CAP 2

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Ser la mesera de este lugar no era tan fácil; estar pendiente de tantas mesas al mismo tiempo era cansado, pero lo que más me dolía era ver cómo mujeres lloraban por culpa de algunos hombres que no tenían piedad. Y más aún cuando eran mujeres vírgenes; ellas "costaban más". Pero, ¿acaso las mujeres tenemos un precio? Pues sí, al parecer sí.

— ¿Ámbar no ha llegado?

— No, madre, y creo que no lo hará.

— ¿Por qué?

— Ayer se sentía muy mal.

— Si no viene, tendré que buscar quién baile hoy. Es demasiado importante que esté.

Ámbar era la mejor bailarina de aquí y una de las chicas más pedidas. Ámbar tenía 19 años y era mi mejor amiga.

— ¿Por qué es demasiado importante?

— Unas personas de mucha importancia y dinero vienen hoy y, si no viene, tocará darle una lección —eso no sonó para nada bien—. Mi madre se fue.

La noche era muy linda; la luna estaba en su máximo punto y muy brillante, realmente era hermosa. Cuando regresé de botar la basura, vi que mi madre estaba hablando con un señor treintón, feo y algo pedófilo en su aspecto. No era de juzgar, pero ese señor se veía extraño. Cuando vi que mi madre dejó de hablar con ese hombre, me acerqué a ella.

— Madre.

Dio un salto.

— Me asustaste.

— Lo siento.

— Arréglate, bailarás hoy por Ámbar.

— ¿Madre?

— Nada, lo harás.

— No quiero.

— No es lo que quieras, es lo que debes hacer.

— Madre, sabes que no sé bailar muy bien y menos como lo hace ella.

— No importa, niña. Lo harás —se fue.

No podía negarme. A pesar de todo, yo amaba a mis padres. Ellos me dieron un hogar en el cual pude crecer y, aunque fue triste, también tuve momentos buenos.

Entré al camerino para poder maquillarme y colocarme la vestimenta que normalmente usaban las bailarinas.

Entré al camerino para poder maquillarme y colocarme la vestimenta que normalmente usaban las bailarinas

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— Te ves bien —dijo Ivana, una chica de 18 años—. ¿Pero por qué estás usando la ropa de nosotras?

— Tengo que bailar.

— Odias bailar.

— Mi madre me lo pidió.

— ¿Te lo pidió? ¿O te obligó?

— Ivana...

— Lo siento, Emm, pero sabes que tengo razón. Debes salir de aquí y alejarte de ellos.

— Tú estás igual que yo.

— Yo estoy aquí porque de verdad necesito el dinero y me gusta bailar. No de esta manera, pero es algo.

— Me gusta ser mesera.

— No te gusta, y lo sabes.

— ¡Emma! —se escuchó el grito de mi padre desde afuera.

— Mejor me iré antes de que se enoje —ella me agarró del brazo.

— Puedo ayudarte, solo tienes que irte de esa casa.

— Son mis padres, al final de cuentas.

— No lo son.

— ¡Emma!

— ¡Voy! Adiós, Ivana.

— Emma, no vayas. Si le llegas a gustar a uno de ellos, te tocará ir a una de las habitaciones.

— ¿Qué?

— ¿No lo sabías?

— No. Se supone que las bailarinas solo son eso, bailarinas.

— Sí, pero si un hombre quiere contigo, lo puede obtener. ¿Por qué crees que Ámbar no está acá? —yo abrí mis ojos en sorpresa—. Un señor no tuvo piedad de ella y la dejó tan cansada y adolorida que no pudo venir hoy.

— Ella no me dijo eso.

— Para cuidarte. Emma, aunque no lo creas, lo que se vive en las habitaciones es un asco.

— Pero tú estás ahí.

— Y por eso te lo confirmo.

— ¡Emma! ¿Acaso eres sorda? ¿Estúpida? ¡Te estoy llamando!

— Lo siento, padre —y de pronto sentí cómo una mano impactaba en mi mejilla.

— ¡Vete ahora!

— Sí, padre —me fui.

¿El destino era cruel? ¿O solo no había encontrado su destino?





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