CAP 14

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— ¡Me quiero ir de aquí! Me siento asfixiada cada día más, y lo peor es que cada día siento que me gustas más, y esta horrible presión en el pecho no es buena para mí, Nicolás. Así que te pido que, por favor, me dejes ir —dije con mi voz en un tono de súplica.

El silencio que siguió a mis palabras fue casi insoportable. El aire parecía más denso, y cada segundo que pasaba sin una respuesta de su parte solo aumentaba la sensación de opresión en mi pecho. Quería irme, necesitaba escapar de esa espiral de emociones que se enredaban dentro de mí cada vez que él estaba cerca.

Nicolás me miró fijamente, su expresión indescifrable, como si estuviera procesando cada palabra que acababa de decir. No iba a detenerme ahora.

— No puedo más —continué, mi voz quebrándose ligeramente—. Esto me está consumiendo, y no es justo. No para mí... ni para ti. Déjame ir.

Sabía que no sería fácil. Sabía que él tenía una forma de enredar mis pensamientos y hacerme dudar de todo, pero esta vez... esta vez tenía que ser diferente.

— ¿Eso es lo que quieres realmente? —preguntó en voz baja, su tono más suave de lo que jamás lo había escuchado.

Sentí un nudo en la garganta, incapaz de responder al instante. Sabía que debía ser firme, que debía aferrarme a mi decisión, pero había algo en su mirada que me desarmaba.

— Emma, si te vas… —dudó por un momento, y vi cómo la tensión en su rostro se intensificaba—. Si te vas, todo esto se desmorona.

Me quedé inmóvil, sorprendida por la honestidad que se filtraba en sus palabras. Era la primera vez que veía a Nicolás así, dejando entrever un poco de lo que realmente sentía. Él siempre había sido frío, calculador, como si nada pudiera afectarlo… pero ahora, frente a mí, parecía diferente. Parecía… humano.

— No quiero que te vayas —continuó, su voz casi un susurro—. Sé que esto es complicado, sé que te he presionado demasiado. Pero lo último que quiero es perderte. No me había dado cuenta de cuánto significas para mí hasta ahora.

Mis labios se separaron, pero no encontré palabras. Había esperado frialdad, tal vez indiferencia, pero jamás esta confesión. Cada palabra suya me golpeaba con más fuerza, haciéndome sentir esa mezcla de emociones que tanto me había esforzado por enterrar.

— No puedes hacer esto, Nicolás —respondí, apenas controlando el temblor en mi voz—. No puedes decirme estas cosas ahora.

Él dio un paso hacia mí, rompiendo la distancia que yo había intentado mantener.

— Emma —murmuró, su mirada intensamente fija en la mía—, no es algo que pueda controlar. No puedo fingir que no me importas.

— ¡No te importo! —grité con molestia—. Si te importara, no me harías esto.

Sus ojos me miraban fijamente, pero su expresión era relajada.

— Si no puedo corresponder a tus sentimientos es porque no estoy seguro de lo que siento y no quiero hacerte daño, pero me importas —dijo, mirándome fijamente a los ojos.

Mis manos temblaban a mi costado, y la rabia mezclada con dolor me envolvía como una tormenta interna. ¿Cómo podía decir eso? ¿Cómo podía mirarme a los ojos y pretender que esto era suficiente, que sus dudas no me estaban destrozando?

— No me hagas esto, Nicolás —mi voz se quebró, pero no pude detenerme—. No me hagas esperar por algo que ni siquiera tú entiendes. No quiero quedarme atrapada aquí, esperando a que decidas si lo que sientes es real o no.

Él se acercó aún más, rompiendo completamente el espacio entre nosotros. Sentí su calor, su presencia abrumadora, y aunque mi mente me gritaba que me alejara, mi cuerpo no se movía. Su mirada seguía siendo serena, pero había algo en su expresión, una lucha interna que reconocía demasiado bien.

— Emma, no es fácil para mí tampoco —susurró, su voz cargada de algo que no había visto antes: un miedo genuino—. Quiero hacer lo correcto, pero estoy perdido. Lo que siento por ti me confunde, me asusta… porque no es algo que haya sentido antes.

Sentí que mi corazón daba un vuelco, y la dureza de mis palabras anteriores se desvaneció ligeramente. A pesar de mi enfado, una parte de mí no podía ignorar la sinceridad en su voz. Él estaba tan confundido como yo, tan perdido en esto como ambos lo estábamos.

— No quiero hacerte daño —continuó, su voz apenas un murmullo mientras levantaba una mano hacia mi rostro, pero se detuvo a mitad de camino, dudando—. Pero sí me importas, Emma. Quizá más de lo que soy capaz de admitir en este momento.

Nos quedamos allí, mirándonos en ese silencio pesado, donde las palabras sobraban, pero las emociones lo decían todo. Sabía que lo que venía no sería fácil y que, tal vez, las respuestas que buscaba tardarían en llegar.

Pero...

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