CAP 13

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Habían pasado dos meses desde que llegué a este lugar, me estaba sintiendo aficionada. Realmente no me gustaba estar asi, sentía como si fuera un perro el cual me tenían con un bozal, amarrada arta de estar encerrada. No siquiera tenía apetito nada ame interesaba no quería salir de mi habitación o mejor dicho se mi cárcel, así se sentia una cárcel.

Las paredes de la habitación parecían cada vez más estrechas, como si poco a poco se estuvieran cerrando sobre mí. No había nada que lograra distraerme lo suficiente de la sensación de estar atrapada. A veces Valeria tocaba la puerta con alguna idea para animarme: que si una película, que si algo de ropa nueva que me quería mostrar, pero yo no podía reunir las fuerzas para abrir la puerta.

La luz que entraba por la ventana ya no me reconfortaba. La idea de salir era simplemente insoportable. Las cosas que solían darme algo de alegría ahora solo parecían ruidos lejanos. Las horas pasaban sin sentido, los días se mezclaban en una rutina de vacío.

Un día vi como la puerta se abrió sin avisar...

— el jefe dice que bajes— dice Ben con cara de lástima hacia mí

— dile que no quiero ir— dije desanimada

— Emma lo mejor serás que vayas— dijo en un tono dulce

— no quiero, Ben— dije en un tono más firme

— Emma, por favor... solo será un rato. El jefe no está de buen humor y si no bajas, las cosas pueden ponerse peor para todos— dijo, intentando sonar razonable.

Pero yo no quería ser razonable. Todo dentro de mí estaba en caos, y la última cosa que quería hacer era enfrentar al jefe, con su mirada dura y su impaciencia siempre a flor de piel. Me hundí más en la cama, ignorando a Ben, como si con eso pudiera hacer desaparecer la realidad.

— No me importa, Ben — contesté, la firmeza en mi voz empezaba a desmoronarse.

Ben se acercó un poco más, su sombra bloqueando la poca luz que entraba por la puerta.

— Si no bajas por ti, al menos hazlo por nosotros — susurró,

Sus palabras pesaron más de lo que esperaba. No era solo yo quien estaba atrapada en esta situación.

— está bien— me levanté y salí de la habitación hasta el despacho de Nicólas

Toque la puerta y se escuchó un adelante.

— ¿Queria hablar conmigo?— dije desanimada

— me dijeron que no quieres comer— dijo con su cara y semblante serio como siempre

— es correcto— afirme

— ¿Se puede saber por qué carajos no estás comiendo?— su tono era alterado

— no tengo apetito

— ¿No tienes apetito? — repitió Nicolás, su voz llena de incredulidad. Dio un paso hacia mí, como si no pudiera comprender lo que acababa de decir. — ¿Tienes alguna idea de lo que puede pasar si sigues así?

Nicolás siempre había sido imponente, y su paciencia no era algo que se pudiera poner a prueba muchas veces.

— No es que lo haga a propósito — dije, manteniendo la mirada fija en un punto de la pared, evitando su mirada. — Simplemente… no puedo.

— No puedes o no quieres — su tono era cortante, como si estuviera tratando de desmenuzar mis palabras. — No estamos aquí para que cada uno haga lo que quiera. Hay responsabilidades, Emma. Todos las tenemos.

Respiré hondo, tratando de calmar la sensación de asfixia que comenzaba a invadirme.

— Ya lo sé, Nicolás. Solo que no es tan fácil… — Mi voz se quebró un poco al final, algo que detesté mostrar. No quería parecer débil, no frente a él.

Nicolás se quedó en silencio por un momento.

— Si no comes, te vas a enfermar. Y si te enfermas, todo se complicará más  — dijo con su tono imponente — ¡No tengo tiempo para lidiar con esto, Emma. Así que haras lo que te digo! ¿Entendido?— exclamó y yo realmente no aguantaba más

— ¡No!— grite con lágrimas en los ojos

—¿¡Que carajos te pasa!?— me grito igual dándome miedo

— ¡Me quiero ir de aquí!...—

Mafia y Debilidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora