tarde iríamos a bucear, algo que me emocionaba mucho y que ella me confesó nunca había hecho.

—¿Nunca, nunca buceaste? —le pregunté, algo sorprendido, mirándola mientras se reía de mi reacción.

—No, nunca —dijo, sonriendo—. Creo que te dejé que pensaras que soy más aventurera de lo que realmente soy.

—Bueno, entonces es una buena manera de empezar —le dije, tocándole la nariz con el dedo y sonriendo—. Te va a encantar, y si algo pasa, voy a estar ahí.

Ella sonrió y me besó rápido en los labios, como si sus gestos siempre me recordaran que yo también era su aventura.

Más tarde, cuando fuimos a bucear, su entusiasmo se volvió algo de nervios, pero apenas comenzamos, se soltó. La vi maravillarse con cada pez y cada planta marina, y ese entusiasmo me hizo sentir como si fuera su cómplice en un descubrimiento único. Me di cuenta de que cada pequeña experiencia a su lado me hacía querer pasar todos los momentos importantes con ella.

Por la tarde, terminamos en un lugar al aire libre, con una mesa llena de frutas frescas. Nos pasamos el rato entre risas y charlas, compartiendo un plato de mango y piña mientras le contaba anécdotas divertidas de los viajes con el equipo de McLaren.

—Te imagino con el equipo y me dan ganas de ser una mosca para escuchar todo lo que dicen cuando están solos —me dijo, riéndose—.

—A veces creo que preferirías no saberlo. Algunos de los chistes... mejor mantenerlos en el misterio.

Ella rió, y me relajé un poco más. Estaba en el lugar perfecto, con la persona perfecta. Sin embargo, cada tanto recordaba lo que tenía en mente para esa noche, y los nervios regresaban.

Nos duchamos y nos preparamos para la cena. Yo me puse una camisa blanca, simple, mientras ella se probaba un vestido blanco que le quedaba increíble, corto y delicado. Además, llevaba una vincha blanca que le daba un aire inocente y a la vez tan cautivador que me dejaba sin palabras. Todo parecía brillar más a su alrededor.

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⏰ Última actualización: Nov 06 ⏰

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