CAPÍTULO 34

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Octubre, 2009

La fiesta en el auge del desenfreno, el alcohol iba y venía al igual que la marihuana y los escándalos de las personas pasadas de todo tipo de sustancias, cuando su amigo entro a la vivienda encapuchado; la castaña que estaba entre sus piernas no había notado nada, ella seguía riendo, ignorando su entorno.

-Bonita – la alejo un poco. Esta le dio espacio para que este se ponga de pie – ahora vuelvo – esta asintió – abrígate – le dio un beso en la frente.

-No demores – se puso de puntitas besando su cuello como usualmente lo hacía.

Sin saber lo que le deparaba busco a su amigo en la segunda planta.

-¿Sebastián? – todas las puertas iban abriendo en busca de este - ¿Jowett?

-Estoy aquí – salió del baño.

-¿Por qué llegas recién? – levantó el rostro, rastros de sangre cerca de las heridas de la ceja y labio superior, unos ojos sin poder abrir y la marca del cuello que indicaba haber sido estrangulado – ¿Qué carajos?

-Necesito tu ayuda – lo empujo al baño, nadie debía escuchar – no tengo a quien recurrir.

-¿Por qué...

-Dinero – confesó – tuve que trabajar con unos encargos y el dinero lo use para la colegiatura, pensé que podría recuperarlo, pero me robaron la mercancía.

-¿Mercancía? - ¿en qué estaba metido su amigo?

-No tuve opción. Mi madre también necesitaba el dinero.

-¿Cuánto necesitas?

-Medio millón de dólares – se apoyo en la puerta, no había manera que el obtenga ese dinero por el simple hecho de pedirlo – y tengo que seguir trabajando para ellos.

-¿De qué va el trabajo?

-Traspaso mercancía en el puerto y ajustar algunas cuentas con la gente que no paga o les juega sucio.

-Puedo darte mi fideicomiso – puntualizó sin interés.

-¿Harías eso? – este asintió – te lo pagaré con creces, lo juro.

-¿Cuándo tienes que pagar?

-La próxima semana – Aleksandr se irguió - ¿será posible?

-No, no hay fecha fija.

-Tengo que darles algo para el próximo fin, mataran a mi mamá.

-Puedo tratar de reunir el dinero, pero... ¿Cómo harás con el trabajo?

-No me queda de otra, tengo que hacerlo – las lágrimas cayeron de sus ojos, era la primera vez que su amigo no reía – tendré que seguir... No debí...

-Busquemos soluciones, ya está hecho, pero necesito que sepas que siempre puedes contar conmigo, hubiera visto la manera de conseguir el dinero para la colegiatura.

-La vergüenza no me permitió, no quería molestarlos.

-No es necesario decirle a Camille – suspiró – pero yo pude ver la manera.

-¿Crees que Camille puede prestarme algo más de dinero? Sé que pueden conseguir, no quisiera ser así de sanguijuela, pero tengo miedo.

-A Camille la dejas de lado – el pelinegro fue tajante y sin protesta su amigo asintió – y que no te vea así, se pondrá paranoica.

-Lo sé.

Al atardecer de Halloween, el pelinegro había vendió la moto que con tanta ilusión había comprado, era producto de su esfuerzo – sin pedir nada a nadie la había obtenido – los ahorros de su cuenta se fueron directo a lo que necesitaba su amigo y aunque solo llegó a la octava parte de lo que necesitaba Sebastián, era algo que podían entregar.

Sobre la Piel de mi VerdugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora