Capítulo 36: Pasillos infinitos.

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«Una vez que le has tomado gusto al cielo, mirarás siempre hacia arriba».

-Leonardo Da Vinci.

Hace 11 años.

Era una habitación grande, probablemente demasiado grande para una niña de diez años. Los colores eran fríos y se extendían como los pasillos de una biblioteca infinita.

En la pantalla de su computadora se proyectaban las imágenes vibrantes de una caricatura que aprendió a disfrutar cuando los tonos fríos de su habitación se esparcían por toda la casa. La luz del monitor era la única fuente de iluminación, y las voces de los personajes animados quedaban ahogadas por los sonidos del exterior.

Lauren dirigió la mirada de la computadora hacia la puerta y de regreso. Se quitó las sábanas del regazo, pero rápidamente las volvió a colocar. Bajó la tapa de la máquina, pero al sumirse la habitación en la oscuridad, la levantó de nuevo.

Un zumbido le taladraba dentro de la cabeza, pero no determinó si era parte de su imaginación o si provenía de la habitación contigua. El zumbido se convirtió en descargas eléctricas y terminó en un gran silencio.

Una sombra se transformó con lentitud en la puerta de entrada, hasta que tomó la forma de su hermano, Drew. Lauren dejó escapar un tenue suspiro.

—¡Drew! —Extendió los brazos hacia su hermano, pero él se llevó un dedo a los labios, indicándole que bajara la voz—. ¿Drew?

Se acercó con pasos lentos, y ella soltó un pequeño soplo al notar que las lágrimas recorrían el rostro de su hermano.

—Ven, ponte esto. —Le colocó unos audífonos sobre la cabeza y subió el volumen de la música—. Estarás bien, Lau. No permitiré que te lastime. Te protegeré. —Murmuró las palabras para sí mismo. La música estaba demasiado alta como para escuchar algo más.

Consciente de que su hermano sí la escuchaba, confesó:

—Tengo miedo, Drew. El volumen está muy alto.

Él se sentó a su lado, le acarició el cabello y la hizo callar. Miró nervioso hacia la puerta cerrada, aterrado de que algo apareciera en cualquier momento.

Una luz parpadeó débilmente a través de las rendijas de la puerta. Era más cálida que los tonos de su habitación, pero de alguna manera, simuló el pasaje hacia el infierno. La luz se intensificó hasta convertirse en una gran aureola de luz amarilla.

Todo estaba en su imaginación y el parpadeo aún era tenue, pero se preguntó si el repentino golpe en la puerta también fue parte de su imaginación o si de verdad ocurrió.
  
Exaltado, Drew se acercó más a Lauren, la aprisionó contra su cuerpo y, con la mano izquierda, inclinó su cabeza hacia su cuello. Trató de retirarse los audífonos, pero él no lo permitió. Mantuvo la mirada fija en la puerta, en alerta y muy rígido.

Las bisagras de la puerta vibraron y unos gritos acompañaron los golpes. Una sombra negra, imponente, se unió a la luz amarilla; creció tanto que eclipsó cualquier destello de esperanza en la casa.

Drew murmuró cosas ininteligibles por debajo del aliento. El miedo que albergaba su cuerpo se cristalizó y formó una barrera de dureza y frialdad. No reconocía a su hermano.

—Drew, ¿qué sucede? —Se abrazó por completo a él, pero sin apartar la mirada—. ¿Es papá? ¿Viene por nosotros?

Debido a la cercanía, Lauren escuchó el grito de su hermano negándole la entrada a Alessandro. Se movió un poco, pero no lo suficiente como para separarse de él.

Divinos Dioses HeridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora