Prólogo

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"Nunca me perdonarían", pensé mientras contemplaba el oscuro bosque frente a mí.

La caza había terminado hacía ya varios minutos, y un ciervo muerto yacía sobre un tronco caído, pero el animal no importaba ahora. Tomé una respiración temblorosa, llenando mis pulmones con ese aroma que me rodeaba, que envolvía cada centímetro del bosque. A pesar de la muerte cercana y el olor metálico de la sangre, la fragancia de ella se imponía, dulce y profunda, abrumando mis sentidos y envolviéndome en su presencia.

Un leve gemido escapó de mis labios. Aquella esencia que debería repugnarme, que debería despertar mi instinto de repulsión y alerta, me atraía como un imán irresistible. Bajé la cabeza y olfateé el suelo con desesperación, buscando rastros de otros animales, cualquier cosa que me ayudara a romper el hechizo. Pero todo era inútil. Su aroma impregnaba el aire, una dulce tortura que me recordaba su cercanía y mi incapacidad de luchar contra lo que sentía.

"Diana." La voz de Sam resonó en mi mente, con tono de orden y tensión inconfundible. El llamado de la manada me sacudió y reaccioné rápidamente, transformándome antes de que Sam pudiera detectar mis pensamientos. La brisa fría de la madrugada acarició mi piel desnuda, aunque apenas lo sentí; el frío hacía tiempo que había dejado de molestarme. Cerré los ojos, forzándome a calmar el temblor que me sacudía mientras me volvía humana otra vez. Miré con mis ojos humanos hacia el sitio donde la había visto por última vez, y el recuerdo de su figura volvió a inundar mi mente, tan vívido que me costaba respirar.

—Esto no debería ser posible —susurré en la penumbra, aunque sabía que ya estaba sola.

Mi voz sonaba más grave, más rota de lo que recordaba. Era la voz de alguien que había perdido el control. Hacía apenas dos meses que me había convertido en una mujer lobo, y aun así, aquella conexión incontrolable me parecía más fuerte que mi propio instinto de supervivencia, más fuerte que mi deber. Yo era una protectora de mi tribu; mi propósito, el único que tenía, era defender a mi gente de los vampiros. Y sin embargo, aquí estaba, traicionando a la manada de una forma que ni siquiera entendía.

No podía evitarlo. Podía negarlo todo lo que quisiera, pero sabía lo que había sentido desde el primer momento en que la vi. Esa sensación que Sam describió cuando me habló de la impronta. El vínculo, el tirón inquebrantable de una conexión que no podía elegir ni rechazar. Mi atracción hacia ella fue inmediata, avasalladora... inevitable. Pero ella era una vampira. Esto era un desastre.

Necesitaba tiempo para entenderlo, tiempo para asimilar lo que aquello significaba. Pero el vínculo mental con la manada haría imposible guardar este secreto. Lo sabrían tan pronto como me fusionara con ellos en la próxima transformación; me lo arrebatarían, obligándome a exponer aquello que yo misma apenas podía aceptar. Nunca me perdonarían. Ni Sam, ni mi padre, ni la manada. No había forma de explicarles lo que sentía. Lo único que podía hacer era posponer la verdad por unas horas más.

Sam y los demás no habían previsto lo que sería para mí la experiencia de la impronta. Yo era la primera mujer lobo de la tribu y, al parecer, el resto pensaba que eso no cambiaba nada. Pero en realidad, nunca había encajado en sus expectativas. Sam, con ese machismo disfrazado de preocupación, había asumido que mi impronta sería un hombre, uno de los nuestros. Y, aún más, que todo aquello me gustaría. Yo misma había dejado en claro mi interés por las mujeres. Pero ni yo misma, ni nadie en la manada, había considerado la posibilidad de que algo como esto sucediera. Jamás imaginé que, en lugar de conectar con un aliado de mi pueblo, con alguien que me uniera aún más a la causa, me iba a atar para siempre a una vampira.

Ella era hermosa, más allá de lo que mis ojos podían soportar. Su piel, perfecta y pálida, brillaba bajo la débil luz de las estrellas mientras abatía al ciervo con una gracia imposible, haciéndome olvidar por completo mi propio propósito. Su cabello oscuro enmarcaba su rostro de forma casi divina, dándole el aspecto de una diosa lunar en pleno ritual de caza. Y yo, desde mi escondite entre los árboles, no era más que una espectadora. No me vio, pero esa noche algo en mí cambió para siempre.

Para cuando llegué a mi coche y recuperé mi ropa, el sol empezaba a asomar en el horizonte. Me vestí lentamente, sintiendo el peso de lo que tenía que hacer. Miré hacia el bosque una última vez, intentando procesar lo que había ocurrido. No podía cazarla. No podía proteger a mi tribu de ella, porque un solo vistazo había sido suficiente para destruirme. Mi poder como protectora se desmoronaba frente a ella y su familia.

No podía hacerle daño. La mera idea me aterraba, tanto como el hecho de que no tenía ni una sola razón lógica para explicarlo. ¿Cómo era posible que amara tanto a alguien con quien ni siquiera había hablado? La impronta era una maldición, una prisión de la que no podía escapar. Saber que ella era mi compañera, que mi vida sin ella estaría siempre incompleta, era un peso aplastante, imposible de soportar.

Una lágrima solitaria rodó por mi mejilla mientras enfrentaba esa verdad. El miedo y la desesperación se mezclaban en mi pecho, luchando contra el amor incondicional que la impronta me obligaba a sentir. Nadie más sería suficiente para mí. Nunca más.

𝑳𝒐𝒃𝒂 𝑺𝒐𝒍𝒊𝒕𝒂𝒓𝒊𝒂 || 𝑨𝒍𝒊𝒄𝒆 𝑪𝒖𝒍𝒍𝒆𝒏 (𝒈𝒙𝒈)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora