CAP 30 2/2 🔞

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Emma realmente se sentía ansiosa; estaba vendada y amarrada como una perra. Nicolás dijo que la atendería en un momento, pero ella no podía dejar de sentirse inquieta.

—Llegué, quiero que te voltees y levantes tu trasero, bien arriba, como la perra que eres —anunció el chico, y Emma juró que escuchar esas palabras la hicieron tocar las nubes.

—Sí, mi señor —fue lo único que dijo para obedecer. Emma realmente se sentía diferente, con demasiada adrenalina recorriendo su cuerpo.

— Sentirás un poco de ardor, pero quiero que cuentes cada vez que lo sientas —dice con un tono demandante que estaba llevando a Emma a la cúspide de la excitación.

Emma estaba esperando ese dichoso ardor que sentiría; esta faceta de Nicolás no la había conocido del todo. Solo al principio, después Nick la trataba bien y con mucho amor.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por un azote en su nalga derecha.

—¡Ah! U... uno —le había gustado, le había gustado sentir ese ardor.

— Harás que me explote el pene con tus gemidos —a Nicolás realmente le estaba gustando verla así, toda destruida por él.

Otro azote.

—D... dos.

— Serán cinco, mi vida —la agarró del cabello, haciendo que llevase su cabeza hacia atrás para hablarle al oído—. Ese es tu castigo por provocarme —y la soltó para luego agarrar el lóbulo de su oreja.

— Mmm, S... Señor.

— ¿Sí, mi amor? —dice seductoramente en su oído.

No quería, no quería implorar, pero lo necesitaba; necesitaba tenerlo entre sus piernas.

— Habla —le dio una palmada en el muslo.

— Lo... necesito en... mis piernas —dice con dificultad, y solo tuvo como respuesta una risa burlona.

— Todo a su tiempo —termina de decir para luego dar otro azote.

— T... tres —realmente le ardía, pero le gustaba; eso era lo peor.

Otro azote, pero esta vez en su nalga izquierda.

— C... cuatro.

Último azote

— Cinco.

— Listo, mi amor— le dio un beso en las dos nalgas y se levantó.

— S... señor.

— No seas desesperada, ya voy— dijo mientras agarraba un cubo de hielo en sus manos—. Voltéate y abre las piernas— la chica acató la orden.

Emma abrió sus piernas y el pelinegro se colocó entre ellas, dándole besos en los muslos. La chica sentía que se desvanecía cuando sintió algo helado pasar por sus muslos y, por inercia, los cerró.

— Abre las jodidas piernas o te las dejaré temblando que ni podrás caminar.

— dis...culpe, mi señor

Emma acató la orden y Nicolás siguió pasando el hielo por el lugar hasta que metió un dedo.

—¡Ah!

—Dios, chiquita, ya estás lo suficientemente lubricada como para prepararte. ¿Crees que aguantes?

—S...sí, mi señor.

Y sin esperar más, el pelinegro se adentró en la parte íntima de la chica. Emma sentía que moría, lo necesitaba, necesitaba que el chico se moviera ya, así que echó sus caderas hacia abajo.

Y para Nicolás fue un permiso, así que empezó a moverse, dando penetraciones suaves pero certeras.

—¡Ah! ¡N...Nicolás!— gimió, sintiendo todas las sensaciones que experimentaba, y el pelinegro le dio una palmada en el muslo.

—Recuerda, mi amor, no debes tutearme—le dijo mientras le daba una fuerte embestida.

Dando justo en su punto dulce, Emma sentía que en cualquier momento iba a desvanecerse. Juraría que lo haría.

Gemidos y jadeos se escuchaban por parte de ambos hasta que la puerta fue tocada.

—Je... jefe, es importante —dice uno de sus subordinados.

—No estoy disponible —responde, comenzando a besar los labios de Emma.

—Pero, señor, es sobre u... una me... mercancía robada —dice el subordinado, muy asustado.

—¡Que no estoy disponible, carajos! ¡Cuando pueda iré! —exclama, desesperado y aumentando la intensidad de los besos—. Ahora vete, no quiero que escuches a mi bella flor.

—Con permiso, señor.

Nicólas siguió en lo suyo. Emma ya había tenido un orgasmo; se sentía liberada, sus músculos estaban contraídos y sentía cómo sus piernas temblaban.

—Vamos, mi amor, ya tuviste el orgasmo sin mi permiso —dijo, penetrándola aún más—. Eso merece un castigo.

Y empezó a penetrarla con mucha más fuerza; estaba siendo una bestia en la cama, y eso le estaba encantando a Emma. Nicólas tomó los pechos de Emma en su boca y succionó hasta que llegó al clímax, dejando toda su esencia dentro de la chica.

— ¿Estás bien, mi flor? —dice mientras se separa de ella y se tira en la cama.

— Sí, solo que estoy un poco cansada —responde con dificultad.

— Es normal, mi vida, duerme un rato —dice mientras acuesta a Emma en su pecho—. No me iré de aquí hasta que despiertes.

— No, tienes que irte, tu mercancía.

— Eso puede esperar —exclama acariciando su cabello.

— No, puedes irte, solo espera hasta que me duerma —dice cerrando los ojos.

— Está bien, mi amor —y por último le dio un beso en los labios y se acostó.





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