Capítulo 5: En la oscuridad, donde el miedo se esconde detrás de la arrogancia.

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«Y la vida siguió
como siguen las cosas que no tienen sentido, una vez me contó,
un amigo común, que la vio
donde habita el olvido».

-Joaquín Sabina

Hace 14 años.

Era la niña más dulce y bonita que había visto en la vida. No conocía a muchas personas en Mónaco, pero ella poseía unos grandes ojos negros tan cándidos y una sonrisa contagiosa, con arrugas cautivadoras a los costados de los ojos. Su piel era como la seda más fina y tierna. La dedicación, curiosidad e imaginación de Lau le obsesionaban.

—¿Por qué no le hablas, Dom? —preguntó su mamá, acariciándole el cabello. Él se sonrojó; un peculiar color carmesí subió desde su garganta hasta cubrir todo su rostro.

—¿A quién? —aparentó desconcierto, con su acento británico marcado.

Sus padres se mudaron a Montecarlo hacía un año, pero él aún no se acostumbraba. No recordaba mucho de Inglaterra, pero era más un hogar. Allí, todo resultaba tan superficial y extravagante.

En ese momento, se encontraba en la residencia Fissore, ubicada en la Avenida Princess Grace, festejando el decimocuarto aniversario de la familia Fissore Testa.

—A Lauren. —Kendra podría estar con su padre y tener conversaciones tediosas con los adultos, pero prefería quedarse allí a acariciar el cabello de su hijo—. Luce bastante solitaria.

Lauren recolectaba flores sueltas del césped. Llevaba el cabello recogido en una coleta alta y un vestido que le llegaba hasta los talones.

Cada vez que le gustaba una flor, sonreía y se la acercaba al pecho, como si la protegiera. Estaba tan ensimismada en sus acciones que no se percataba del niño que la observaba cautivado.

—Ella tampoco tiene muchos amigos, mami. —Dominic la conocía por la escuela, pero demasiado tímido como para acercarse, la ignoraba—. En los descansos, se limita a jugar con Livia.

—Sé su amigo.

Él negó con la cabeza y las mejillas se le volvieron a colorear de un sutil rojo.

—¿Por qué no? —preguntó, haciéndole cosquillas por detrás de la oreja.

—Porque muchas personas creen que soy raro —cabizbajo, hizo un pequeño puchero—. Ella pensará lo mismo y no querrá ser mi amiga.

Kendra hizo una mueca. Aceptar vivir en Mónaco con Christopher fue aceptar que su vida cambiaría drásticamente. Le agradaba la vida en Inglaterra y lo apacible que era, pero mudarse fue beneficioso para los negocios de su esposo y estaba gozosa por él. El único problema era que las personas no solían ser amables con los desconocidos.

Kendra resintió alejar a su hijo de sus amigos y adentrarlo a un lugar muy distinto. Tan solo esperaba que, en algún momento, se acostumbrara.

—Cualquier persona quisiera tener tu amistad, Dom. —El estómago le dio un vuelco—. Si tu situación escolar continúa así, te cambiaré de escuela o contrataré a un tutor privado.

—Sé defenderme —le sonrió desde abajo.

—Ese es mi niño astuto —respondió, pero su preocupación no disminuyó.

A unos metros de ellos, Lauren recogió una flor amarilla y la colocó entre su oreja y el nacimiento del cabello. La flor resaltó contra el negro de su cabello y su vestido.

—Dom —Kendra llamó su atención—. Tener miedo es una emoción que te vuelve humano, pero, por más aterrado que estés, abalánzate hacia la aventura. Te prometo que encontrarás un gran tesoro.

Divinos Dioses HeridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora