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—Gracias por venir a buscar fideos conmigo —dijo Dazai, rompiendo el cómodo silencio que se había instalado entre ambos. —Sé que no te gusta comer después de hacer ejercicio —continuó, su voz impregnada de una dulzura que siempre desarmaba al pelirrojo—, pero quería tener una cita contigo.

Chuuya, visiblemente sorprendido, dejó escapar una leve exclamación de desconcierto. Sus ojos se agrandaron, y un sutil rubor tiñó sus mejillas.

—¿Una... cita? —repitió en voz baja, como si aquella palabra le resultara extraña, casi irreconocible.

Dazai asintió, una sonrisa divertida, pero tierna, curvándose en sus labios.

—Sí. ¿No llamarías a esto una cita? —preguntó con ese tono juguetón, pero sinceramente curioso, que tanto le caracterizaba.

Chuuya, sin saber muy bien cómo reaccionar, desvió la mirada hacia el horizonte, intentando calmar la agitación que sentía en su pecho.

—B-bueno... —murmuró, sintiendo cómo el calor subía desde su cuello hasta las orejas. La franqueza de Dazai siempre lo tomaba por sorpresa.

El castaño no pudo evitar reír suavemente al notar el nerviosismo de Chuuya, sus ojos brillando con una mezcla de cariño y picardía.

—Al menos esta vez no lo niegas —comentó, con una leve risa que rompía la tensión del momento.

El pecho de Chuuya se agitó al sentir un pequeño sobresalto; su corazón latía con fuerza, acelerado. Sin saber exactamente por qué, se giró sobre sus talones y salió corriendo, dejando a Dazai parado en medio del sendero, visiblemente sorprendido.

—¿¡Chuuya!? —exclamó Dazai, la confusión oscureciendo su voz mientras veía cómo el pelirrojo se alejaba rápidamente.

Sin pensarlo, Dazai echó a correr tras él.

—¡Chuuya! ¡Pareces un pequeño tigre! —gritó entre risas, aunque no podía ocultar del todo la preocupación que empezaba a formarse en su interior—. ¿Sabías que los tigres pueden correr hasta 80 km/h?

Chuuya se detuvo de golpe y, volviendo la cabeza hacia él, lo miró con el ceño fruncido.

—¿Qué has dicho? —preguntó, ofendido.

El paseo continuó hasta que la noche envolvió la ciudad en un silencio casi solemne, interrumpido únicamente por el murmullo distante del río y el parpadeo de las luces a lo lejos, como diminutas estrellas terrenales. Dazai no podía apartar la vista de Chuuya, quien caminaba a su lado, su perfil suavemente delineado por el resplandor de las luces urbanas. Algo comenzó a agitarse en su interior, un impulso que no lograba controlar.

"¿Será esta mi oportunidad?", se preguntó el castaño, su mirada fija en la figura de Chuuya. Buscaba alguna señal en su rostro, algún indicio que le dijera si podía acercarse más, si esta vez sería posible romper las barreras invisibles pero constantes que el pelirrojo erigía entre ellos.

Con un gesto decidido pero lleno de ternura, Dazai extendió la mano hacia Chuuya, deseando acortar la distancia que siempre parecía separarlos. Sus dedos rozaron la piel cálida del pelirrojo, y por un breve instante, sintió la fragilidad de aquel contacto. En ese toque leve, anhelaba transmitirle la seguridad que sabía que Chuuya necesitaba desesperadamente, la certeza de que él estaría allí, siempre.

"Sé que le tiene miedo a las personas", pensó Dazai mientras sus dedos trataban de cerrar ese pequeño espacio entre ambos. Sin embargo, en cuanto comenzó a entrelazar su mano con la de Chuuya, el pelirrojo retiró bruscamente la suya, apartando la mirada con evidente incomodidad. Un rubor tenue coloreó sus mejillas bajo la luz suave de la noche.

FULL VOLUME || SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora