Capítulo 7: La manifestación humana en el arte.

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«Aprenderás también que no es tu cometido salvar a nadie, correr para que otros no se cansen. No eres el capitán de ninguna vida ajena
ni su red,
ni su arnés,
ni su muro protector».

-Marwán.

Raffa se encontraba, como de costumbre, en su estudio, creando la magia que descubrió en su niñez. Su pasión por el arte surgió cuando tenía diez años, y desde entonces soñaba con ser un pintor reconocido. Esperaba que su más reciente pintura fuera esa pieza clave que lo ayudaría a alcanzar el éxito.

La pieza faltante era Lauren Russo, pero una parte profunda de él temía que Blackwell tuviera razón. La chica, tan reservada y desconfiada, no daría su consentimiento.

Al verlos llegar, Raffa esperó encontrarse con una chica fría, antipática o engreída. Sin embargo, quedó embelesado e impresionado por su belleza, neutralidad y curiosidad.

En la playa, decidió pintarlos porque eran personas hermosas, pero Lauren, en la cercanía, era cautivante.

—Hola —le sonrió y extendió la mano para saludarlo—. Soy Lauren, es un placer...

Con nerviosismo, Raffa le devolvió el gesto y la miró con tanta vehemencia que incluso Blackwell notó su embobamiento.

—Raffa. —A propósito, mantuvo el contacto físico unos segundos más.

—Muéstrale la pintura, Raffaele. —La dureza de Blackwell hizo eco en el lugar, desconcertando tanto a Lauren como a él.

—Bien, sí, bien —tartamudeó. Se acercó a una pintura cubierta con una manta aterciopelada, la retiró y les mostró la obra—. Hace poco, el señor Blackwell organizó una reunión. Yo era parte del personal, y durante mi tiempo allí, recreé en lienzo una escenografía interesante.

En la pintura, Dominic estaba sentado sobre la arena. A primera vista, su postura era apacible y tranquila, pero al observar más de cerca, una tensión se extendía desde los hombros hasta las manos, flexionadas sobre la arena. Las venas resaltaban en sus manos, y los anillos pulcros en sus dedos, asfixiados por la presión de la sangre. Estaba ligeramente encorvado, con la barbilla alzada, mientras recibía una fresa de la mano de una chica. El chico a su lado lo miraba con fascinación, y las personas alrededor disfrutaban del espectáculo. Todos adoraban a Blackwell y su aura.

Por otro lado, Lauren estaba sentada a unos metros de distancia, con las piernas flexionadas y rodeadas por sus brazos, formando un escudo protector. Su cabello negro caía sobre sus hombros y se ondulaba en las puntas. Con los ojos cerrados, escuchaba música a través de los auriculares. Su expresión, pacífica y serena, con la barbilla ligeramente alzada, contrastaba con su lenguaje corporal defensivo.

La parte más curiosa de la pintura era que allí, todas las personas idolatraban, adoraban y se sometían ante Blackwell. Todas las miradas sobre él, como si él fuera su profeta, su más grande dios, su jerarca y, para su desgracia, también su verdugo. No obstante, no le importaba tener frente a él a la mujer u hombre más hermoso de la Tierra, porque la mirada de su profeta se hallaba en la paz de una chica que escuchaba música y acogía las brisas del mar como su divinidad. Ignorante a su alrededor, no sabía que detrás de ella había un gran profeta, un dios, un jerarca y un verdugo ansioso por su atención.

—Es... —Con los ojos brillantes, Lauren se detuvo frente a la pintura. Elevó la mano, pero sin llegar a tocarla, simuló trazar los contornos—. Es el trabajo más precioso que he visto en mi vida. ¿Cuándo lo anunciarás?

—Aguardé para obtener su consentimiento antes, por lo que aún no tengo una fecha establecida.

—Lo tienes —sonrió, emocionada—. Desde que entré a tu estudio, quedé maravillada con tus pinturas. Eres un grandioso artista.

Divinos Dioses HeridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora